Competir es de perdedores, así se justifican los nuevos monopolios
Los monopolios están de vuelta.
Después de décadas de consenso en el que eran considerados un peligro para la eficiencia económica retornan con todas sus consecuencias. Lo hacen, además, envueltos en celofán ideológico.
El asunto se ha convertido en debate de actualidad. Joseph Stiglitz, advierte que "ha llegado la nueva era de los monopolios" como resultado de un sistema capitalista que desemboca “en una rápida concentración de la riqueza y los ingresos”.
Paul Krugman ha atacado el monopolio de Amazon y las consecuencias del también monopolio de Verizon que puede establecer el precio que quieran a sus clientes y los salarios que prefieran a sus empleados, aprovechando su posición de dominio. La preocupación por los nuevos monopolios es compartida también por muchas otras instituciones y economistas como Larry Summers.
El mito de los monopolios creativos
Lo singular de este retorno es que viene acompañado de argumentos que los defienden abiertamente como símbolo de una nueva normalidad. La idea la lanzaba, en primer lugar, Peter Thiel, cocreador de PayPal, en un artículo publicado en el WSJ, cuando pedía a la comunidad de científicos sociales que se “eliminara para siempre la connotación negativa del monopolio”.
Porque un monopolio "es una empresa que es tan buena en lo que hace que ninguna otra puede ofrecer un sustituto para ello". Los argumentos son presentados en clave de modernidad.
En un mundo estático, un monopolista es solo un capturador de renta, alguien que se aprovecha de su poder para imponer precios y salarios y conseguir de los legisladores y reguladores un tratamiento favorable a sus intereses. Pero esos rasgos corresponden al pasado. Ahora, remarca, el mundo en que vivimos es dinámico y nos impulsa a inventar cosas nuevas y mejores todos los días.
Ahora, lo que surge por doquier son los monopolistas creativos que continuamente ofrecen a los clientes más opciones mediante la creación de nuevas categorías que amplían los horizontes y las aspiraciones de abundancia por el mundo. El ejemplo es, (¡cómo no!) Google, que "como no tiene que competir con nadie le permite centrarse en cosas como invertir en innovación y desarrollo, cuidar de sus empleados y tener más claros sus objetivos y estrategias, así como su impacto sobre el mundo." Otro es Amazon.
Al contrario que las empresas monopolísticas de otras épocas estáticas, no utilizan su poder indiscutible para subir los precios, sino que hacen lo contrario, se erigen como sirvientes del consumidor y nos han llevado a una era de precios bajos para todo". Los precios bajos, la deflación vista en positivo, son ellos.
Competir es de perdedores
En consecuencia, reclama a los gestores monopolistas salir del armario y no ocultarse, mostrar valentía en la defensa de las nuevas posiciones. Los "monopolistas mienten para protegerse. Puesto que quieren conservar sus beneficios del monopolio sin ser molestados, tienden a hacer todo lo posible para ocultar su monopolio por lo general y exagerar el poder de su competencia (inexistente)".
El discurso tiene su contrapartida evidente que se refleja en el mismo título del artículo: competir es de perdedores. Si el monopolio debe ser la aspiración positiva, entonces competir, es decir, el modo en que se gana la vida el 99% de las empresas, es una características de perdedores. De ese desprecio elitista se desprenden conclusiones evidentes sobre políticas públicas en innovación, competencia, regulación y gobierno corporativo.
No se trata de un discurso preparado para las primeras economías, ni se limita al mundo anglosajón. Cualquier batalla política que pretenda políticas antimonopolistas sufre el ataque conservador con los mismos argumentos, en realidad ardides, convertidos en consigna. Basta ver aquí los empleados por los liberales argentinos en su batalla interna contra Cristina Kirchner. Son tres “argumentos” tan falsos como contundentes: sin monopolios no hay innovación, los monopolios estimulan la competencia y los monopolios benefician a la gente. Forman parte de la música diseñada para acomodar a la sociedad a un presente en el que los monopolios, cual dinosaurios, retornan para dominar otra vez la Tierra, pero ahora deben ser aceptados porque, sin saber cómo, han pasado a ser buenos para el interés general.
La era de los monopolios tiene base tecnológica... pero también financiera.
La referencia a Google o Amazon como paradigmas monopolistas tiene una base lógica, pues su desarrollo está conectado en buena medida con las tecnologías digitales. Los costes marginales nulos en la distribución de bienes y servicios asociados a la información y la percepción de valor y utilidad creciente de los usuarios, según aumenta el tamaño de las redes, favorece nuevas economías de escala y la extraordinaria aceleración de la concentración empresarial como rasgo típico de la economía digital. Tamaño y concentración que desembocan en la creación en muy pocos años de oligopolios de dimensión global en cada sector de actividad. Si Ford o Toyota han tardado cien u ochenta años en convertirse en empresas de liderazgo global, Google, Twitter, Amazon o eBay lo han conseguido en 8 o 10 años, una décima parte del tiempo de aquellos. El resultado es un sistema de producción, distribución y consumo que potencia la rápida producción de ganadores únicos, con modelos de negocio que multiplican la tendencia tradicional a la concentración industrial de los sectores tradicionales. No solo aumentan los monopolios sino que aumentan los made in USA.
Los fenómenos de naturaleza económica quedan reforzados por la dinámica financiero-corporativa. El lanzamiento de nuevos servicios tecnológicos requiere de una capacidad financiera para soportar durante años crecimientos desorbitados para conseguir dimensión global. Y hacerlo incluso sin tener claros los modelos de negocio, algo solo soportable hoy por EE.UU. El hecho es que la capacidad financiera de Wall Street y del Nasdaq aporta un valor diferencial que refuerza a EE.UU en el monopolio de empresas líderes en tecnologías disruptivas. Así, las 10 mayores empresas tecnológicas del mundo por capitalización bursátil (Apple, Google, Amazon, Microsoft, IBM, Intel, Oracle, Qualcomm, Facebook y Cisco), son todas estadounidenses. Entre las más pequeñas que lideran sus mercados respectivos se encuentran eBay, Paypal, Linkedin, Skype, Twiter y Youtube.
Las consecuencias políticas y sociales Mientras los monopolios eran típicos de empresas públicas, la batalla contra los monopolios fue también una batalla que favorecía su privatización. Correspondían a las denominadas utilities, es decir a las empresas de servicios de red (telefonía, electricidad, agua, petróleo...) que conservaron su dimensión cuasi monopolista mientras recorrían el camino de la globalización. El actual tiempo de los monopolios viene precedido de un tiempo en el que los oligopolios privados se han desarrollado y globalizado sin límites ni resistencias.
Para conseguir neutralizar a la sociedad, como informaba The Economist, el gasto en lobby se ha disparado en EE.UU un tercio en la última década, hasta los 3.000 millones de dólares. La laxitud de los organismos de competencia está permitiendo que se formen gigantes empresariales que taponan el crecimiento de las medianas y pequeñas empresas y los sistemas de lucha antimonopolio. La llegada de los Google, Amazon, Microsoft y compañía nos coge predispuestos. Como señala Stiglitz, con la ayuda de fuerzas políticas conservadoras que justifican la laxitud en la lucha contra los monopolios, estas empresas han aprendido pronto a crear y mantener barreras de entrada a sus competidores. El hecho es que “hoy muchos sectores (telecomunicaciones, televisión por cable, buscadores de Internet, productos farmacéuticos y muchos más) no se pueden ver desde la lente de la competencia”.
Peter Thiel, impulsor de PayPal, recupera los debates del pasado. Resulta que "los estadounidenses mitificaron la competencia para salvarnos de las colas típicas del socialismo.” Pero, en realidad, el capitalismo y la competencia son opuestos” porque presiona a las empresas a “centrase tanto en los márgenes de cada día que no puede planificar el futuro a largo plazo” algo que solo puede conseguir a partir de los beneficios del monopolio. “Los monopolistas pueden permitirse el lujo de pensar en otras cosas aparte de hacer dinero; los no-monopolistas no pueden.” Krugman da la vuelta a las consecuencias reales de lo que significa ese pensar en otras cosas. "¿Por qué Verizon no quiere invertir, se pregunta? Probablemente porque no lo necesita. Cuando uno ha establecido suficientes barreras de entrada para impedir la aparición de competidores “no necesita gastar más para ofrecer un servicio mejor". La historia y el presente nos muestre que siempre fue así.
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