Las oficinas de Black Rock Inc. en Nueva York
Foto por: Scott Eells / Bloomberg
BlackRock, la primera gestora de fondos del mundo, es un gigante despierto que está cambiando el capitalismo.
Le sobra fuerza para intentarlo. Gestiona 6,3 millones de dólares –5,3 millones de euros–, casi tanto como el PIB de Alemania y Francia juntos. Habla de tu a tu con los gobiernos e instituciones financieras.
Les aconseja cómo actuar y lo mismo hace con las compañías en las que es el principal accionista. Entre ellas están, por ejemplo, el 88% de las empresas en el índice S&P 500.
El neocapitalismo de BlackRock es más monopolista –concentra la riqueza en menos manos– y la Comisión Europea teme que tenga un efecto pernicioso sobre la competencia que redunde en una mayor desigualdad.
También es más largoplacista. Busca rentabilidades para nutrir, por ejemplo, uno de sus principales negocios: los planes de pensiones de los asalariados que ya no confían en el Estado de bienestar. Es un capitalismo que reescribe las reglas del contrato social.También es un capitalismo más tecnológico pues confía en la inteligencia artificial para decidir cómo proteger y hacer crecer las inversiones.
La gestora mueve 5,3 millones de dolares, casi tanto como el PIB de Alemania y Francia juntos
Durante los últimos nueve años, BlackRock ha crecido a lomos del un mercado alcista y cada vez cuenta con más inversores. Administraciones públicas, fondos soberanos y ahorradores particulares le confían su dinero a cambio de un beneficio que entre 2007 y 2017 fue del 80%.
La gran mayoría de estos inversores, como reconoce Larry Fink, director general de BlackRock (en la foto), pierden confianza en el Estado y buscan en el sector privado las garantías de subsistencia que el sector público no ofrece.
Las herramientas de ahorro a largo plazo, como los planes de pensiones, son la prioridad de la compañía.
BlackRock, asimismo, ha demostrado que los gestores de fondos y no los bancos son los verdaderos actores globales. “Esta es la verdadera historia”, sostiene Daniela Gabor, profesora de Economía en la Universidad del Oeste de Inglaterra.
La banca, más regulada desde la crisis del 2008, pierde peso como motor económico en favor de los gestores de fondos, gigantes no regulados porque son meros intermediarios, agentes que pasan a sus clientes los beneficios y las pérdidas de sus inversiones.
El Tesoro de EE.UU., por ejemplo, no considera que sean un riesgo para el sistema, entidades demasiado grandes que, llegado el caso, deberían ser rescatadas.
Durante los últimos nueve años, BlackRock ha crecido a lomos del un mercado alcista y cada vez cuenta con más inversores
BlackRock y sus competidores son hoy los principales accionistas en casi todas las grandes multinacionales, corporaciones que no pueden ignorar sus consejos estratégicos. Bayer y Monsanto, por ejemplo, se han fusionado, en gran parte gracias a la presión de BlackRock, principal accionista de ambas.
Esta “common ownership” (poseer acciones de empresas del mismo sector) afecta a la competencia y, según Fiona Scott, ex fiscal antimonopolio del Departamento de Justicia de EE.UU., es una fuerza decisiva para consolidar los monopolios.
Margrethe Vestager, comisaria de la UE para la competencia, teme lo mismo y ha ordenado una investigación.
Cuando una institución tiene intereses en varias empresas que compiten entre sí –como es el caso de BlackRock– aparece un incentivo para reducir la competencia.
La comisión anti monopolio del Gobierno alemán considera, sin embargo, que la falta de incentivos a la competencia no puede atribuirse a lo que hagan los inversores institucionales como BlackRock.
BlackRock aconseja como actuar a los gobiernos y grandes compañías
José Azar, profesor en IESE, Isabel Teu, de la Universidad de Navarra, y Martin Schmalz, economista de la Universidad de Michigan, han analizado el papel de los grandes gestores de fondos en el sector de las líneas aéreas de EE.UU.
BlackRock y Vanguard están entre los principales accionistas de las cinco grandes y el precio de los billetes en algunas rutas principales se ha encarecido entre un 4% y un 10%. Azar considera que el efecto sobre la competencia es claro, y sobre la base de una falsa competencia, las compañías obtienen beneficios con más facilidad en detrimento del consumidor.
Michael Theurer, diputado del partido liberal (FDP) en el Bundestag, opina que “gracias a su gran tamaño, BlackRock tiene un poder de mercado que ningún Estado puede controlar.
Esto socava las reglas básicas de nuestra economía de mercado”. Lo que también preocupa a Theurer es que BlackRock pueda ser asesor de un gobierno –como lo fue del español para crear la Sareb– y luego beneficiarse de esta información privilegiada para decidir sus inversiones.
“Gracias a su gran tamaño, BlackRock tiene un poder de mercado que ningún Estado puede controlar.”
BlackRock sostiene que este conflicto de intereses lo ha solucionado levantando “murallas chinas” entre su división de consultoría y la de inversiones. Pero parece difícil que, de alguna manera, la información privilegiada no circule entre los consejeros y altos cargos de BlackRock. A raíz de su colaboración con el Banco de España, por ejemplo, BlackRock tuvo información privilegiada sobre los sectores financiero e inmobiliario, en los que invirtió con fuerza a partir del 2008.
Gigantes como Vanguard y State Street, además de BlackRock, utilizan su gran poder –el poder de voto en las juntas generales de accionistas– para influir en la estrategia a largo plazo de las empresas participadas. El beneficio de estas compañías redunda en el de BlackRock y sus clientes.
El mercado alcista les favorece. Los 6,3 millones de dólares que gestiona son un 20% más que hace un año. entre sus clientes cada día hay más administraciones públicas, como el Estado de California, que le ha confiado sus planes de pensiones.
BlackRock, por todo ello, también indica, según la profesora Gabor, “el declive del estado de bienestar”. Un Estado que, por ejemplo, reduce el déficit a costa de no proveer los gastos sociales del futuro abre una gran oportunidad a los gestores de fondos, convertidos en “instituciones sistémicas que reflejan cambios estructurales tanto en la organización de las finanzas como en el contrato social entre el ciudadano y el Estado”.
A raíz de su colaboración con el Banco de España, por ejemplo, BlackRock tuvo información privilegiada sobre los sectores financiero e inmobiliario, en los que invirtió con fuerza a partir del 2008
BlackRock nació en Nueva York en 1988 y sus principales atractivos desde entonces han sido ofrecer productos de inversión pasiva y una gran capacidad para minimizar el riesgo.
La inversión pasiva se realiza a través de productos como los ETFs (Exchange Traded Funds).
Estos fondos replican la composición de un índice bursátil y el objetivo es imitar su evolución. Sólo hay que seguirlo y para ello está la plataforma digital Aladdin.
Este es el sistema central de operaciones de BlackRock, un cerebro que le permite saber lo que tiene y lo que tendrá. Aladdin calcula el riesgo y toma las decisiones de compra-venta, y lo hace tan bien que BlackRock lo cede (a cambio de una tarifa) a otros inversores.
Cuando miles y miles de operadores (traders) ven el mundo a través del telescopio de Aladdin se dispara el riesgo de que un mal análisis provoque un desastre global. BlackRock, fiel a su filosofía, minimiza este riesgo con una fuerte inversión en inteligencia artificial.
Dispone de un laboratorio en Palo Alto y, al menos, un 25% de sus 13.000 empleados trabajan en el desarrollo tecnológico de los robots que analizan la información (big data) y aprenden solos a partir de su propia capacidad analítica. Las máquinas van a gestionar nuestra riqueza y BlackRock no es el único que piensa que van a hacerlo mejor que las personas.
BlackRock es tan grande y tiene tanta liquidez que el Banco de Italia también cree que supone un “riesgo sistémico”.
Si se retira de un mercado a la baja y otros le siguen, podría convertir una mera corrección en un crash. BlackRock, ha declinado comentar “on the record” esta y otras preocupaciones que despierta su tamaño y actividad.
De alguna manera, sin embargo, Fink entiende que BlackRock ayuda a consolidar el capitalismo monopolista y tal vez por ello el pasado enero advirtió a las empresas de la necesidad de hacer “una contribución positiva a la sociedad”.
Les aconsejó no fijarse tanto en los beneficios trimestrales como en mejorar su valor a largo plazo.
BlackRock puede ser una fuerza transformadora en la economía de mercado pero sin tocar su esencia, es decir, el crecimiento sin fin de los beneficios.
El capital, como decía el escritor John Berger, sólo puede existir como tal si se reproduce continuamente: “Su realidad presente depende de su satisfacción futura”.
Nuestro presente y nuestro futuro están en manos de BlackRock más de lo que muchos creerían razonable.
Créditos de la Investigación
La información de base este reportaje ha sido recopilada por el grupo de periodistas Investigate Europe formado por Crina Boros, Wojciech Ciesla, Ingeborg Eliassen, Nikolas Leontopoulos, Maria Maggiore, Paulo Pena, Jordan Pouille, Harald Schumann and Elisa Simantke.
Su trabajo es posible gracias a las contribuciones de Hans Böckler Foundation, Hübner & Kennedy Foundation, GLS Treuhand, Rudolf-Augstein Foundation, Fritt Ord Foundation y la Open Society Initiative for Europe. Investigate Europe coopera con las ONGs Journalismfund y N-Ost.
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