Bruselas es una crisis permanente. Económica, social, política, diplomática... La nueva Comisión Europea llegó en noviembre de 2014 con un mensaje muy claro. «Somos la Comisión de la última oportunidad», proclamó a los cuatro vientos su nuevo presidente, el veterano luxemburgués Jean-Claude Juncker. Basta ya de hablar de paro, de recortes y depresión. Toca hacerlo de empleos, de creación de empresas, de riqueza e inversión. Y así nació el plan que lleva su nombre, el ahora o nunca para sacar a Europa del letargo en el que está sumida desde el estallido de Lehman Brothers en 2008.
Años dorados en los que el nivel de inversión en la UE era 400.000 millones superior al de ahora. El plan Juncker se ideó para eso, para generar una inversión privada de al menos 315.000 millones (240.000 para infraestructuras y 75.000 para pymes) y 1,3 millones de empleos usando al Banco Europeo de Inversiones (BEI) como principal trampolín a través de un sistema de garantías públicas. El objetivo estaba claro. Había empresas, había ideas, había proyectos, pero el grifo de la financiación se abría a cuentagotas por los temores derivados de la crisis. ¿La solución? El aval público, papá Estado se ponía detrás.
Por países, Italia, Francia o el Reino Unido (para esto, no hay 'Brexit' que valga) están sabiendo explotar al máximo su potencial. En España, sin embargo, no termina de carburar, entre otras cosas por el vacío político que existe en la cuarta potencia del euro tras el 20-D, como reconocen varias fuentes europeas.
En Bruselas, pese a informes muy críticos como los del think tank bruselense Bruegel o el Instituto Delors, aseguran estar «muy satisfechos» de cómo se están desarrollando los diferentes programas. Hay claroscuros y bastantes peros, pero de los 315.000 millones esperados, ya se han generado 82.100 a través de 220 operaciones realizadas en 25 de los 28 países de la UE, cuando aún no se ha cumplido el primer año de vida y teniendo en cuenta que los inicios siempre son duros, matizan. Cifras que se han traducido en 57 proyectos de infraestructuras impulsados y unas 136.000 pymes y 'midcats' beneficiadas.







CONTRADICCIONES EN EVIDENCIA
España es el país que en los últimos 12 años ha sacado más provecho al Banco Europeo de Inversione
BALANCE
La gran preocupación de la Comisión es que no recibe proyectos a nivel europeo donde se pueda invertir
BRUSELAS, «MUY SATISFECHA
Camino de su primer año de vida, ya se han generado 82.100 de los 315.000 millones previsto
Con el BCE dispuesto a tirar la casa por la ventana, la liquidez ya no es el principal quebradero de cabeza. «Aunque pueda parecer extraño, el gran problema es que no llegan proyectos para invertir», desvela un alto cargo comunitario. La situación es tal que se han visto obligados a aplazar el lanzamiento del portal web dirigido a los inversores donde se quieren centralizar toda la cartera de proyectos de más 10 millones ofertados. Ahora cuentan con unos 60, pero se quiere esperar a que se supere el centenar con holgura. El verano es el límite elegido para su puesta en marcha. Además, hay que tener en cuenta que lo que se busca es la antítesis del plan E de Zapatero, es decir, que los proyectos deben tener un importante componente de innovación en sectores clave como las energías renovables y ser una verdadera inversión a futuro, no un gasto.
La cultura de la subvención
Aunque pueda parecer una maraña burocrática 'made in Brussels', el vicepresidente de Empleo, Crecimiento e Inversión, Jyrki Katainen, ha recorrido toda Europa y medio mundo estos últimos meses para demostrar lo contrario. El problema es de concepción, de mentalidad, «de combatir la cultura de la subvención tan extendida en Europa», sobre todo en los países más pobres y tradicionalmente perceptores de ingentes cantidades de fondos públicos. Ahora hay que proponer, crear instrumentos financieros para gestionar la inversión, buscar un retorno... Pero claro, competir con una transferencia bancaria de Bruselas para gastar como la capital de turno quiera es complicado.
El plan Juncker está reforzando la idea de la Europa de las dos velocidades, en la que las grandes potencias, habituadas a este tipo de funcionamiento administrativo, están decididas a sacarle el máximo partido. Y aquí, España no sale muy bien parada, sobre todo teniendo en cuenta el histórico papel que el país juega con el BEI. En 2015, financió proyectos por valor de 11.933 millones, lo que hizo que España liderase la clasificación de países más beneficiados por duodécimo año consecutivo.
Las cifras lo avalan, pero la percepción de la Comisión es que Francia, Italia y Reino Unido tienen «clarísimo» qué quieren hacer (ver gráfico), algo que no parece ocurrir con España, donde se han logrado movilizar de momento 2.500 millones en el capítulo de infraestructuras e innovación que crearán 5.500 empleos. Entre otros proyectos, destaca uno de Grifols sobre Alzheimer, otro gasístico de Redexis y uno de Abengoa sobre biotecnología. Respecto a la financiación de pymes, el impacto estimado es de 3.400 millones. ¿Mucho? ¿Poco? Mejorable. Y no hay que olvidar que como ocurre en el BEI, aquí no hay cuotas por países. Triunfará el más listo de la clase.