No afrontarás contienda más grande que ésta en toda tu vida. Ya estamos ante las puertas del centro interior… No es momento de flaquear.
-Pero no cuento ni con yelmo ni armadura…
-Si que tienes. No seas necio. Lo que no debes traer jamás a la oración es el oro de tus virtudes, ni la plata de tus talentos, ni monedas de tu comercio espiritual, ni provisión alguna. Sobre todo poder alimentar su plegaria de la propia oración.
- ¿Por qué tanto despojo? Tú mismo has dicho que ese interior mío está lleno de bandidos y maleantes…
-Cuanto más despojado te vean andar, más los confundirás… Avanza desnudo, de nada en nada. Aprenderás hasta a gozar de esa liviandad. Deja que la planta de tus pies perciba la temperatura de tus suelos más profundos…eres un peregrino del Absoluto, eres un caminante del Reino venidero, eres un juglar de los senderos del alma: corre con gozo por ellos, pues los habremos conquistado juntos.
Sólo falta flanquear ese pórtico macizo que resguarda en su interior el Bien más preciado por el cual has llegado hasta aquí. Grita. A voz en cuello, hijo. Grita fuerte: ¡El Reino de Dios está cerca, muy cerca! Grita y derribarás los muros como las trompetas en Jericó… y las puertas se abrirán…
-¿Quién vive cautivo allí, mi Señor? ¿Iremos a liberarlo?
-No seas necio. La prisión está afuera y el prisionero eres tú. Y sólo hay libertad allí, allí adentro, en esa recámara. Soy Yo mismo Quien te aguarda ahí. Avanza y traspasa ese umbral y el Rostro luminoso de tu Señor te recibirá en su baluarte, que es el tuyo, que es tu más profundo centro. Una vez adentro, ya nada ni nadie podrá nada contra ti.
-Será imponente hallarte allí, reinando en mí, Jesús mío. Me postraré ante tan esplendente Majestad.
-Sí, lo harás, rostro en tierra. Pero no te confundas. Al Rey de Gloria que encontrarás allí es tan solo un Niño. Más antiguo que el mundo. Y no podrás tratar con Él si no ingresas a ese aposento como niño.
-No sabré como hacer eso. Tengo más de cincuenta años y el paso abrumador de muchos años sin inocencia.
-Para eso, el largo viaje, hijo. El mismo andar y bajar te irá haciendo niño, te irá achicando. Y niño llegarás a las puertas de ese Reino interior. Tienes mi Palabra de que así será. No hay paraíso fuera de ese baluarte. Una vez dentro: no salgas más. Jamás.
-¿Señor?
-Sí, hijo: ¿qué te falta saber?
-¿Cómo se llama esta travesía?
-Plegaria. Nunca la llames distinto: “Plegaria” es su nombre.”
Hans am Ende. Cartas de Oración. Carta I.