Horas después de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, un hashtag se reprodujo en Twitter como la pólvora: #Calexit. Tardó poco en situarse entre los Trending Topic nacionales del país, y ocupó durante un puñado de días, de forma marginal y soterrada tras el gigantesco aluvión de reacciones a la inesperada victoria de Trump, la actualidad de los medios de comunicación. Su idea de fondo y su mensaje-fuerza era extremadamente simple: la independencia de California.
El movimiento, interpretable como una mera broma fruto de una eventual derrota electoral, tenía sus importantes apoyos. Por un lado, personalidades notables de Silicon Valley, angustiadas ante la perspectiva de un gobierno de Donald Trump contrario a sus intereses, comenzaron a coquetear con la idea. Shervin Pishevar o Jason Calacanis anunciaron su apoyo al proyecto, y otras personalidades públicas, como Evan Low, representante demócrata en el Congreso californiano, dijo que exploraría la posibilidad.
In the disastrous case that @realDonaldTrump is elected, I will explore intro of a bill to have CA secede from the union. #kiddingnotkidding pic.twitter.com/gRaIIZiGga
Las voces de Low y Shervin, entre otros, recogían el descontento de California y los estados de la costa pacífica estadounidense: abrumadoramente demócratas, el resultado les resultaba insoportable. Del mismo modo que los blancos obreros del medio oeste jamás se hubieran sentido representados por Hillary Clinton en la Casa Blanca, las poblaciones latinas, negras, asiáticas o blancas de clase media-alta de California tampoco digerían con facilidad a Donald Trump.
Entre ese grupo, uno ya había estirado del hilo lo suficiente como para llegar a otra conclusión: Yes California, sí a una California independiente.
El objetivo: introducir una propuesta de ley en el Congreso californiano en 2018 para obtener un referéndum por la independencia de California en 2019. La victoria de Trump les ha ofrecido un escenario estupendo para colarse en la esfera mediática. Al día siguiente de las elecciones, dentro de las miles de manifestaciones que se repartieron por las ciudades del país en contra de Trump, Yes California se plantó delante del Capitolio del estado, en Sacramento, al grito de "California es una nación, no un estado".
Van en serio. Y hay quien se los está tomando en serio, tanto a favor como en contra.
Durante la última semana, Los Angeles Times, quizá el periódico más importante de California, ha publicado diversos artículos sobre el #Calexit (que, admitámoslo, no tiene el mismo tirón publicitario que el inmejorable #Brexit).
Cartas al director honestamente asustadas ante la posibilidad que un nuevo movimiento político encolerizado y destartalado obtenga el beneficio de los medios y artículos de opinión, como este, en el que se critica el carácter poco solidario o cobarde de Yes California. Sus argumentos resuenan en España: "Si creamos una Bear Republic, los demócratas se convertirán en la minoría permanente en los restantes Estados Unidos de América". California es un estado progresivo, rico y poderoso: desde ahí debe cambiar el país.
Para Thad Kousser, profesor en la Universidad de San Diego y autor del texto, lo que los simpatizantes de Yes California deberían imitar es al Tea Party, que logró tomar parte del Partido Republicano, ganar elecciones e introducir sus políticas.
En cualquier caso, California lo tiene complejo: pese a que el estado, al contrario que Cataluña, sí puede convocar sus propios referéndums vinculantes (legalizó la marihuana el mismo día que el país elegía a Trump), una secesión tendría que pasar tanto por el Congreso como por el Senado. Es inviable que el resto del país permita al estado más rico y dinámico independizarse. Ni republicanos del interior ni demócratas de la costa este estarían demasiado interesados.
(Por no mencionar los ecos siniestros de la palabra "secesión" en EEUU).
Siempre nos quedará Canadá, California
Pero una vez entrados en el terreno de la utopía, ¿por qué no explorar otras alternativas?
Antes que la independencia, otra broma recurrente (esta vez sí: broma, no proto-movimiento político organizado) ha sido la de anexar California, Oregón y Washington a Canadá. Los tres estados de la costa pacífica son feudos demócratas, decantados en favor de los candidatos más progresistas.
Desde el punto de vista de la afinidad política, tienen más en común con la Canadá que el año pasado elegía a Justin Trudeau, paladín de numerosas luchasprogresistas (y paladín de otras tantas que no son tan progresistas, huelga decir) y meme andante. En la resaca posterior a Trump, periodistas y ciudadanos canadienses comenzaron a invitar a los estaodunidenses de la costa pacífica a unirse a su país, "dado que vuestas experiencias de voto son mucho más cercanas" a las de los canadienses.
El meme ha llegado a otros medios y al contrario que Yes California, se apagará ahí. Pero no es tan surrealista como pueda parecer (y recordemos que, con anterioridad, miles de estadounidenses reventaron la web de Inmigración del Gobierno de Canadá en búsqueda de información para mudarse allí).
De entre los diversos movimientos secesionistas de Estados Unidos (Texas, por supuesto, está a la cabeza), hay uno particularmente llamativo. Se trata de Cascadia, una nación de carácter abstracto que abarcaría gran parte de las Montañas Cascadia entre las fronteras de Canadá y Estados Unidos, y que tendría sus fundamentos éticos y políticos muy arraigados a la vida en el campo, la naturaleza y la armonía con el entorno que les rodea, una cosmovisión de carácter progresista tan afín al estado de Washington o Canadá.
Y aunque oscila entre lo irrisorio y lo serio, tiene su bandera, su simbología, sus límites territoriales, sus reivindicaciones y sus manifestaciones políticas (en forma de iconografía cascadiana en los estadios ¡de fútbol!). Y hasta sus movimientos musicales de carácter extremo ligados a la cultura vegana, natural y armónica de Cascadia.
Kudos, Cascadia, uno de los movimientos secesionistas más extravagantes que se conocen.
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