Exhumar los restos de Francisco Franco no será tarea fácil si de una exhumación profunda se trata. Sacar los restos de un féretro no es suficiente para hacer justicia a los miles de asesinados, perseguidos y expulsados por una dictadura. Pero no es poca cosa atreverse a desmontar un monolito simbólico que, derechas y ultraderechas, han defendido y defienden como bandera de sus peores aberraciones criminales. Por cierto, tampoco es un “mérito” atribuible como victoria política significativa a una sola ocurrencia de coyuntura. Hay generaciones enteras comprometidas con esa lucha en tierras propias y ultramarinas. Todavía en Latinoamérica se perciben los tufos de la dictadura franquista.
Exhumar los restos del dictador, además de ser un reclamo de partidos y organizaciones de izquierda, es un repudio en el alma de toda aquella persona digna que no entiende la vida política basada en asesinatos o persecuciones. Lucha de cuerpo y alma de miles de personas ha sido humillada mientras alegremente se puede visitar la tumba de Franco en un lugar para el jolgorio de los desmemoriados y de los no tanto.
Franco, y todos sus cómplices, sometió a España desde el final de la “Guerra Civil” (1936-39) hasta su fallecimiento en 1975. Y eso no ha desaparecido. Queda un menú completo de dimes y diretes exhibiendo palabreríos a destajo, en pro y en contra, de que se toquen los restos y la herencia simbólica impuesta a la posteridad por el capricho de los contertulios del franquismo. Vivos y muertos. La Iglesia anunció que no se opondrá al traslado y algunos descendientes insisten en que la tumba es intocable. Lo importante es lo que diga el pueblo español que ha sido desmembrado a sangre y muerte, en cuya memoria la cosa sigue tan fresca como fresca está la tumba del dictador. Con presupuesto del Estado.
En mayo de 2017 el Congreso de los Diputados aprobó la iniciativa para la exhumación del dictador. Dicen que el presidente ejecutivo de la Fundación Francisco Franco, Juan Chicharro, sostiene airadamente que “un cadáver pertenece a su familia, y una exhumación sin el permiso de la familia es una profanación, que es un delito, y habría una querella”. ¿Dijo algo de los miles de cadáveres arrebatados a miles de familias, o algo dijo sobre las miles de exhumaciones imposibles bajo las fosas comunes que aún no se han abierto? Recordemos que “todo está guardado en la memoria”. Cada 20 de noviembre se recuerda la muerte del dictador que dejó su puesto a Juan Carlos y éste a su vez a su hijo. La monarquía sigue tan campante. Mientras tanto las penurias generales de los trabajadores no se taparán con la exhumación de un símbolo de la dictadura franquista, ni habremos de permitir que generaciones de millones de jóvenes tapen la memoria con plañideras de Tirios ni Troyanos.
Son centenares de miles de personas asesinadas, expulsadas, perseguidas por un Estado fascista y no podemos caer en ninguna emboscada efectista que, incluso teniendo las mejores intenciones, no debe ser usada para dar por saldado un pasado macabro que aun vive en las entrañas de la España actual. Debe estar viva en la memoria del pueblo, no para comerciar con el dolor ni maquillar la explotación feroz de los trabajadores españoles que, tanto bajo el franquismo como hasta el día de hoy, soportan todos los pesos de la dictadura.
Sobrevive el régimen franquista en el miedo y la represión que evoluciona hacia un régimen de dictadura financiera sustentada en la pura represión económica, física y mediática junto al ensanchamiento del mercado internacional con todas sus crisis de sobreproducción en el paraíso de los bancos. Sobrevive el franquismo en sus leyes y en sus argucias moralistas, ideológicas y culturales contra la clase trabajadora. Los huesos de Franco no reposan ni reposan los negocios de sus cómplices. Los restos de Franco son demasiada gente y demasiado dinero, terrenos, mansiones, negocios e industrias. La misma iglesia que bendijo fusilamientos y cuerpos en fosas. Hay que abrir el sepulcro para cerrar las heridas causadas por un verdugo sepultado a lado de sus víctimas. Así que, junto a sus restos hay que exhumar los restos de la monarquía heredada de Franco, los jueces, los militares, las calles y los monumentos franquistas.
Ninguna exhumación alcanza para borrar de la Historia a una dictadura que pisoteó todos los derechos elementales con una represión infernal. Fueron sus víctimas miles de activistas de la clase obrera, especialmente los jóvenes. La represión fue siempre la atmósfera asfixiante que envolvía la cotidianidad mientras el terrorismo de clase fue uno de los tantos métodos del día a día multiplicado por un aparato del Estado que perfeccionó, permanentemente, sus artes de represión. Ninguna exhumación ha de servir para tapar los horrores que se multiplicaron disfrazados de “democracia” bajo las aventuras de Juan Carlos de Borbón, garante de la sobrevida del franquismo. Y hasta la fecha.
La exhumación no es un triunfo de un sector de la política ni un conjuro para salvar al franquismo y sus crímenes, ni salvará los privilegios de la Iglesia Católica cómplice. Es que la iniciativa exhumadora volvió a poner de manifiesto que sólo con justicia social los pueblos pueden comenzar a poner en su lugar, histórico y político, todos los episodios criminales de los Estados Sin olvidarlos. Quebrar un símbolo tan odioso para la Historia de España y del mundo, sacándolo de todo contexto de homenaje estatuario o de mausoleo, propone abrir un debate contra toda emboscada ideológica de la oligarquía a condición de que sea obra, también, de organización consciente de las víctimas, directas e indirectas, para hacer de la exhumación y del franquismo, todo un aprendizaje sobre las lecciones del pasado. Ser capaces de neutralizar toda posibilidad de uso político parcial de los huesos del dictador, o lo que de él quede, material e ideológicamente. Esté donde esté.
Si la exhumación ha de ser una reivindicación histórica de las víctimas, sus familiares y sus pueblos, hay que conseguir que sea mucho más que una reivindicación decorativa y pase a ser un plan de lucha simbólica permanente que exhume, de una vez y por todas, los cadáveres que el capitalismo “esconde bajo la alfombra” y nos los vende como logros históricos y morales. Una batalla contra la ideología de la clase dominante y su guerra simbólica, que no se reduce a esconder los cientos de miles de prisioneros políticos, exiliados y ejecutados, sino que sigue operando con toda impunidad, y no pocas veces con nostalgia, en el presente amargo de una España –todavía monárquica- arrodillada por las mafias financieras, inmobiliarias y mediáticas. Entre muchas otras. Será por eso que no pocos insisten en decir: “Los restos de Franco no están en el Valle de los Caídos están en las empresas y están en el congreso”.
Exhumar los restos del dictador, además de ser un reclamo de partidos y organizaciones de izquierda, es un repudio en el alma de toda aquella persona digna que no entiende la vida política basada en asesinatos o persecuciones. Lucha de cuerpo y alma de miles de personas ha sido humillada mientras alegremente se puede visitar la tumba de Franco en un lugar para el jolgorio de los desmemoriados y de los no tanto.
Franco, y todos sus cómplices, sometió a España desde el final de la “Guerra Civil” (1936-39) hasta su fallecimiento en 1975. Y eso no ha desaparecido. Queda un menú completo de dimes y diretes exhibiendo palabreríos a destajo, en pro y en contra, de que se toquen los restos y la herencia simbólica impuesta a la posteridad por el capricho de los contertulios del franquismo. Vivos y muertos. La Iglesia anunció que no se opondrá al traslado y algunos descendientes insisten en que la tumba es intocable. Lo importante es lo que diga el pueblo español que ha sido desmembrado a sangre y muerte, en cuya memoria la cosa sigue tan fresca como fresca está la tumba del dictador. Con presupuesto del Estado.
En mayo de 2017 el Congreso de los Diputados aprobó la iniciativa para la exhumación del dictador. Dicen que el presidente ejecutivo de la Fundación Francisco Franco, Juan Chicharro, sostiene airadamente que “un cadáver pertenece a su familia, y una exhumación sin el permiso de la familia es una profanación, que es un delito, y habría una querella”. ¿Dijo algo de los miles de cadáveres arrebatados a miles de familias, o algo dijo sobre las miles de exhumaciones imposibles bajo las fosas comunes que aún no se han abierto? Recordemos que “todo está guardado en la memoria”. Cada 20 de noviembre se recuerda la muerte del dictador que dejó su puesto a Juan Carlos y éste a su vez a su hijo. La monarquía sigue tan campante. Mientras tanto las penurias generales de los trabajadores no se taparán con la exhumación de un símbolo de la dictadura franquista, ni habremos de permitir que generaciones de millones de jóvenes tapen la memoria con plañideras de Tirios ni Troyanos.
Son centenares de miles de personas asesinadas, expulsadas, perseguidas por un Estado fascista y no podemos caer en ninguna emboscada efectista que, incluso teniendo las mejores intenciones, no debe ser usada para dar por saldado un pasado macabro que aun vive en las entrañas de la España actual. Debe estar viva en la memoria del pueblo, no para comerciar con el dolor ni maquillar la explotación feroz de los trabajadores españoles que, tanto bajo el franquismo como hasta el día de hoy, soportan todos los pesos de la dictadura.
Sobrevive el régimen franquista en el miedo y la represión que evoluciona hacia un régimen de dictadura financiera sustentada en la pura represión económica, física y mediática junto al ensanchamiento del mercado internacional con todas sus crisis de sobreproducción en el paraíso de los bancos. Sobrevive el franquismo en sus leyes y en sus argucias moralistas, ideológicas y culturales contra la clase trabajadora. Los huesos de Franco no reposan ni reposan los negocios de sus cómplices. Los restos de Franco son demasiada gente y demasiado dinero, terrenos, mansiones, negocios e industrias. La misma iglesia que bendijo fusilamientos y cuerpos en fosas. Hay que abrir el sepulcro para cerrar las heridas causadas por un verdugo sepultado a lado de sus víctimas. Así que, junto a sus restos hay que exhumar los restos de la monarquía heredada de Franco, los jueces, los militares, las calles y los monumentos franquistas.
Ninguna exhumación alcanza para borrar de la Historia a una dictadura que pisoteó todos los derechos elementales con una represión infernal. Fueron sus víctimas miles de activistas de la clase obrera, especialmente los jóvenes. La represión fue siempre la atmósfera asfixiante que envolvía la cotidianidad mientras el terrorismo de clase fue uno de los tantos métodos del día a día multiplicado por un aparato del Estado que perfeccionó, permanentemente, sus artes de represión. Ninguna exhumación ha de servir para tapar los horrores que se multiplicaron disfrazados de “democracia” bajo las aventuras de Juan Carlos de Borbón, garante de la sobrevida del franquismo. Y hasta la fecha.
La exhumación no es un triunfo de un sector de la política ni un conjuro para salvar al franquismo y sus crímenes, ni salvará los privilegios de la Iglesia Católica cómplice. Es que la iniciativa exhumadora volvió a poner de manifiesto que sólo con justicia social los pueblos pueden comenzar a poner en su lugar, histórico y político, todos los episodios criminales de los Estados Sin olvidarlos. Quebrar un símbolo tan odioso para la Historia de España y del mundo, sacándolo de todo contexto de homenaje estatuario o de mausoleo, propone abrir un debate contra toda emboscada ideológica de la oligarquía a condición de que sea obra, también, de organización consciente de las víctimas, directas e indirectas, para hacer de la exhumación y del franquismo, todo un aprendizaje sobre las lecciones del pasado. Ser capaces de neutralizar toda posibilidad de uso político parcial de los huesos del dictador, o lo que de él quede, material e ideológicamente. Esté donde esté.
Si la exhumación ha de ser una reivindicación histórica de las víctimas, sus familiares y sus pueblos, hay que conseguir que sea mucho más que una reivindicación decorativa y pase a ser un plan de lucha simbólica permanente que exhume, de una vez y por todas, los cadáveres que el capitalismo “esconde bajo la alfombra” y nos los vende como logros históricos y morales. Una batalla contra la ideología de la clase dominante y su guerra simbólica, que no se reduce a esconder los cientos de miles de prisioneros políticos, exiliados y ejecutados, sino que sigue operando con toda impunidad, y no pocas veces con nostalgia, en el presente amargo de una España –todavía monárquica- arrodillada por las mafias financieras, inmobiliarias y mediáticas. Entre muchas otras. Será por eso que no pocos insisten en decir: “Los restos de Franco no están en el Valle de los Caídos están en las empresas y están en el congreso”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes