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14 de julio de 2016
Teorias ecónomicas y charsismo histórico
Teorías económicas y chartismo histórico
Crespo basa sus predicciones en lo que él denomina chartismo histórico, que es simplemente el examen de las oscilaciones de las variables económicas y la investigación de la periodicidad media con que ocurren fenómenos económicos como las recesiones, que en la economía de EEUU se dan en promedio cada 4,7 años (p. 25). El término chartismo deriva del inglés chart que es como se denominan las gráficas de series temporales que se utilizan en economía y finanzas. La esencia del método de Crespo es suponer que la economía tiene ciclos más o menos regulares. El libro es, sobre todo, un estudio de tipo descriptivo, con docenas de gráficas, sin ningún aparato estadístico-matemático ni econométrico.
Crespo no tiene demasiado respeto a las llamadas “ciencias económicas y empresariales”, que no son ciencias, aunque en general sí son bastante “empresariales”. Aunque Crespo no diga esto, sí dice que hay que tener claro que la economía “tiene de ciencia lo mismo que la farmacopea” (p. 267). Por otra parte afirma que las crisis y los cambios de dirección en los mercados financieros son previsibles mediante la identificación de los patrones de comportamiento de las variables económicas en las series históricas (p. 266). Se nota que Crespo no tiene formación de economista académico, porque no se va por las ramas teóricas de ninguna de las escuelas de pensamiento económico. Cita a personajes variados (Larry Summers, Ben Bernanke, Mario Draghi, Trotsky, Keynes, Marx…), pero sus citas son sobre todo retóricas y nunca expone una visión definida de cómo funciona en su opinión nuestra economía capitalista. Implícitamente queda claro que comparte muchas de las ideas habituales entre economistas, por ejemplo, la de que el sistema económico responde a las preferencias y necesidades de la sociedad. Así dice que es evidente que “con el tiempo la demanda de petróleo decaerá por razones de sensibilidad medioambiental” (p. 182). Ojalá fuera cierto. Lamentablemente los hechos indican que “al sistema” le importa un comino el ambiente y todo hace prever que, dejando aparte la retórica de los acuerdos de París, de seguir la evolución normal en nuestro sistema económico, el consumo de petróleo y por tanto las emisiones de CO 2 seguirán aumentando, sobre todo en las épocas de expansión, sin que se pongan en marcha políticas preventivas del cambio climático efectivas para reducir esas emisiones.
Crespo es un empirista, dicho sea sin ninguna intención peyorativa. De hecho, la carencia de teoría puede ser una ventaja si, como en el caso de Crespo, de lo que se carece es de un enorme pedrusco conceptual como el que oculta a muchos de los economistas académicos las características principales de nuestro sistema económico. Crespo no parece cegado como tantos economistas por la idea de que los mercados, guiados por “la mano invisible” de Adam Smith, que supuestamente armoniza los intereses privados, siempre producen respuestas eficientes. Tampoco parece comulgar con la idea, clave en muy diversas escuelas de economía académica, de que las crisis económicas, los periodos de recesión o depresión del ciclo comercial o industrial, pueden evitarse, aminorarse o incluso eliminarse. De hecho niega esa idea. Dice que los gobiernos suelen aparentar que dirigen la economía, cuando en realidad solo hacen “gesticulaciones normativas que, de manera casi completamente aleatoria , unas veces refuerzan la tendencia económica y otras la frenan, tanto al alza como a la baja” (p. 166, las cursivas son mías, J.A.T.). En esto Crespo demuestra tener un realismo del que muchos economistas carecen por completo. Pero ese realismo no es tan claro cuando Crespo discute el sistema financiero.
Crespo afirma que en la crisis del 2007 no se produjo pérdida de riqueza financiera gracias a la intervención de los bancos centrales y los gobiernos, que salvando a los bancos evitaron que se produjera una catástrofe mucho peor (p. 217). En una entrevista hace dos años Crespo también consideró correcto tanto que los gobiernos aumentaran de entrada el gasto público para aminorar el impacto de la recesión, como que luego reconsideraran esa política expansiva del gasto ante el aumento substancial de la deuda pública. ¿Suena esto familiar? ¿No es lo que hicieron y defendieron Rodríguez Zapatero en España y Obama en EEUU?
Pero, ¿es cierto como afirma Crespo —con el grueso de la profesión económica— que el salvamento de los bancos evitó males mayores? ¿Qué hubiera pasado si en los años que siguieron a la caída de Lehman Brothers los gobiernos hubieran dejado que los bancos quebraran? Lamentablemente, no podemos saberlo con seguridad, Crespo lo reconoce cuando hace la sabia consideración de que casi siempre es imposible saber qué hubiera pasado si ciertas políticas no se hubieran puesto en marcha (p. 69).
Antes de ser director de la Reserva Federal, Ben Bernanke había afirmado que las quiebras de bancos durante la década de 1930 en EEUU fueron una de las causas principales de que la depresión fuera larga y profunda. La inferencia es que las quiebras bancarias han de evitarse a toda costa para evitar males mayores. Eso fue lo que promovió Bernanke como director de la Reserva Federal y lo que hicieron múltiples gobiernos cuando el sistema financiero comenzó a tambalearse en 2008. Pero un examen detenido de los hechos cuestiona el razonamiento de Bernanke.
La Gran Depresión comenzó a finales de 1929 y ya en 1930 aumentó el número de quiebras bancarias. Las quiebras se concentraron en determinados meses, por ejemplo en diciembre de 1931, cuando el volumen de depósitos en bancos quebrados alcanzó 277 millones de dólares. Las cifras correspondientes fueron 219 millones en la crisis bancaria de enero de 1932, 133 millones en las crisis de junio de 1932 y de enero de 1933 y esto fue la descomunal traca final 3.276 millones en la de marzo de 1933. De forma que las crisis bancarias de la Gran Depresión tuvieron lugar después de que se hubiera iniciado la contracción de la economía real y fueron aumentando en intensidad hasta alcanzar su clímax en la primavera de 1933. Luego, en el verano de 1933 la economía comenzó a recuperarse, el desempleo comenzó a bajar rápidamente y la expansión se mantuvo hasta la recesión de Roosevelt en 1937-1938. ¿Cómo es posible que, como afirmó Bernanke, las quiebras bancarias influyeran en que la depresión fuera larga y profunda, si una enorme proporción de las mismas tuvo lugar justo cuando la recesión de 1929-1933 se estaba acabando para dar paso a un periodo expansivo?
La idea de que las quiebras bancarias llevan a una catástrofe social y económica a evitar por todos los medios también contrasta con la reciente experiencia de Islandia, el único país en el que el capital bancario sufrió seriamente durante la crisis de 2008-2009. Los bancos islandeses habían alcanzado tales dimensiones en comparación con la economía del país que era completamente imposible salvarlos, y se vinieron abajo. Hubo pérdidas, claro, de los accionistas y de depositantes extranjeros, por ejemplo británicos, que habían puesto sus fondos en los bancos islandeses. Pero la recuperación de la economía islandesa fue muy rápida. Por el contrario, en España, Grecia y otros países donde se evitaron las quiebras de bancos y solo ahorristas de cajas de ahorros tuvieron que asumir pérdidas (p. 52), la economía ha languidecido durante varios años. Incluso se podría decir que la crisis que se inició en España en 2008 llevó el paro a tales tasas astronómicas que fue de características incluso peores que las de la Gran Depresión en EEUU en los años treinta, así que una Gran Depresión no fue lo que se evitó. En EEUU la intervención para salvar a los bancos fue a finales de 2008 y comienzos de 2009, pero el desempleo siguió aumentando hasta marzo de 2010. Si el salvamento de los bancos “nos salvó” de algo a los demás, es muy dudoso, pero lo que no es dudoso es que salvó a los bancos y, sobre todo, a sus propietarios.
Respecto de estos temas, Crespo hace muchas matizaciones. Así dice que cuando se salva a los bancos para evitar un desastre económico, claro es mayoritaria la opinión de que se ha salvado realmente a los banqueros, confusión que resulta comprensible porque “al fin y al cabo a los responsables de la mala gestión (directivos) y de la mala administración (consejos) no se les han exigido ni unas responsabilidades mínimas” (p. 53). Desde luego que no, habría que decir. Aunque el exvicepresidente del Gobierno, exdirector del FMI y exdirector de Bankia, Rodrigo Rato, ha sido imputado en España por delitos de administración desleal, fraude fiscal, blanqueo de capitales y corrupción, esto parece solo una de unas pocas excepciones y, por ejemplo, en EEUU no ha habido nada que se parezca en relación a directivos de bancos. De ahí que se haya acuñado la expresión too big to jail, demasiado grande como para encarcelarlo, referida a los ejecutivos de bancos a los que se aplica la expresión too big to fail, demasiado grande como para que se venga abajo, con la que se justifica salvar a los bancos para “salvar la economía”.
Crespo dice que “la destrucción física o financiera de riqueza es una de las características de toda crisis. Y, al igual que la destrucción física en las guerras deja paso a una actividad económica en alza cuando estas se terminan porque se impone la tarea de la reconstrucción (…), la destrucción de recursos económicos y financieros propios de las recesiones abre la posibilidad de revalorizar mas fácilmente los recursos que hayan sobrevivido” (p. 218). Aunque el pasaje no es demasiado claro, Crespo parece aceptar que la destrucción de capital en las crisis posibilita la revalorización ulterior del capital que sobrevive. La consecuencia, que Crespo no extrae, es que evitar la destrucción de capital durante la crisis obraría como un lastre para el sistema económico. De hecho, uno de los periodos más notables de expansión del sistema capitalista fue el que se dio en las dos o tres décadas que siguieron a la destrucción de capital en todo el mundo durante el periodo 1930-1945.
La idea de que la liquidación de capital es un fenómeno clave de las crisis económicas y de su resolución fue básica en las teorías económicas de otros tiempos. Para Marx era uno de los mecanismos básicos para que la crisis diera paso a otro periodo de expansión. Pero con la creciente acumulación y centralización del capital permitir esa destrucción (que en gran parte se realizaba en crisis anteriores mediante devaluaciones de activos financieros e inventarios y cancelación de deudas) se les hace muy cuesta arriba a quienes gestionan las decisiones gubernamentales, políticos que tienen hoy vínculos múltiples y poderosos con los poseedores de capital.
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