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22 de octubre de 2019

Contratos, separación y reencuentros de las Flama Gemelas



Dos Flamas Gemelas conversan, abrazadas, en un paradisiaco planeta de la galaxia mientras observan las estrellas. 

De vez en cuando dirigen su mirada hacia la Vía Láctea, la galaxia vecina en la que se encuentra el famoso y singular planeta llamado "Tierra".

— Me han propuesto ir... — le dice ella a él con una mezcla de preocupación y entusiasmo.
—Sabía que tarde o temprano solicitarían tu ayuda... Tu vibración, sabiduría y dotes sanadoras serían muy bien recibidas en ese planeta.

—Así es... Me siento muy honrada por la llamada del consejo local terrestre. Como bien sabes, es una oportunidad única que se les presenta a muy pocas almas a lo largo del Universo... No puedo fallarles. 

Y tampoco puedo desperdiciar la ocasión de experimentar en primera persona el cambio de conciencia de la Tierra, aunque ello suponga determinados sacrificios. Siento que debo ir y encarnar. 

Ayudar... Colaborar... Aportar lo que sé y lo que hay en mi interior...

A medida que pronuncia estas palabras, una lágrima de emoción se desliza lentamente por el rostro de ella. Su compañero la escucha orgulloso y embelesado: no hay palabras en ningún lugar del Cosmos para expresar la admiración y el amor que en ese instante surgen de su corazón. 

Sin embargo, tampoco puede evitar una honda sensación de tristeza ante la posibilidad de una inminente separación de su amada...

— Lo sé... —le dice ella adivinando sus pensamientos— 

Es lo primero que he pensado cuando el portavoz del consejo me ha sugerido abandonar Andrómeda y pasar una larga temporada como humana... 

Tendré que olvidarte y nacer en un mundo de contrastes, dual, sin apenas conciencia de mi lugar de origen. Me han advertido que la experiencia puede resultar muy dolorosa. Prácticamente insoportable. 

Las emociones y sentimientos humanos distan mucho de los nuestros. Allí hay sufrimiento, desamor, guerra, miedo... Nada que ver con la paz y el amor que reinan en nuestro planeta.

—Ni que decir tiene que yo estaré a tu lado. Solicitaré el permiso como guía espiritual y te acompañaré desde el mismo momento en que nazcas. Haré lo posible por que tus días en la Tierra sean felices y llevaderos...

Ella sonríe con ternura y suspira, al tiempo que toma la mano de él y la estrecha con fuerza.

—Que te conviertas en mi guía conlleva determinadas obligaciones y compromisos que has de estar dispuesto a cumplir... 

Entre ellos, respetar el plan de vida que elabore y no excederte a la hora de pretender ayudarme, manteniendo siempre una actitud de comprensión y aceptación ante todo lo que pueda ocurrirme. 

Conforme avance dicho plan de vida, es muy posible que tenga que pasar por momentos de absoluta tristeza, desolación e infelicidad. Recuerda que voy a ser humana y que, como humana, estaré sujeta a todo tipo de adversidades e infortunios. 

Por lo tanto, tendrás que habituarte a verme sufrir de vez en cuando; a observarme rota por el dolor (tanto físico como emocional); a aceptar las injusticias que a buen seguro habré de soportar por causa de mi condición de mujer (recuerda que en la Tierra todavía impera la superioridad del sexo masculino)... 

Y, sobre todo, tendrás que familiarizarte con una situación que ni yo misma soy capaz de asimilar con mi entendimiento actual: me "enamoraré" de algunos hombres terrestres y creeré haber descubierto el amor verdadero, olvidando por completo tu recuerdo, tu cariño y la eterna luz de tus ojos... 

Es inevitable: las reglas físicas de la Tierra exigen que cada ser humano se sienta atraído por otras personas (generalmente del sexo opuesto) para fomentar la procreación y supervivencia de la especie. Yo no seré una excepción... 

Si te decides a ser mi guía, tendrás que afrontar este tipo de situaciones y mantener una posición de absoluta ecuanimidad. Al igual que yo, no podrás echarte atrás: tendrás que presenciar mis dificultades, mis fracasos y mis relaciones "amorosas" cada día de mi vida, además de resultarte casi imposible mantener cualquier tipo de comunicación consciente conmigo. 

Tan sólo podrás arroparme con tu amor y contemplar mi encarnación desde una perspectiva elevada, sin juicios, dejando que experimente lo que deba experimentar y apoyándome de manera incondicional con tu energía. 

Solo podrás intervenir directamente (y sin que yo me dé cuenta) si mi vida está en peligro y todavía no ha llegado mi hora...

El silencio y las dudas se apoderan de ella, que siente en su interior la tristeza infinita de su compañero ante semejante exposición. Este, no obstante, consigue sobreponerse a la melancolía y reúne el valor suficiente para realizar la siguiente pregunta:

—¿Existe alguna otra alternativa?
—¿Otra alternativa?...
—Sabes bien a qué me refiero... Solo tú puedes leer mi mente aunque trate de ocultar mis pensamientos.

—Sí, claro que existe... pero el amor que nos une me impide planteártela abiertamente. Nunca, jamás, permitiría que lo hicieras. Es una labor mía, y por nada del mundo consentiré que te expongas a los mismos sufrimientos y penalidades que habré de atravesar yo.

— Por favor, dime: ¿qué te ha dicho el consejo? ¿Habéis hablado de mí?
— Lo que me haya dicho el consejo es secundario...

En esta ocasión es él quien lee los pensamientos de ella, que comienza a llorar confusa y desconsolada, sin otra opción que exponer toda la verdad.

— El consejo terrestre me daría permiso para encarnar en la misma época que tú..., ¿cierto?

—Sí... —balbucea ella entre sollozos—. Como flamas gemelas, se nos permite descender juntos y apoyarnos energéticamente en la distancia, existiendo siempre la posibilidad del reencuentro, el posterior reconocimiento y la misión conjunta. 

Sin embargo, tu encarnación no es necesaria: se requiere únicamente un alma de mis cualidades para ayudar a elevar el nivel de conciencia de la Tierra.

— Entonces está decidido: encarnaré contigo y nos reencontraremos físicamente. No te dejaré sola, aunque tenga que olvidar y enfrentarme a la ignorancia y el dolor.

—¡No sabes lo que dices! 

No es tan fácil ni tan romántico como parece: una vez allí, seremos como dos ciegos que caminan a tientas. 

Nuestras energías se sostendrán mutuamente mientras nuestros cuerpos físicos estén separados, pero el anhelo del reencuentro puede resultar especialmente frustrante y devastador: a nivel inconsciente intuiremos que hay alguien ahí fuera, a quien conocemos de otras existencias, que nos complementa y nos ama de un modo incomprensible para nuestra mente, pero no sabremos dónde se encuentra ni qué hacer para localizarlo. 

En esa búsqueda incesante, que puede llegar a ser enfermiza, es posible que tropecemos con otras personas y que creamos ver en ellas al ser que tanto anhelamos, quedando decepcionados una y otra vez y levantando muros a nuestro alrededor que nos protejan del dolor inherente a cada relación "amorosa".

— Entiendo... No suena muy alentador... Pero debe de haber alguna forma de allanar el camino y facilitar el reencuentro, ¿no es así?

— Efectivamente: la hay. 

Y es relativamente sencilla, pero muy complicada de llevar a cabo si nos perdemos en las ilusiones terrestres y en la frustración del fracaso sentimental. 

Escúchame bien e interioriza en tu alma lo que estoy a punto de decirte: 

Para que se produzca el reencuentro en la Tierra, hemos de liberarnos, precisamente, de la necesidad del reencuentro, ¿entiendes? 

Primero tenemos que haber hecho las paces con nosotros mismos, aceptándonos tal como somos y hallando en nuestro interior la luz y el amor que tanto deseamos. 

Asimismo, hemos de dejar atrás las relaciones que hayamos podido mantener y agradecer su enseñanza, liberándonos de cualquier tipo de apego, rencor o resentimiento. 

Esto también es válido para enamoramientos no correspondidos y etapas de soledad y confusión, muy frecuentes en el plano terrestre. 

Sean cuales sean los antecedentes afectivos de nuestra existencia en tercera dimensión, para iniciar plenamente una nueva etapa debemos dar por finalizadas las anteriores y dejarlas en el lugar que les corresponde. 

Solo así estaremos en disposición de reconocernos e interesarnos el uno por el otro cuando llegue el momento del reencuentro físico.

— ¿Quiere esto decir que existe la posibilidad de que no nos reconozcamos?... — pregunta él con cierto desasosiego.

— Así es... Y si te soy sincera, no puedo imaginarme reencontrándome contigo y pasando de largo, es algo que no puedo llegar a entender y que me causa una sensación de soledad desmesurada. 

Sería como encontrar un diamante en lo alto de una montaña y dejarlo caer al vacío... Ya ves: incluso aquí, en nuestra dimensión de luz y paz, comienzo a sentir el miedo y la desolación terrestre... 

Por ello no quiero que vengas conmigo: aparte de tener que enfrentarte a los mismos retos y desafíos que yo, podrías perderte en las ilusiones emocionales de tercera dimensión y acabar en la infelicidad más absoluta. 

Nuestros guías nos ayudarían en lo posible, pero finalmente somos nosotros los que tendríamos que aproximarnos conscientemente y observarnos sin juicios, reproches o expectativas, aceptando completamente nuestras respectivas sombras y permitiendo a nuestros corazones entrelazarse y amarse sin trabas, con total libertad...

Él queda pensativo y la abraza fuertemente contra su pecho, consciente de las dificultades que entraña embarcarse en la misma misión que su compañera. 

Ambos, sin necesidad de continuar la conversación, saben que encarnarán juntos y que se reencontrarán en algún momento y lugar del planeta Tierra, en esa galaxia espiral que ahora mismo brilla ante sus ojos. 

Cuando llegue ese momento, las miradas se cruzarán y las emociones se desbordarán, atrayéndose el uno al otro de un modo sorprendente e inexplicable. 

El resto de la historia es un misterio, pero los dos correrán el riesgo y confiarán en el amor que une sus almas...

(Javier López Alhambra)

Publicado por Comandante Namura

© Joan Ashtar 

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