Por Magdalena del Amo.- Uno de los secretos mejor guardados de este presente distópico es el contenido de las vacunas. Millones de personas están siendo inoculadas en todo el mundo con “una sustancia secreta” que nadie de la oficialidad ha explicado. Amparados en la confidencialidad de las patentes, han privado a la sociedad del derecho a saber el contenido de los viales. Estamos siendo tratados como animales estabulados.
Lo incomprensible es la dejadez del colectivo humano, convertido en manada. No deja de ser llamativo, en una sociedad que ha dejado de creer en casi todo, que millones de personas profesen una fe ciega e incuestionable a una OMS corrupta, dirigida por personajes amorales; fe ciega en unos emporios farmacéuticos que no buscan el bien de la humanidad; fe ciega en unos profesionales de la medicina con serios conflictos de intereses; fe ciega en unos Colegios de médicos más tendentes a la obediencia al sistema que a permitir que sus colegiados pongan en práctica métodos de curación alternativos para salvar vidas; fe ciega en unos políticos psicópatas que obedecen órdenes; y fe ciega en unos medios de comunicación completamente vendidos a la gran mentira global.
Que el engranaje de todo esto funcione sin ser cuestionado, y que el ciudadano sea un ente pasivo dispuesto a tragar cualquier consigna lanzada por los medios, indica la fase avanzada de un atontamiento progresivo que empezó hace décadas. No estamos hablando de una masa de seres analfabetos, sino de una sociedad durmiente e irracional que no ha desarrollado la perspicacia ni el discernimiento y acepta cualquier patraña proveniente del papá Estado y sus tentáculos. Por eso extiende los brazos tan alegremente para el sacrificio o permite que los hisopos de las PCR atraviesen sus canales nasofaríngeos hasta la barrera hematoencefálica, sin un atisbo de preocupación.
Millones de personas ya han recibido dos dosis, y algunas ya van por la tercera. ¿Cómo es posible que acepten “algo” llamado vacuna, que los expertos dicen que es innecesario y que, además, no inmuniza? Pero la manipulación es tan profunda, que los pobres covidianos autómatas repiten el mantra lanzado por los participantes en el negocio: “no inmuniza, pero si me da, me da más suave”.
Decepcionante e increíble. ¿Cómo es posible que una compañera de trabajo de 38 años, sana sanísima, fallezca al día siguiente de haberle inoculado la vacuna, y no se hagan preguntas e incluso se tape la información? Esto ocurrió en un medio de comunicación nacional vacunófilo y covidiano tragacionista en extremo, que se permite, además, el lujo de criticar y juzgar a quienes optan por no vacunarse, porque están en su derecho. No olvidemos que, de momento, según la Ley de Autonomía del paciente, la vacunación es voluntaria, lo mismo que aceptar o denegar cualquier otro tratamiento médico. ¿Cómo seres pensantes pueden creer en el factor “coincidencia”, diseñado por las farmacéuticas que han exigido inmunidad ante las muertes y los efectos adversos graves?
Hay que destacar que ninguno de los vacunados ha sido informado sobre los componentes del vial, que no ha firmado el consentimiento informado preceptivo y que la vacuna no ha sido prescrita por un médico, tal como señala el protocolo. (Hemos sabido que esto se lleva incumpliendo hace años con la vacuna de la gripe). Casi nada en esta mal llamada pandemia –yo prefiero llamarle crisis geopolítica— funciona de manera legal, como ya se está viendo en las diferentes sentencias judiciales.
Todas las medidas tomadas han causado daños irreparables en diferentes ámbitos, y ningún beneficio. Sobre todo, no han evitado muertes. Juan Gervás, todo un referente, apunta en su última artículo que la cifra de muertes covid entre los vacunados es superior a la de los no vacunados. Sin embargo, no paran de inventar variantes para justificar los efectos adversos.
La investigación sobre el contenido de los viales continúa –a espaldas de la oficialidad— y está revelando datos tan alarmantes y surrealistas que casi causa rubor hablar de ello. Por un lado, el denostado óxido de grafeno, de cuya investigación definitiva realizada por el científico Pablo Campra Madrid hablaremos en un próximo artículo. En este vamos a ceñirnos a la investigación del doctor De Benito, dada a conocer hace unos días en un informe traducido a varios idiomas, que acaba de enviar a diversos organismos internacionales que investigan sobre las más que misteriosas vacunas. El estudio pone de manifiesto la aparición de determinados códigos provenientes de los vacunados, que aparecen en el bluetooth de los teléfonos móviles. Tal cual, por escalofriante que parezca.
Cuando hace unos meses nos empezaron a llegar noticias sobre esto, nos pareció tan delirante que optamos por dejarlas en el cajón hasta tener más datos. Ni siquiera hicimos una investigación somera, como sí habíamos hecho cuando empezó el fenómeno de los “brazos imantados”, una anomalía ante la cual no sabíamos cómo actuar.
El doctor De Benito realizó la investigación este verano, en los meses de julio y agosto. Aunque dentro de la ortodoxia, fue muy crítico con la versión oficial desde el inicio de la pandemia. Confiesa que le costó hacer el estudio sobre los códigos de los vacunados, que aparecen en el bluetooth, y publicarlo porque, en cierta manera, no pertenece al ámbito sanitario. Le han aconsejado no entrar en estos berenjenales para no perder credibilidad, dado que creó su canal para informar sobre la pandemia, estado de las ucis, contagios, etcétera. Pero hace tiempo que asegura que la pandemia terminó y que no existe ninguna crisis sanitaria, sino política, y que esto terminará cuando los políticos decidan. Así de claro. Dice que se siente obligado moralmente a compartir lo que ha descubierto y reconoce que el fin de todo esto es el control y la restricción de libertades a los seres humanos.
El informe, con el título Lo que la vacuna nos pone empieza con el siguiente razonamiento:
Si desde el punto de vista médico no existe ninguna necesidad de administrar ninguna medida preventiva –dudosamente preventiva—, para una enfermedad con una letalidad del 2 por mil, ¿por qué tanta insistencia en que todo el mundo se inocule –con motivo o sin él—, e incluso se obligue también a que la reciban quienes no desean pincharse? Si he constatado que me enfrento a la enfermedad, y no enfermo, ¿qué me va a dar a mí la vacuna que no tenga yo ya? De esta reflexión surgió este experimento, fruto de la casualidad, porque tengo un teléfono móvil chino un Huawei Honor 8, y me pasé el verano trabajando en un hospital aislado del mundo, o de casi todo el mundo.
En la sierra de Madrid, a los pies del monte, hay un edificio de consultas médicas en medio de una arboleda aislada. Aunque hay muchas consultas, durante el verano de 2021, por las tardes, la que yo ocupaba era la única operativa. Ni siquiera había personal administrativo por las tardes en ese edificio. Y en las calurosas tardes de verano, pude hacer las observaciones que os cuento a continuación. […] Bajo mi consulta, ocasionalmente, aparcaba una ambulancia del SUMA, del servicio de urgencias, porque tienen allí una base.
El doctor De Benito comenzaba la consulta a las tres de la tarde, y tenía las citas cada veinte minutos. Debido a las medidas covid, se recomendaba que los pacientes acudiesen solos y, a ser posible, a la hora indicada, a fin de evitar aglomeraciones.
Antes de comenzar la consulta el doctor conectaba en su teléfono móvil la aplicación bluetooth y comprobaba que no se registraba ningún dispositivo disponible con el que poder contactar. El bluetooth es una aplicación que localiza dispositivos disponibles. Al comenzar la consulta no había ningún dispositivo disponible con el que poder conectarse, pero cuando se acercaba un paciente, a unos veinte metros de la consulta, en su teléfono móvil podía ver si aparecían dispositivos con los que conectar con bluetooth. Si el bluetooth detectaba algún dispositivo aparecía un código MAC adress (Media Access Control), un identificador único que los fabricantes de dispositivos electrónicos asignan a una tarjeta o elemento que se puede conectar en red. Consta de doce dígitos, números o letras agrupados de dos en dos y separados por un guion o por dos puntos. Se trata de un número de identificación, supuestamente, único e irrepetible para cada dispositivo electrónico. (Este detalle es muy importante, por lo que veremos después).
Después de atender al paciente, le preguntaba si se había vacunado de covid. Cuando la respuesta era afirmativa, solía ser rápida y sin titubeo; en cambio cuando era no, algunos mostraban cierto recelo, incluso enfado. Esto lo llevó a deducir que los no vacunados habían sido objeto de algún tipo de presión o acoso.
Tras tranquilizar al paciente, con independencia de la respuesta, el doctor lo iba anotando en una ficha. Ninguno de los 137 pacientes preguntados se negó a responder, aun habiéndoles ofrecido esa posibilidad. Sí es cierto que, como expresamos, los no vacunados se sentían algo molestos cuando se les preguntaba.
Si la respuesta era afirmativa, indagaba sobre qué tipo de vacuna les habían puesto, cuándo y si habían tenido alguna reacción adversa. Después les preguntaba si llevaban encima algún teléfono móvil o algún dispositivo electrónico. Si era así, les pedía que lo desconectasen un momento. Cuando lo apagaban, de su teléfono móvil desaparecía el código de uno de los dispositivos que se registraban en el bluetooth. (A veces esos dispositivos no aparecen con el MAC adress, con esos doce números, sino con el nombre o marca del dispositivo).
De los 137 pacientes preguntados, 112 contestaron afirmativamente y 25 dijeron que no. Ninguno de los que no habían recibido la vacuna registraban en el móvil del doctor dispositivos disponibles, es decir, ningún código. En 96 pacientes de los 112 que declararon haberse vacunado –habiendo apagado sus dispositivos electrónicos, si los llevaban—, permanecía en la pantalla del móvil del médico un código MAC, que el anotaba en la historia del paciente. Este hecho le hizo concluir que se trataba de un código que el propio paciente llevaba encima, integrado en su cuerpo. De hecho, cuando el usuario abandonaba la consulta y salía del edificio, el código desaparecía de su móvil. Resumiendo: el cien por cien de los pacientes que dijeron no estar vacunados no generaron ninguna señal bluetooth en el móvil del doctor; y, por otro lado, el 86 por ciento de los que declararon estar vacunados generaban una dirección MAC adress. (No todos los teléfonos pueden registrar estos códigos. Huawei, Samsung y Xiaomi sí los captan. Sería positivo que los usuarios hiciesen comprobaciones sobre los vacunados de su familia y entorno).
Imaginamos el estupor de un médico, al comprobar estas anomalías que nada tienen que ver con la sanidad o la medicina; como también el grado de decepción y desconfianza hacia un sistema que dice velar por los seres humanos.
De toda esta investigación, al doctor le surgen numerosas dudas y preguntas, entre ellas: ¿por qué de un mismo vial (cinco dosis), aplicado a cinco personas distintas, cada una genera un código diferente? Consultado con informáticos en robótica, se sospecha que los códigos se puedan generar por la interacción de lo que se inyecta, con el material genético del paciente. Pero la investigación no ha hecho más que empezar, y queda mucho camino por recorrer. Otra de las preguntas que genera escalofríos es si el MAC adress detectado en una persona vacunada permite interaccionar con ella y hasta qué punto. Somos conscientes de que estamos geolocalizados a través de los móviles y otros artilugios, pero, como bien reflexiona el doctor De Benito: “otra cosa es que el dispositivo se lleve dentro”.
Hemos publicado hasta la saciedad sobre los fines de manipulación y control de la humanidad que los “amos del mundo” tienen en su agenda desde hace mucho tiempo. El doctor De Benito no pertenece al mundo del periodismo de investigación; sin embargo, parece rendido a la evidencia y así lo expresa: “Si esta condición [de persona geocalizada] permite interactuar con mayor profundidad como, por ejemplo, conocer su estado de ánimo, su salud, sus intenciones, o controlar su voluntad… no lo sé… lo ignoro… el tiempo lo dirá”.
En efecto, el tiempo lo dirá y nosotros se lo contaremos. Hasta entonces, aprendamos a vivir las situaciones adversas desde nuestro rincón de paz. A pesar de todo, somos poderosos, aunque no lo sepamos o lo hayamos olvidado. La meditación, la oración y la práctica del amor incondicional son las armas más poderosas para combatir esta situación tenebrosa que estamos viviendo.
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