¿Qué es un “supervolcán” o una “supererupción?” Ambos términos son bastante nuevos e inspiran una lógica inquietud en la gente. Los geólogos han empezado a utilizarlos en los últimos años para referirse a
erupciones volcánicas explosivas que expulsan unas diez mil veces más magma y cenizas que el Monte Santa Helena en 1980, una de las erupciones más explosivas en las últimas décadas.
Es difícil imaginarse una
erupción de tal alcance, pero la superficie de
la Tierra ha conservado indicios distintivos de muchas supererupciones masivas. Las capas expansivas de ceniza llegaron a cubrir grandes porciones de muchos continentes. Y las calderas vacías, cráteres que pueden tener un diámetro tan grande como 100 kilómetros, y que son lo que queda después de que un gran volcán se derrumba tras vaciarse su cámara magmática completa, sirven como recordatorios amedrentadores de supererupciones desencadenadas tiempo atrás en
Chile,
Estados Unidos, Indonesia y Nueva Zelanda.
La erupción de estos supervolcanes prehistóricos remodeló grandes áreas. El flujo de magma del Monte Toba en Sumatra, que entró en erupción hace unos 74.000 años, en lo que probablemente fue la mayor
erupción volcánica conocida, lanzó la colosal cantidad de 2.800 kilómetros cúbicos de magma, y dejó una gruesa capa de ceniza sobre todo el sur de Asia. En comparación, la cantidad de magma expulsado durante la erupción del Krakatoa en Indonesia en 1883, una de las mayores erupciones documentadas en
la historia, fue de unos 12 kilómetros cúbicos.
Los vulcanólogos siguen buscando respuestas a muchos enigmas sobre los supervolcanes. ¿Qué desencadena sus erupciones? ¿Por qué no entran en erupción hasta que las cámaras de magma alcanzan proporciones tan enormes? ¿Qué hay en su composición que sea distinto, en comparación con la composición que es típica de las erupciones normales? Y, quizá el enigma más trascendental: ¿Cómo podemos predecir cuándo entrará en erupción el próximo supervolcán?
Erupción volcánica. Foto:
USGS.
Sin embargo, hay una cosa en la que todos los expertos están de acuerdo: Aunque las supererupciones no son imposibles en la actualidad, son fenómenos muy raros, y las probabilidades de que se produzca alguna en el transcurso de la vida de cualquier persona que lea este artículo son sumamente pequeñas.
La supererupción más reciente se produjo en Nueva Zelanda hace unos 26.000 años. La siguiente más reciente, la erupción catastrófica del Monte Toba, se desencadenó alrededor de 50.000 años antes que la de Nueva Zelanda.
En total, los geólogos han identificado los restos de unas 50 supererupciones, aunque todavía no están claras muchas de las circunstancias que rodearon a esas catástrofes.
Cincuenta supererupciones pueden parecernos muchas. Sin embargo, cuando un grupo de científicos calculó la frecuencia aproximada de las supererupciones, descubrió que hay sólo 1,4 cada millón de años.
Eso no quiere decir que cada millón de años, a intervalos regulares, se desencadene al menos una supererupción. Podrían pasar muchos millones de años sin supererupciones, o muchos supervolcanes podrían entrar en erupción en un período corto. El registro geológico sugiere que los supervolcanes actúan en grupos, pero estos grupos no son lo bastante regulares como para servir de base a partir de la cual predecir futuras erupciones.
A lo lejos, el borde de la caldera del supervolcán de Yellowstone. (Foto National Park Service)
La erupción del
Tambora en Indonesia en 1815 fue 10 veces más potente que la de Krakatoa, y un centenar de veces más potente que las grandes erupciones recientes de volcanes como el Vesubio o el Monte Santa Helena. Provocó la muerte de más de 100.000 personas sólo en Indonesia, y lanzó a la atmósfera una columna de ceniza de alrededor de 70 kilómetros de altura. El impacto en el
clima global fue tan notable que a 1816 se le llamó el “año sin verano”.
Y todo esto siendo el Tambora un volcán pequeño en comparación con los supervolcanes más conocidos. Uno de estos podría crear el equivalente a un invierno nuclear global. Se desencadenaría una feroz devastación en un radio de cientos de kilómetros alrededor del sitio de la erupción. Y en buena parte del mundo se perderían cosechas debido a la caída de ceniza y, aún más importante, por el descenso rápido de la temperatura.
Un “lago” de lava. Foto: J.P. Eaton / USGS.
Existen en bastantes partes del mundo lugares que acogieron la actividad de supervolcanes y que podrían volver a ser escenarios de esa violencia colosal. Uno de los sitios más famosos de esta clase es el Parque Nacional de Yellowstone en Wyoming, Estados Unidos.
Toda
información que se obtenga sobre la actividad geotérmica de Yellowstone es importante, ya que este supervolcán, por ahora adormecido, experimentó tres erupciones colosales, hace 2 millones de años, 1,3 millones, y 640.000 años. Estas explosiones fueron 2.500, 280 y 1.000 veces mayores, respectivamente, que la erupción del Monte Santa Helena en 1980. Estas erupciones cubrieron hasta casi la mitad de Norteamérica con una capa de cenizas de muchos centímetros de grosor.
Los vulcanólogos no tienen modo alguno de predecir con total seguridad si un supervolcán entrará o no en erupción dentro de un siglo, una década o un año, pero las zonas del mundo más propensas a ese fenómeno devastador son vigiladas cuidadosamente por los expertos, y, tal como subraya Adam Voiland del Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA, hasta ahora no hay ni el menor indicio de que se esté preparando una supererupción.