En efecto, no hace falta ser un avispado analista para darse cuenta de que nuestro Gobierno no posee (a pesar de que se llene la boca con el nombre de "España" y de "los españoles") ningún proyecto de país, simplemente se limitan a ser los ayudas de cámara de los intereses de las grandes corporaciones, de los bancos, de la clase empresarial, de los grandes agentes económicos.
Pues está muy claro: privatizar (es decir, hacer pasar a su propiedad privada) todo lo que se pueda.
Vender el país al mejor postor, saquear y expoliar todo lo que se pueda, practicar una política de la desposesión y del despojo, y una transferencia de bienes y servicios desde las clases populares y trabajadoras hacia el gran capital.
Se trata de esto. No existe otro objetivo.
Y en la consecución de dicho objetivo se enmarcan prácticamente todas las estrategias políticas y mensajes que se hacen llegar a la ciudadanía para intentar legitimarlas.
Cuanta más privatización, mejor.
La privatización es el gran objetivo.
¡Hay que privatizarlo todo, hasta el aire que respiramos!
Hay que privatizar costas, montes y bosques.
Hay que privatizar infraestructuras.
Hay que privatizar servicios públicos.
Hay que privatizar los agentes que garantizan los derechos fundamentales y las libertades públicas (para luego proceder a sus recortes, claro está).
La privatización es el pan nuestro de cada día.
Es una práctica enfermiza, obsesiva y compulsiva.
El tsunami neoliberal lleva décadas creciendo, y cada vez crece más esa gran ola.
Una ola que lo arrasa todo a su paso,contribuyendo a disparar la desigualdad, destrozando lo público y engordando lo privado.
Una ola que es muy difícil de parar, pero que hay que parar como sea,porque es una ola que no se detendrá ante nada, y que no descansará hasta no haber privatizado absolutamente todo.
Pero para que toda esta obsesión privatizadora pueda estar mínimamente legitimada, la clase y el pensamiento dominante tienen que encargarse en primer lugar de difundir bien los mantras y dogmas en los que el neoliberalismo se basa, y que ya presentamos profundamente en este otro artículo.
Hay que difundir el consumismo desaforado, el culto social hacia los ricos y poderosos, la legitimación de la desigualdad, la competitividad, el individualismo egoísta, la mercantilización de todos los aspectos y facetas de la vida humana, el rechazo a los mecanismos de reparto, el paradigma del emprendimiento, la normalización de la corrupción, el desprecio a la naturaleza, o la negación de ciertos derechos (así como la exaltación de otros), entre otros muchos valores, para que el neoliberalismo imperante disponga de los bienes públicos que contribuyen al bien común y los vaya privatizando progresivamente, en aras de todos estos valores y objetivos.
Y una vez que las mentes de la inmensa mayoría social están preparadas, será más fácil proceder, sin prisa pero sin pausa, a la paulatina privatización de todos los aspectos de nuestra vida social, económica y política.
Estas prácticas privatizadoras se habrán legitimado entonces por la mayoría de la población, que entenderá que es lo correcto, que es lo que hay que hacer. Y en esas estamos.
Abundando en la cita de entradilla de Jorge Moruno, el objetivo final es que la clase dominante se haga cada vez más rica a costa de los de abajo (que pasa a ser mano de obra semiesclava y alienada), que el territorio se convierta en un parque temático especializado en determinadas inversiones rentables (eso sí, con "garantías jurídicas" para dichos inversores), y que el propio país deje de ser patria, deje de ser pueblo, para pasar a convertirse en una marca comercial más al uso, la famosa "Marca España" en nuestro caso, a la cual "perjudican" ciertos acontecimientos, porque "dañan la imagen exterior" de dicha marca.
Un panorama aberrante y desolador al que caminamos a marchas forzadas, y que resulta cada día más imparable.
La puntilla final nos vendrá de la mano de los Tratados de "Libre Comercio", que intentan además (por si acaso viene por la vía de la soberanía popular algún Gobierno que intente revertir todo este edificio de la privatización) blindar todas estas prácticas, convertir en irreversible todo este proceso de privatización a mansalva, impidiendo mediante determinadas cláusulas de dichos tratados (incluso recurriendo a procesos de arbitraje internacional privado, al servicio de las grandes empresas transnacionales) la posibilidad de que algunos bienes, productos o servicios puedan volver al ámbito de lo común, de lo estatal, de lo público.
Los agentes públicos (el propio Estado, sus diversas Administraciones, sus empresas y agencias públicas) son absolutamente demonizados, mientras se preconizan las ventajas y bondades de los agentes privados.
Y ello ocurre en todos los sectores.
Podríamos poner muchísimos ejemplos.
Tomemos el caso de Correos, la otrora gran empresa pública dedicada a los servicios postales, que está celebrando su tercer centenario con pérdidas record, y un recorte de personal de casi 10.000 empleados y empleadas en los últimos cinco años.
Recojo datos e informaciones de Antonio M. Vélez publicados en eldiario.es, que nos recuerda que tras ocho ejercicios de reducciones de plantilla, el peso de los funcionarios públicos ha caído hasta el 27,2%, suponiendo diez puntos menos que en el año 2011.
Toda una calculada estrategia para anular la capacidad de servicio público de esta gran joya de la corona, y ponerla paulatinamente al servicio del gran capital privado.
Correos era la mayor empresa estatal de España por número de empleados, y gozaba de solvencia financiera y de capacidad de servicio sobradas.
Los Presupuestos Generales del Estado(PGE) para 2017 han reducido casi un 70% la aportación pública para el funcionamiento de la empresa.
La asfixia de financiación pública aboca a la empresa a una caída en picado, reduciendo su capacidad y productividad, disminuyendo el personal, y criminalizando a los trabajadores de plantilla en campañas de claro acoso y derribo para justificar la disminución de su tamaño.
Correos es sólo un ejemplo del depredador modelo que la privatización nos muestra.
Podríamos poner muchísimos ejemplos más de empresas públicas que han recorrido o están recorriendo este camino.
Un camino que primero deslegitima socialmente la misión pública, para sembrar posteriormente el camino del hostigamiento a los trabajadores públicos, terminando por privatizar por partes (hasta llegar al todo) la empresa, y convertirla en un instrumento más del gran capital, sometido a su control y a sus principios corruptores.
Necesitamos imperiosamente detener este infernal camino privatizador.
Porque la privatización de cualquier empresa o servicio público no consiste sólo en un cambio en la titularidad de la propiedad, o en una "externalización" de la gestión de algunos de sus aspectos, sino que también implica la introducción de la perspectiva comercial y de búsqueda de beneficios de los proveedores privados, es decir, implica el cambio de filosofía en su propia actuación, en su misión, sus valores y sus objetivos.
Por tanto, se trata de interrumpir todo este proceso, para volver a recrear o reintroducir el sentido público en la administración de estas empresas y servicios, de volver a introducir el compromiso con el acceso universal, público y gratuito, de volver a recuperar la calidad en los mismos, de proporcionar servicios más asequibles para el conjunto de la ciudadanía, con mayor transparencia y democracia en su propio funcionamiento, promoviendo en ellos la participación ciudadana.
¿Podemos impedir el demencial avance de esta ola privatizadora? Podemos, si nos concienciamos sobre el peligro de la senda que llevamos, y si poseemos como pueblo la valentía y la voluntad política para revertir los efectos.
Aún estamos a tiempo.
Necesitamos en primer lugar denunciar la falacia de los dogmas neoliberales, la ausencia de fundamentación que explique sus efectos, la demostración de su fracaso, para a continuación proceder a impulsar una serie de mecanismos, medidas y decisiones que contribuyan a darle a la iniciativa y a la intervención públicas el sitio que nunca debieron perder.
Hemos de devolver al ámbito público la actividad relacionada con los servicios públicos fundamentales (alimentación, energía, transporte, agua, gestión de puertos y aeropuertos, banca, sanidad, educación, pensiones, empleo, vivienda, justicia, seguridad...), garantizando que ningún derecho humano queda al albur del ámbito privado, sino que es atendido desde el sector público.
Como norma general, y para su respectivo cumplimiento, cada derecho fundamental deberá estar cubierto por un servicio público que lo garantice.
Ello requerirá devolver al ámbito público (ya sea estatal, autonómico o municipal) los servicios, recursos, actividades y empresas privatizadas.
Pero para que todo ello culmine con éxito, también hemos de dar la batalla individual, la batalla personal, la batalla de los principios y de los valores, abandonando los valores imperantes del capitalismo y de la filosofía neoliberal, para que podamos aprender a convivir en armonía, fomentando el multiculturalismo, la diversidad, el respeto y la tolerancia, la convivencia y el compañerismo, y en este sentido, los aberrantes valores citados más arriba deben ser sustituidos por los valores de solidaridad, de justicia social, de igualdad, de cooperación, de culto a la propiedad social, a la propiedad colectiva y al bien común.
Detengamos esta peligrosa deriva privatizadora, que terminará por derribar todo lo que existe y que nos cohesiona como sociedad.
Hablamos del neoliberalismo como la base moral, conceptual, política, social y económica de nuestra sociedad actual, aquél conjunto de valores que predominan en el modelo de sociedad que padecemos. El neoliberalismo configura en el fondo toda la cosmovisión de la mayoría social, aglutinando la mayoría de los valores y comportamientos colectivos de los que hacemos gala.
Pero...¿cuáles son esos valores?
Hagamos primero una somera introducción:
el neoliberalismo como modelo económico, social y político presenta las siguientes características: teóricamente se basa en los postulados del economista Milton Friedman y su Escuela de Chicago.
Alcanzó dimensión mundial durante la década de los 80 con los gobiernos de Ronald Reagan en los Estados Unidos y de Margaret Thatcher en el Reino Unido (que fueron tomados como referentes), y se exportó de manera feroz a los países de América Latina durante la década de los 90.
Su modelo da prioridad a la lógica del mercado en la regulación, no sólo de la economía, sino de toda la sociedad en su conjunto.
El neoliberalismo es adalid de las grandes privatizaciones de empresas, servicios y sectores públicos en aras del capital privado, reduciendo drásticamente los fondos públicos destinados a su sostenimiento.
Propugna la liberalización del comercio internacional, y demoniza al Estado como interventor en la economía y promotor de políticas sociales.
Tiende a concentrar la regulación económica global en una serie de instituciones internacionales, normalmente dominadas por el capitalismo norteamericano (BM, FMI...), defiende la desregulación de los mercados financieros, así como la sustitución de la regulación económica estatal por la autorregulación controlada por las grandes empresas transnacionales.
El neoliberalismo conforma hoy día el pensamiento único, en el sentido de recoger los principales dogmas que se aplican a los campos político, social y económico, y que están ampliamente extendidos, difundidos y practicados por la inmensa mayoría de los países, y a su vez amplificados bajo el altavoz de sus voceros mediáticos.
Es el pensamiento dominante de nuestro tiempo, donde además, la globalización capitalista deja poco resquicio para poder escapar de él.
Pero más allá de sus concepciones políticas y sociales, que las podemos comprobar hoy día en la mayoría de los países del globo, nos interesan en este artículo los peligrosos valores en los que se basa.
Sin pretender hacer un catálogo exhaustivo, podrían ser los siguientes:
1.- El consumismo.
El consumismo determina la identidad por lo que se tiene, y no por lo que se es.
La fiebre consumista es necesitada por el propio motor económico capitalista, que está en la base del neoliberalismo, como un nuevo grado evolutivo del sistema capitalista.
Pero el consumismo desaforado deviene en otras consecuencias colaterales, ya que no sólo somos consumidores, sino también trabajadores, y la competencia por obtener bajos precios de los productos que compramos se traduce también en bajos salarios en nuestras condiciones laborales, como forma principal de abaratamiento de costes.
De hecho, las sucesivas reformas laborales llevadas a cabo durante los últimos años, han incidido especialmente en hacernos competitivos en un mercado globalizado, y esto sólo se consigue reduciendo los costes laborales y salariales.
La consecuencia inmediata y palpable es la precariedad laboral imperante hoy día.
Pero nuestra sociedad consumista también funciona gracias a otros mecanismos implementados en ella, y que garantizan su retroalimentación, como son la publicidad (cada vez más agresiva), la obsolescencia programada de los productos (cada vez más corta), y el crédito fácil y accesible (que fomenta el endeudamiento privado).
2.- El culto y adoración por los ricos y poderosos.
El dinero, la fama, el poder, las riquezas, las influencias, etc., van modelando un mundo artificial basado en el culto a las posesiones materiales, y a la veneración de los más ricos y poderosos, que son tomados como referentes y modelos a seguir.
Sus "éxitos" personales y empresariales son amplificados y vanagloriados, y su grado de influencia en las decisiones políticas y económicas llega a ser muy potente.
Los más ricos y poderosos, grandes empresarios y grandes fortunas (a los que se suman hoy día los actores y actrices, deportistas o escritores, etc., de primera línea) son la expresión misma de la desigualdad, ya que mientras la sociedad permite (y alaba) el crecimiento exponencial de su riqueza, permite que existan millones de personas que están justo en el otro extremo, es decir, en situación de pobreza y exclusión social.
3.- La banalidad y la frivolidad sociales.
Como en cualquier sistema de pensamiento dominante que se precie, el neoliberalismo despliega para su supervivencia y dominación un conjunto de prácticas, hábitos y comportamientos sociales destinados a la distracción de las mayorías sociales, para desviar su foco de atención sobre los asuntos realmente importantes.
En este sentido, tanto la propia evolución tecnológica (con las redes sociales) como los mensajes y formatos de los medios de comunicación contribuyen continuamente a esta filosofía de la banalidad, de lo superfluo, de lo intrascendente, de lo inmediato, de la alienación, de la frivolidad y de la estupidez social, que exaltan en grado sumo.
4.- La visión uniforme y excluyente de la sociedad.
Inmerso en una especie de cultura del odio, el neoliberalismo, como pensamiento dominante, descalifica y sataniza a cualquier sistema o modelo de sociedad alternativo al mismo.
En este sentido, su carga cultural se utiliza como arma arrojadiza contra los pueblos que libremente decidan emanciparse de la cultura y los valores del neoliberalismo, y pongan en práctica otros modelos.
El neoliberalismo por tanto no sólo es el pensamiento mayoritario, sino que además ejerce activamente todo su poder e influencia para no dejar de serlo.
5.- La legitimación de la desigualdad.
Para el neoliberalismo, la desigualdad es un proceso natural, una característica inherente de nuestras sociedades.
El neoliberalismo no entiende la desigualdad como una consecuencia lógica de su propio modelo, de sus propias decisiones, es decir, de sus propias políticas, sino que concibe, justifica y explica las desigualdades como si éstas fueran un accidente natural, contra lo que no se puede luchar, como un terremoto o una tormenta.
Para los fanáticos del pensamiento neoliberal, la desigualdad es intrínseca a los seres humanos, y tal como existen personas altas y bajas, gordas y flacas, negras o blancas, existe la desigualdad económica, política, social y de género entre ellas.
Por tanto, las políticas neoliberales jamás tendrán en cuenta las desigualdades sociales como un problema, ni se preocuparán por reducirlas o eliminarlas.
6.- La competitividad.
Pudiéramos afirmar que la competitividad es la base de la esencia capitalista propiamente dicha, pues al estar ésta basada en la legitimación y búsqueda del mayor beneficio económico, obtenido éste de cualquier forma y por cualquier medio, el ser competitivos está como decimos en la base de la concepción capitalista, y por tanto, también neoliberal.
Básicamente la competitividad es la lucha por ser el mejor, por ser superior al otro.
E incluso pudiéramos aceptar, desde el punto de vista antropológico, que cierto grado de competitividad es inherente al ser humano, pero nunca en el grado sumo en que es justificado por el neoliberalismo.
Este sistema hace de la competitividad un credo, una máxima suprema, un dogma per se, y premia y reconoce a los más competitivos (es decir, a los más agresivos) como los ganadores y supervivientes del sistema.
Este valor está muy relacionado con los anteriores, en el sentido de legitimar las desigualdades, y de reconocer y ofrecer culto a los que ganan, es decir, a los más ricos y poderosos de la sociedad.
7.- El individualismo.
Y para ser competitivos, para ser más agresivos, el neoliberalismo necesita despojarse de todas las ataduras y dependencias sociales.
De hecho, el neoliberalismo no cree en la sociedad, no cree en el ser humano como ser social.
El individualismo es la máxima expresión de este valor, pues impide y reniega de la socialización, y desacredita todo lo que huela a iniciativa, servicio o bien común, poniendo el foco de atención en los méritos, la capacidad y los logros personales, en su justificación de que el "éxito" de las personas, siempre tomadas aislada e individualmente, es responsabilidad únicamente de ellas y ellos mismos.
8.- La mercantilización de todos los aspectos y facetas de la vida humana.
Este valor tiene mucho que ver con el primero que hemos mencionado, es decir, con el consumismo en sentido estricto.
Para fomentar la iniciativa privada y los nuevos nichos de mercado, el neoliberalismo no puede poner trabas ni barreras a cualquier parcela de la actividad humana.
Y en este sentido, las ópticas neoliberales intentan abrir a la pura mercantilización (es decir, a convertir en un objeto más del mercado, sujeto a consumo, a oferta y demanda) todas las actividades, parcelas, aspectos y facetas de la vida humana.
Comenzando por el propio trabajo (que se convierte en un simple "empleo"), incluso los derechos humanos más básicos y fundamentales se van convirtiendo en mercancía (la vivienda, la alimentación, los suministros básicos, los servicios públicos del Estado Social o del Bienestar, etc.).
Y así, en su fundamentalismo de mercado, el neoliberalismo apuesta por una reducción del tamaño del sector público (Estado y sus Administraciones, y empresas públicas), para así reconvertirlas al mercado de la iniciativa privada.
La mercantilización es un valor muy peligroso, pues cuando nos introducimos en su dimensión, renunciamos a la rentabilidad social que pudiera tener dicho producto o servicio, y sólo atendemos a su rentabilidad económica, destinada a enriquecer a los agentes o actores económicos que intervienen en su mercantilización.
9.- La alergia a los mecanismos de reparto.
El neoliberalismo desprecia absolutamente todo lo que implique reparto. Y ello porque el reparto implicaría cierto grado de solidaridad, lo cual es contrario al neoliberalismo.
Bajo sus dogmas y principios, que estamos relatando, todo lo que implique algún tipo de reparto o de redistribución (y sobre todo si es controlada por la intervención pública) es absolutamente descartado.
Y así, por ejemplo, el reparto de cuotas de mercado, el reparto (o redistribución) de la riqueza, el reparto del trabajo, etc., son siempre mal vistos por el neoliberalismo, que ataca ferozmente cualquier iniciativa que tienda a implementarlos, aunque sea tímidamente.
10.- La privatización de los servicios públicos.
Es en realidad continuación y consecuencia directa de los valores que hemos relatado más arriba.
Porque está en la base conceptual del neoliberalismo la creencia de que la iniciativa privada siempre gestiona mejor que la pública, y además ésta resulta insostenible.
Su famoso mantra de que el "todo gratis" (que ya de por sí resulta una falacia, pues los servicios públicos se financian a través de los impuestos de todos) es insostenible, les lleva a justificar que la iniciativa privada se introduzca y se vaya apropiando de la gestión de los servicios públicos y universales (que dejarán de serlo), incluso los que atienden a los derechos humanos más fundamentales.
11.- El emprendimiento.
El paradigma del emprendimiento personal propugna básicamente que todos debemos hacernos empresarios, hombres y mujeres de empresa, o bien autónomos, tanto de nosotros mismos, como también de los demás.
Es la quintaesencia que en realidad obedece a los valores de la competitividad y del individualismo, mencionados anteriormente.
Y así todo forma parte de una cadena evolutiva conceptual: soy individualista (no creo en la sociedad), soy competitivo (tengo que competir con el resto de los individuos para poder triunfar a toda costa), soy empresario (aunque sea de mí mismo).
Podríamos decir que es la forma natural de expresarse socialmente en el neoliberalismo, es decir, poseer tu propia empresa.
Para el pensamiento neoliberal, los empresarios son los grandes creadores del empleo y de la riqueza de una sociedad (lo cual es absolutamente falso), y a ellos/as debemos agradecerles el crecimiento económico, la iniciativa y el riesgo personales, la creación de empleo y el aumento de la riqueza de un país.
En este sentido, el "emprendedor" es venerado siempre como modelo a seguir.
12.- La normalización de la corrupción.
De cara a la galería, el pensamiento neoliberal y sus adalides fomentan un discurso contrario a la corrupción, la atacan y dicen velar por minimizarla, e incluso erradicarla, pero en el fondo, el neoliberalismo normaliza, suaviza y disculpa la corrupción como no puede ser de otra manera, pues prácticamente el conjunto de sus valores tienden a introducir o permitir cierto grado de corrupción.
Y ello porque la corrupción sí que es parte inherente del sistema (y no las desigualdades, tal como ellos creen), la corrupción (o al menos cierto grado de ella) es la materia prima del pensamiento capitalista y neoliberal, pues desde el punto de vista en que se legitima la competitividad, el emprendimiento, la competencia, el individualismo y el desprecio al bien común, la mercantilización de todas las actividades, y el culto fanático al consumismo, todo ello no puede sostenerse sin que la corrupción sea siquiera mínimamente tolerada y auspiciada.
Porque...¿acaso no es corrupción un desahucio?
¿No es corrupción soportar una tasa de paro del 20%?
¿No es corrupción la privatización de un sector público rentable socialmente?
¿No son corrupción los recortes en sanidad o educación, ejecutados además por personajes que poseen enormes cuentas en paraísos fiscales?
¿No son corrupción las "puertas giratorias"?
¿No es corrupción rescatar a los bancos, mientras hay gente buscando comida en la basura?
El neoliberalismo necesita corruptos y corruptores, así como un sistema que los encubra y los proteja. Hablamos entonces de una cierta corrupción institucionalizada.
13.- El desprecio a los animales y a la naturaleza. El pensamiento neoliberal no es sólo egocéntrico, individualista y perverso, sino que también ejerce un desprecio absoluto al resto de animales, y al planeta y la naturaleza donde todos habitamos, y de la que todos formamos parte.
Desde este punto de vista, tanto los recursos naturales como el resto de animales son sometidos bajo el neoliberalismo a todo tipo de experimentos y de explotación, y jamás son reconocidos como sujetos de derechos.
El neoliberalismo (como fase evolutiva del capitalismo) legitima la explotación salvaje de todos los recursos naturales, el saqueo y destrucción de la propia naturaleza como objeto de despojo, la mercantilización de personas y recursos en su endiablado ciclo de expansión del capital, y el uso y abuso de los animales únicamente en su vertiente de servidores del hombre y para el hombre.
El expolio de los recursos naturales (que a veces sirve incluso de excusa para las guerras y conflictos armados), la explotación de las especies animales, y el propio cambio climático son acciones y consecuencias directas de las indecentes políticas llevadas a cabo bajo el neoliberalismo.
14.- El culto al heteropatriarcado.
El conjunto de las desigualdades llevadas al terreno de las relaciones humanas no comprenden sólo a las desigualdades económicas, entre ricos y pobres, entre incluidos y excluidos, sino que también se introducen en otros campos, como son aquéllos que tienen que ver con el sexo (desigualdades de género), con las razas o etnias (racismo, discriminación, xenofobia, etc.), y con la diversidad sexual (discriminación hacia el mundo LGTBI).
El conjunto de las desigualdades llevadas al terreno de las relaciones humanas no comprenden sólo a las desigualdades económicas, entre ricos y pobres, entre incluidos y excluidos, sino que también se introducen en otros campos, como son aquéllos que tienen que ver con el sexo (desigualdades de género), con las razas o etnias (racismo, discriminación, xenofobia, etc.), y con la diversidad sexual (discriminación hacia el mundo LGTBI).
En este sentido, el culto al patriarcado (en concreto al heteropatriarcado, es decir, al patriarcado bajo los valores de la heterosexualidad) es legitimado desde el neoliberalismo, aunque aquí es donde quizá las posturas estén más relajadas y permisivas, y hayan evolucionado en mayor grado hacia la integración de todos los colectivos.
De todos modos, en nuestras sociedades neoliberales, y en conjunción con todo lo anterior, los valores patriarcales se continúan transmitiendo y cultivando, que son aquéllos que básicamente relegan a la mujer a un segundo plano, y la discriminan con respecto al hombre en cuestiones económicas (división sexual del trabajo, feminización de la pobreza, brecha salarial, etc.), y sociales (micromachismo, cosificación de la mujer, violencia de género, etc.).
El neoliberalismo, a medida que nos introduce más en su terreno, y para legitimar sus posturas, ha de manipular en su favor el catálogo de los Derechos Humanos, despreciando o ignorando muchos derechos reconocidos desde hace siglos (o décadas), y dándole valor a otros muchos de forma interesada.
El paradigma del derecho que el neoliberalismo defiende a capa y espada es el de la propiedad privada, que según su pensamiento, es un derecho básico, fundamental e inalienable, hasta tal punto que no sólo colocan por delante de otros muchos derechos, sino que además instauran variantes del mismo para poderlos defender.
Por ejemplo, mientras no se defiende el derecho humano a una vivienda, se defiende el derecho a la propiedad (privada) que un banco puede ejercer sobre una vivienda.
Para ellos es superior el derecho de propiedad que un banco pueda poseer sobre una vivienda que el derecho de una persona o familia a poderla habitar si lo necesita.
Y de esta forma, camuflan muchos derechos que no existen bajo su dogma "liberalizador" (como el derecho a la "libertad de enseñanza"), mientras denigran o no reconocen ciertos derechos individuales o colectivos (como el derecho a la paz, el derecho al aborto, el derecho a un puesto de trabajo, etc.).
Otra variante se produce con los derechos emergentes, pues mientras atacan a los colectivos LGTBI, dicen defender "el derecho a la vida" (y por ello están en contra del aborto, en realidad bajo una concepción fundamentalista religiosa), o dicen defender el "derecho a ser padres" (y por eso muchos defienden, por ejemplo, la gestación subrogada).
En fin, los 15 principios o valores del neoliberalismo que hemos presentado aquí no agotan el catálogo, como ya advertimos al principio, sólo intentan componer un puzzle para que los lectores y lectoras tengan una visión de conjunto, cuanto más compacta, coherente y homogénea mejor, sobre las peligrosas bases del pensamiento neoliberal.
Cuidado con el neoliberalismo, pues como estamos viendo, si no somos capaces de revertir y minimizar el efecto de estos perversos valores, estaremos caminando hacia sociedades cada vez más injustas, crueles, despóticas, insensibles y deshumanizadas.
El neoliberalismo y los agentes sociales, políticos, económicos y mediáticos que lo defienden y lo desarrollan representan un gran peligro para la Humanidad.
Sólo desde una decidida lucha por rescatar los valores que defienden a la sociedad, al componente social del ser humano, a la naturaleza, a los derechos humanos y del resto de animales y especies, recuperando la armonía, la igualdad, la inclusión, el pensamiento crítico, la dignidad, la cooperación, la solidaridad, el buen vivir, los bienes y servicios públicos, la democracia y el respeto a la soberanía popular, será posible ir poco a poco revirtiendo los peligrosos valores de este neoliberalismo que nos destruye.