Ayer había tuits amenazando de muerte a Pedro Sánchez si se sacan los restos del dictador de su ridícula Valhalla particular. Da igual a dónde quieran llevarlos. A su casa o al osario municipal. Lo pecaminoso y delictivo a los ojos del facherío es moverlos. Quien entraba y salía en vida en el templo bajo palio, bajo palio debe seguir por toda la eternidad. Para eso ganó una guerra. Sin duda, la virulenta reacción de amenaza hizo vacilar al gobierno, afirmando que la decisión no estaba tomada.
No merece la pena discutir. No basta con haber ganado una guerra; hay que ganar la paz. Junto a los restos de Franco pasarán a la nada aberraciones como la Fundación Nacional Francisco Franco, dedicada a ensalzar la memoria de un delincuente y un tirano. Cosas que debían haber pasado hace cuarenta años. Como la prohibición de hacer propaganda del franquismo, el fascismo y el nazismo, tres primos hermanos, exhibir su simbología y realizar actos públicos de ensalzamiento.
Al parecer, se quiere convertir el adefesio en un lugar de la memoria. No es descabellado, dado que algo habrá que hacer. Lugar de la memoria por no decir de la vergüenza. Pero con dificultades. Al fin y al cabo, el problema no es solamente el traslado del cuerpo del dictador (y, de paso, del Ausente), sino el de miles de caídos de ambos bandos que allí yacen. Es decir, lugar de la memoria fúnebre, un cementerio, en el fondo. Pues bastará con considerarlo un memorial por los muertos de ambos bandos. Eso o dejarlo en rango de cementerio sin más con unas horas de cierre y apertura
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