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3 de marzo de 2017

25 años de Unión Monetaria, nada que celebrar... salvo su defunción




Jorge Amar Benet
Público.es



Este pasado día 7 de febrero se conmemoraban los 25 años de la firma del tratado de Maastricht que inició la andadura hacia la Unión Monetaria Europea (UME). Resulta llamativa la falta de entusiasmo y publicidad que se da a ese evento, comprensible cuando este año podría ser el del fin abrupto de este experimento socioeconómico, único en la historia, de separar a tantas naciones de sus monedas y al que las encuestan constatan su creciente falta de apoyo popular (GALLUP 2016).
 Ni la historia de las fallidas previas uniones monetarias que no fueron de la mano de uniones políticas (Eurozone Dystopia chapter 2 page 23). Ni las recomendaciones de los informes que la misma CEE hizo en los 70 (Eurozone Dystopia chapter 3). Ni las precauciones y avisos que diversos economistas hicieron en los 90 (WYNNE GODLEY). Ni la acrítica falta de debate en nuestro país sobre la UME, aquí era un suicidio profesional/político el cuestionar el tratado, recordemos sino cómo era ridiculizado Julio Anguita e IU a quienes nuestra historia reciente terminó dándoles la razón. Ni la patente evidencia de las desastrosas políticas procíclicas que se derivan de las reglas de Maastricht, como las tasas de paro juvenil superiores al 50%. Ni las lágrimas de cocodrilo que desde el FMI se vierten cuando implícitamente reconocen que le hubiera ido mejor a Grecia saliendo del euro (Financial Times). Ni la reluctancia a entrar en ese club de la anorexia económica de aquellos que se comprometieron a ello (Suecia, Polonia). Nada de ello hace mella en el pensamiento grupal de los eurócratas y sus valedores nacionales para que reflexionen y cambien de opinión.
¡Faltaría más! El euro ha sido un éxito total en lo que se refiere al desmantelamiento del estado de bienestar y el debilitamiento del factor trabajo, han contribuido a ello tanto el proceso eufemísticamente llamado de “consolidación fiscal” como la llamada “convergencia en los criterios” (siempre criterios financieros) dejando de lado el desempleo que pasó de ser un objetivo a batir, a ser un instrumento de política económica para mantener baja la inflación (NAIRU). Estas condiciones, obligadas por el tratado, alejaron a nuestro país de la senda de reducción de la brecha de gasto social (que desde finales de los 70 llegó hasta principios de los 90) que de haber continuado a ese ritmo se habría cerrado al iniciar el siglo XXI (Estado de Bienestar).
Uno de los elementos de la construcción de nuestro estado de bienestar fue el papel decisivo que tuvo la financiación monetaria de los déficits públicos (anticipos del banco de España), algo que la firma del tratado prohíbe de manera tajante. Otro elemento fue el mantenimiento de déficits públicos (incluso en las fases de expansión del ciclo) que superaban los límites que el tratado refuerza con el llamado “procedimiento de déficit excesivo”. De haber tenido que cumplir con las reglas de la UME nos hubiéramos visto impedidos de financiar la creación del estado de bienestar, pues el límite del déficit público del 3% lo hemos superado desde 1983 de manera constante hasta 1996. A esa reducción del déficit público le acompañó el progresivo incremento del déficit privado que tomó la forma de burbuja inmobiliaria, hinchándose ominosamente, hasta que la crisis financiera global le puso punto final. Ya conocemos todos lo que pasó después, basta con mirar nuestras desaparecidas cajas de ahorros, los desahucios record y el parque de viviendas sin ocupar.
El presente año se presentan toda una serie de hitos que pueden llevar a la desintegración de la eurozona, el caso de Italia con su banca en situación lamentable y que bajo las nuevas reglas del “bail in” supondrá, de realizarse en esas condiciones, una pérdida sustancial de los ahorros de pensionistas que han confiado en los títulos de esas entidades, las elecciones en Francia con un Frente Nacional que se coloca en cabeza en las encuestas, elecciones en Alemania con numerosas voces que cuestionan la política del BCE y quieren que se acabe el programa de compras y que incluso demandan que Grecia sea expulsada de la UME. Cualquiera de ellos demostrará que la supuesta irreversibilidad del euro, no era más que una declaración de intenciones al mismo nivel que las declaraciones de fidelidad y apoyo mutuo que acompañan el inicio de un matrimonio.
Que ese matrimonio entre las monedas de los países ha resultado en que unos maltratan a los otros, que las reglas no son iguales para todos, que la coacción y el insulto se convierten en lo cotidiano, solo pueden reeditar lo que Europa vivió en los años 30 sometida también al corsé del patrón oro y la depresión económica tras una crisis financiera, frente a la que la ortodoxia económica recomendaba (¡también lo hacían entonces!)... más austeridad. Veremos lo que sucede finalmente en Francia o lo que está sucediendo ya en Hungría, o el ominoso progreso de Alternativa por Alemania, mientras los eurócratas vuelven a recomendar el “waterboarding” a una Grecia exhausta, o a Portugal, o a España, y demonizan el déficit público reproduciendo la primera de las “15 falacias funestas del fundamentalismo financiero” que denunciaba el Nobel William Vickrey (WILLIAM VICKREY). Lo que está claro es que la resistencia a ese proyecto absolutamente ordoliberal que es el euro no cesa de crecer, lo que debemos plantearnos es quien se beneficiará de la caída, ¿Una ultraderecha xenófoba?, ¿Es todavía posible que la izquierda responda a este desafío y emprenda la demolición de toda esa estructura?
Jorge Amar Benet. Economista, Research Scholar en el Binzagr Institute, presidente de APEEP-Soberanía Económica.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

Jorge Amar Benet
Público.es



Este pasado día 7 de febrero se conmemoraban los 25 años de la firma del tratado de Maastricht que inició la andadura hacia la Unión Monetaria Europea (UME). Resulta llamativa la falta de entusiasmo y publicidad que se da a ese evento, comprensible cuando este año podría ser el del fin abrupto de este experimento socioeconómico, único en la historia, de separar a tantas naciones de sus monedas y al que las encuestan constatan su creciente falta de apoyo popular (GALLUP 2016).
 Ni la historia de las fallidas previas uniones monetarias que no fueron de la mano de uniones políticas (Eurozone Dystopia chapter 2 page 23). Ni las recomendaciones de los informes que la misma CEE hizo en los 70 (Eurozone Dystopia chapter 3). Ni las precauciones y avisos que diversos economistas hicieron en los 90 (WYNNE GODLEY). Ni la acrítica falta de debate en nuestro país sobre la UME, aquí era un suicidio profesional/político el cuestionar el tratado, recordemos sino cómo era ridiculizado Julio Anguita e IU a quienes nuestra historia reciente terminó dándoles la razón. Ni la patente evidencia de las desastrosas políticas procíclicas que se derivan de las reglas de Maastricht, como las tasas de paro juvenil superiores al 50%. Ni las lágrimas de cocodrilo que desde el FMI se vierten cuando implícitamente reconocen que le hubiera ido mejor a Grecia saliendo del euro (Financial Times). Ni la reluctancia a entrar en ese club de la anorexia económica de aquellos que se comprometieron a ello (Suecia, Polonia). Nada de ello hace mella en el pensamiento grupal de los eurócratas y sus valedores nacionales para que reflexionen y cambien de opinión.
¡Faltaría más! El euro ha sido un éxito total en lo que se refiere al desmantelamiento del estado de bienestar y el debilitamiento del factor trabajo, han contribuido a ello tanto el proceso eufemísticamente llamado de “consolidación fiscal” como la llamada “convergencia en los criterios” (siempre criterios financieros) dejando de lado el desempleo que pasó de ser un objetivo a batir, a ser un instrumento de política económica para mantener baja la inflación (NAIRU). Estas condiciones, obligadas por el tratado, alejaron a nuestro país de la senda de reducción de la brecha de gasto social (que desde finales de los 70 llegó hasta principios de los 90) que de haber continuado a ese ritmo se habría cerrado al iniciar el siglo XXI (Estado de Bienestar).
Uno de los elementos de la construcción de nuestro estado de bienestar fue el papel decisivo que tuvo la financiación monetaria de los déficits públicos (anticipos del banco de España), algo que la firma del tratado prohíbe de manera tajante. Otro elemento fue el mantenimiento de déficits públicos (incluso en las fases de expansión del ciclo) que superaban los límites que el tratado refuerza con el llamado “procedimiento de déficit excesivo”. De haber tenido que cumplir con las reglas de la UME nos hubiéramos visto impedidos de financiar la creación del estado de bienestar, pues el límite del déficit público del 3% lo hemos superado desde 1983 de manera constante hasta 1996. A esa reducción del déficit público le acompañó el progresivo incremento del déficit privado que tomó la forma de burbuja inmobiliaria, hinchándose ominosamente, hasta que la crisis financiera global le puso punto final. Ya conocemos todos lo que pasó después, basta con mirar nuestras desaparecidas cajas de ahorros, los desahucios record y el parque de viviendas sin ocupar.
El presente año se presentan toda una serie de hitos que pueden llevar a la desintegración de la eurozona, el caso de Italia con su banca en situación lamentable y que bajo las nuevas reglas del “bail in” supondrá, de realizarse en esas condiciones, una pérdida sustancial de los ahorros de pensionistas que han confiado en los títulos de esas entidades, las elecciones en Francia con un Frente Nacional que se coloca en cabeza en las encuestas, elecciones en Alemania con numerosas voces que cuestionan la política del BCE y quieren que se acabe el programa de compras y que incluso demandan que Grecia sea expulsada de la UME. Cualquiera de ellos demostrará que la supuesta irreversibilidad del euro, no era más que una declaración de intenciones al mismo nivel que las declaraciones de fidelidad y apoyo mutuo que acompañan el inicio de un matrimonio.
Que ese matrimonio entre las monedas de los países ha resultado en que unos maltratan a los otros, que las reglas no son iguales para todos, que la coacción y el insulto se convierten en lo cotidiano, solo pueden reeditar lo que Europa vivió en los años 30 sometida también al corsé del patrón oro y la depresión económica tras una crisis financiera, frente a la que la ortodoxia económica recomendaba (¡también lo hacían entonces!)... más austeridad. Veremos lo que sucede finalmente en Francia o lo que está sucediendo ya en Hungría, o el ominoso progreso de Alternativa por Alemania, mientras los eurócratas vuelven a recomendar el “waterboarding” a una Grecia exhausta, o a Portugal, o a España, y demonizan el déficit público reproduciendo la primera de las “15 falacias funestas del fundamentalismo financiero” que denunciaba el Nobel William Vickrey (WILLIAM VICKREY). Lo que está claro es que la resistencia a ese proyecto absolutamente ordoliberal que es el euro no cesa de crecer, lo que debemos plantearnos es quien se beneficiará de la caída, ¿Una ultraderecha xenófoba?, ¿Es todavía posible que la izquierda responda a este desafío y emprenda la demolición de toda esa estructura?
Jorge Amar Benet. Economista, Research Scholar en el Binzagr Institute, presidente de APEEP-Soberanía Económica.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

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