¿Por qué la izquierda española está en contra de la nacionalización de la industria energética?
MANUEL MEDINA.
La anciana carecía de luz en su domicilio. Tenía 81 años y la empresa “Gas Natural” le había cortado el fluido eléctrico por falta de pago. A partir de las cinco de la tarde la mujer debía alumbrarse con velas. Por las noches tanteaba, casi a ciegas, con la torpeza propia de quien ha traspasado la frontera de los ochenta, el camino que separaba la cocina de la cama y la cama de la cocina. Para ella no había ninguna distracción. Ni tele, ni radio que la ayudaran a sobrellevar entretenida la pesada carga de su vejez. El invierno debía ser una dramática expectativa para esta mujer. Sucedió lo previsible. Se cayó o se quedó dormida. Y los escasos metros de su piso se convirtieron, vertiginosamente, en una enorme antorcha.
Este tipo de sucesos se producen en cualquier punto de la geografía del país, de forma casi cotidiana, todos estos “inviernos de la crisis”.
Independientemente de si la razón circunstancial que provocó el incendio fue o no un descuido de la señora, el desencadenante directo del dramático evento parece muy claro.
La responsabilidad objetiva de esta muerte, y de otros centenares que aparecen enmascaradas cada invierno como “incendios domesticos fortuitos”, recae sobre las grandes compañías energéticas y el “Consejo de administración” que protege sus intereses: el gobierno del Estado.
A diferencia de lo que sucedió con la anciana incinerada, para las empresas energéticas españolas la crisis económica no ha existido, ni existe. El pasado año los eléctricas obtuvieron unos beneficios nada menos que un 18% superiores a los de 2014. Forman parte del sector productivo del Estado español que más suculentos ingresos han logrado.
En el 2012 se embolsaron más del doble de lo que el mismo año habían obtenido las compañías europeas. En el curso de los nueve últimos meses , el conglomerado eléctrico de las empresas del Ibex 35 ingresó en caja la astronómica cifra de 27.000.000.000 €.
SIN ESCRÚPULOS, COMO CORRESPONDE A LA LÓGICA DE LOS GRANDES NEGOCIOS
Alrededor de medio millón de titulares del fluido eléctrico reciben cada año severos ultimátums en forma de avisos. A través de ellos, los poderosos de la energía eléctrica ponen entre la espada y la pared a varios millones de ciudadanos: o pagas o te dejamos sin electricidad.
La última opción se convierte en la más habitual, pues quienes se ven empujados hacia esa disyuntiva, en la inmensa mayoría de los casos no tienen trabajo o, como la anciana fallecida, tiene una pensión misérrima que les impide pagar los recibos.
Pero lo más trágico del tema es que una buena parte de la sociedad española ha terminado por aceptar con absoluta naturalidad esta inhumana agresión de los omnipotentes conglomerados eléctricos españoles.
Se trata de una agresión sin paliativos en contra de los sectores más sensibles de las clases populares, a los que los efectos de una crisis no provocada por ellos han colocado en una situación sin salida: pierden el empleo; como consecuencia no tienen ingresos; se ven imposibilitados para pagar los recibos, condenándoseles a vivir un invierno sin calefacción, sin luz, sin agua, ni comida caliente.
Se trata de una sofisticada crueldad que muestra cuál es la naturaleza del sistema económico bajo el que vivimos. Parece evidente que reivindicar en estos momentos la nacionalización de las multimillonarias empresas eléctricas debería ser algo que al menos los partidos que se reclaman pertenecientes a la “izquierda”, tendrían que estar demandando y agregando a sus programas económicos. Pero no es así.
“IZQUIERDA” VERSUS NACIONALIZACIÓN
La formación política Podemos, al calor publicitario del caso, convocó el pasado fin de semana movilizaciones para pedir peras al olmo. La nueva organización política se encuentra en unas circunstancias que la empujan, compulsivamente, a abanderar una “oposición” que un PSOE maltrecho y mortalmente desvencijado se ve incapaz de protagonizar. Se trata, no obstante, de una simple y circunstancial “bandera de conveniencia”, que no está avalada por proyectos programáticos transformadores.
De acuerdo con la práctica política que ha evidenciado en sus pocos años de existencia, solo tratan de aplicar barniz a la fachada del sistema capitalista, embelleciendo su grotesca fachada. Quizá, en el único gesto políticamente honesto de los últimos años, la dirigencia de Podemos en boca de Iglesias han hecho pública su convicción de que más allá de la socialdemocracia solo se encuentra el abismo.
Justo en esa línea, Podemos mendigó el pasado sábado, con más ruido mediático que movilización efectiva, que las gigantescas empresas eléctricas españolas “bajaran las tarifas” o que “tuvieran en cuenta”, con medidas paliativas, la situación económica de los más pobres. La experiencia histórica demuestra, sin embargo, que esa vía de paliativos es un camino hacia ninguna parte.
Tratan de suscitar vanas esperanzas en quienes desesperadamente desean agarrarse a un “clavo ardiendo”. Pero la realidad es que lo único que consiguen con ello es retrasar indefinidamente el momento en el que una parte importante de la sociedad termine asumiendo que sin cambios de raíz el sistema capitalista no tiene salida.
Podemos reclamó en su efímera jornada de protesta medidas “paliativas” para los usuarios a los que el Ibex 35 ha dejado sin luz, sin calefacción, sin comida, ni ducha caliente. En otro tiempo, también pidió “clemencia” a la gran Banca para lograr la paralizacion de los desahucios.
En la actualidad, los propios Ayuntamientos en los que Podemos tiene mayoría son incapaces de parar el tsunami de las órdenes judiciales de desalojo. Ahora sus portavoces ya ni se atreven a denunciarlos, ni mucho menos a aprovechar sus cargos institucionales para lograr la movilización popular. Pero los desahucios bancarios no solo continúan produciéndose, sino que en los últimos dos años incrementaron su número y ritmo.
Al igual que los desahucios no están ya dentro del eje de preocupaciones de Podemos, tampoco la nacionalizacion de las electricas figura en su programa.
Con exquisito cuidado, y atendiendo a los consejos de su plantilla de economistas neokeynesianos, retiraron sigilosamente del marco de sus reivindicaciones programáticas esta medida. Son arteramente conscientes de que reclamar hoy nacionalizaciones podría tener como efecto fulminante el fin de la tolerancia – cuando no de apoyo explicito – de los grandes grupos mediáticos que los promocionan.
LAS RAÍCES HISTÓRICAS DE LA INDUSTRIA ELÉCTRICA ESPAÑOLA
Desde el punto de vista histórico parece oportuno recordar que las empresas eléctricas españolas crecieron pujantes a lo largo de los últimos 50 años. Gozaron durante cuatro décadas del blindaje con el que la dictadura las protegía, frente a las reivindicaciones salariales de los trabajadores.
Las grandes familias propietarias, emparentadas a través de la dictadura, se forjaron precisamente cobijadas en los privilegios que prolijamente ésta les otorgaba.
Toda esa genealogia de grandes accionistas fue la que hizo posible no solo la prolongación del franquismo durante decenios, sino también la que urdió en 1978 la operación de la transicion haciendo posible el restablecimiento de una monarquia instaurada por el propio dictador, que garantizara la continuidad, sin ruptura, de su dominio politico y económico como clase sobre el resto de la sociedad española.
¿Qué es lo que impide hoy, pues, proceder a la nacionalización de ese complejo de multimillonarios negocios? ¿Cuál es la razón para la que la llamada nueva “izquierda emergente” se niegue a afrontar esta demanda?
Son interrogantes que los líderes de los partidos que se autoreclaman pertenecientes a la “izquierda” deberían estar en condiciones de responder ante la sociedad y ante sus propios militantes. Posiblemente las razones para que no lo hagan habrá que encontrarlas también en los mismos espacios en los que un día se convirtió a Felipe González o a Moral Santín en centuriones del Ibex 35 o de Caja Madrid.
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