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29 de noviembre de 2015

LA REPRESIÓN DE FELIPE V SOBRE CATALUÑA



 Tras la Guerra de Cataluña o Guerra de Secesión catalana (1640-1659) la corona española había conseguido el control de la Diputación, del General y del Consejo de Ciento mediante las desinsaculaciones, esto es, la exclusión de todos aquellos que no fueran afectos al rey, de las listas de posibles candidatos en sendas instituciones. La Generalitat había perdido su poder, pero el Consejo de Ciento, a través de los Usajes y la gran cantidad de privilegios recibidos de los reyes de Aragón, habían situado a Barcelona en una posición única dentro de Cataluña y de toda la corona española: nombramiento de cónsules ultramarinos, de embajadores propios, acuñación de moneda propia, guarnición militar propia mediante la coronela gremial de Barcelona, privilegio de cobertura y condición sus consellers de Grandes de España. En 1704, en los albores del estallido de la Guerra de Sucesión Española, el marques de Mancera manifestaba ante el Consejo de Estado que «todo el Principado de Cataluña consiste en la posesión de Barcelona». El Brazo militar escapó de dicho control al ser sus oficiales escogidos ad aurem secret, impidiéndose así cualquier intervención del monarca.

En los albores de la guerra de Sucesión el Brazo militar impulsará la coaligación de las tres instituciones mediante la «Conferencia de los Tres Comunes», conferencia con la que conseguirá arrastrar tanto a la Diputación, como al Consejo de Ciento, a una confrontación abierta contra los crecientes atisbos de absolutismo de Felipe V, y que acabará con el estallido de la rebelión de Cataluña y el inicio de la Guerra de Sucesión en el interior de España, aún cuando el rey fue el único monarca español desde hacía 200 años en aprobar el tribunal de Contrafacciones que garantizaba la aplicación de las Constituciones catalanas y resolvía de manera suprema ante cualquier acción por parte del rey.



El 3 de noviembre de 1701, Felipe V se encuentra por fin con su esposa en Figueras, y los reyes instalan ese invierno su Corte en Barcelona. Con la entronización de la nueva dinastía, la Casa de Borbón, la monarquía fue puesta a prueba por las instituciones catalanas. La nueva dinastía necesitaba consolidarse, y se encontraba en su máxima debilidad, y después de pugnar duramente contra los tres comunes, Felipe V acabaría jurando sus constituciones y fueros.

En las Cortes catalanas de 1701-1702, Felipe V aprobó la creación del Tribunal de Contrafacciones, que entró en funcionamiento en 1703, a raíz del decreto de expulsión que Felipe V ordenó contra el comerciante holandés Arnald Jäger, una expulsión que vulneraba las constituciones catalanas, lo que supuso que automáticamente la conferencia de los Tres Comunes de Cataluña solicitara que se cursara causa de contrafacción. El mismo Felipe V reconocería que tras la Cortes de 1701-1702, los catalanes «habían quedado mas Repúblicos que el parlamento alusivo a ingleses».

Como comenta el mismo Pedro Voltes Bou, “el monarca trató de concitarse la benevolencia de los catalanes no sólo con  la generosidad  en las Cortes, sino con  su acogedora actitud  personal. En las Cortes se había  obtenido  la  satisfacción del viejo  anhelo  de  comerciar  con América  y  se  trazaban  cauces más favorables  para  el  resurgimiento económico de Cataluña” Fuente: http://www.raco.cat/index.php/BoletinRABL/article/viewFile/196387/269870

Así es, explicaba el gran historiador catalán Jaime Vicens Vives, que Felipe V aprobaría en Barcelona concesiones muy importantes como un puerto franco para la ciudad y el establecimiento del comercio catalán con las Indias…». Pero como aquejaba en la época el  marqués  de San Felipe. “por tantas gracias y mercedes que se concedieron, se ensoberbeció más el aleve genio de los  catalanes ; la misma benignidad del Rey dexó mal puesta la autoridad, porque blasonaban  de ser temidos y pidieron  tantas  cosas,  aun superiores  a  su esperanza  para que la repulsa diesse motivo  a la quexa  y algún pretexto  a la traición  que meditaban  ...”.

Nos indica Virginia León, de la Universidad Complutense de Madrid, que con el establecimiento de la Corte temporalmente en Barcelona  “los cargos palatinos fueron ocupados por nobles españoles, principalmente catalanes” (P. Voltes, 1966, I: 518). “El limitado apoyo recibido por el pretendiente austríaco puede explicar la abundante concesión de mercedes y títulos de nobleza a sus partidarios. Esta política, que ha sido definida como de oportunista y demagógica (J.Mª Torras i Ribé, 1981: 207), iba dirigida a confirmar, mantener y aumentar la adhesión de los españoles a Carlos III de Austria”. Las concesiones recibidas por la nobleza catalana de Carlos de Austria fue lo suficiente importante como para traicionar a Felipe V, rey que en principio la nobleza catalana reconoció, como así lo hicieron el resto de territorios españoles y europeos, y que además de respetar los Fueros catalanes, también les daba los mayores privilegios en 100 años.

La guerra se empezó a gestar en Europa, no en España. Lo que cambió el curso de las afecciones en Europa fue la precipitación y prepotencia de Luis XIV, que hizo saber que mantenía los derechos sucesorios de su nieto, Felipe V, a la corona de Francia, por lo que concentraba el poder de dos de las coronas más poderosas de Europa en un mismo monarca, desequilibrando el poder europeo a favor de este. Con respecto al caso catalán, fue el mero oportunismo de obtener aún mayores privilegios de Carlos de Austria, lo que les llevó a decantarse por el apoyo a este, y se equivocaron en la apuesta.

El camino a la victoria sería largo y tortuoso, y aún siendo un conflicto internacional, al final, como explica Ricardo de la Cierva, “la victoria final de Felipe V y María Gabriela se ganó en los campos de batalla de España, pero dependió sobre todo de la adhesión popular, un factor moral». Nos explica el autor que cuando toda Europa creía que Felipe V perdería inevitablemente su trono teniendo en su contra a todas sus potencias excepto a Francia, y a toda la Corona de Aragón rebelada contra él en España, a pesar de los primeros levantamientos contra el monarca en Castilla le ocurrió una especie de milagro: “la adhesión inquebrantable y absoluta de la antigua Corona de Castilla a unos Reyes que apenas habían tenido tiempo de arraigar en España”

Independientemente de lo acontecido en los campos de batalla tanto en Europa como en España, con las primeras derrotas en los ejércitos borbónicos y sus subsiguientes remontadas, el fin de la guerra vendría determinada por la inesperada muerte del hermano del Archiduque Carlos, que le proclamaba heredero al trono del Sacro Imperio Romano Germánico, como Carlos VI de Alemania.

Esto implicaría la necesidad de Inglaterra y Holanda de poner fin cuanto antes a la guerra, ahora para evitar que no hubiese un Carlos III de España y VI de Alemania. Felipe V, deseoso de poner fin cuanto antes a la guerra, también renunciaba solemnemente al trono de Francia el 9 de noviembre de 1712. 

Valencia y Aragón ya habían caído a lo largo de la contienda bajo control borbónico. En el Tratado de Utrecht  Felipe V concedía a los rebeldes catalanes «la amnistía y todos los privilegios que poseen y gozan y en adelante puedan poseer y gozar los habitantes de las dos Castillas, que de todos los pueblos de España son los más amados del Rey católico».

Pero la emperatriz Isabel Cristina, esposa del ya Carlos VI engañaba a los representantes y gobernantes catalanes con promesas cada vez más vanas sobre el apoyo del monarca a su causa. Temiendo estos por las posibles represalias de Felipe V, sabiendo que no respetaría sus privilegios y constituciones, y contando aún con las promesas que les había hecho Inglaterra antes de adherirse a la causa austracista de defenderles hasta el final , las tres instituciones de gobierno catalán se reúnen en junio de 1713 y deciden resistir hasta el final.

El 10 de julio de 1713 España firma el Tratado de Utrecht por el que entrega a Inglaterra
Menorca y Gibraltar, implicando el fin de la contienda con Inglaterra y Holanda, y el abandono de estas potencias de la causa en Cataluña, a pesar de los intentos de los diplomáticos catalanes. Carlos VI no firmaría el tratado por lo que la guerra contra el Imperio se mantendría. 

La flota británica bloqueó a la emperatriz Isabel Cristina de Brunswick aún establecida en la corte de Barcelona, y a las tropas imperiales que seguían defendiendo el Principado de Cataluña frente a la ofensiva de las tropas de Felipe de Borbón. Tras la ocupación de las plazas de Landau y de Friburgo por el ejército francés, Carlos VI se convence que ha finalizar la contienda.

Se iniciaron las negociaciones de paz en la ciudad alemana de Rastatt a principios de 1714, y el 14 de febrero fallece la Reina María Luisa Gabriela. Felipe V entra en depresión abandonando durante un tiempo las negociaciones.

Cuando Felipe V vuelve a ocuparse de negociar con Carlos VI, la prioridad era el reparto de las posesiones de Centro-Europa y terminar con la contienda en Cataluña.

El caso de los catalanes pronto se convirtió en la cuestión más difícil porque las posiciones eran prácticamente insalvables. Carlos VI pretendía que Felipe V se comprometiera a promulgar una amnistía para sus "vasallos rebeldes" tanto catalanes como mallorquines y a no derogar las leyes e instituciones propias del Principado de Cataluña —ni del reino de Mallorca también del lado austracista— si la emperatriz y las tropas imperiales lo abandonaban.

Pero Felipe V ya no perdonaría lo que consideraba una traición de los gobernantes catalanes, ya que estos habían mantenido el apoyo a la causa austracista aún firmándose la Paz de Utrecht, lo que por otro lado había alargado la guerra. El soberano francés estaba decidido a aplicar en Cataluña y Mallorca la misma "Nueva Planta" que había promulgado en 1707 para los "reinos rebeldes" de Valencia y de Aragón y que había supuesto su desaparición como antiguos reinos de España, acomodándolos en una organización provincial a imagen de Francia.

La negativa a hacer ningún tipo de concesión la argumentaba así Felipe V en una carta remitida a su abuelo Luis XIV:

“No es por odio ni por sentimiento de venganza por lo que siempre me he negado a esta restitución, sino porque significaría anular mi autoridad y exponerme a revueltas continuas, hacer revivir lo que su rebelión ha extinguido y que tantas veces experimentaron los reyes, mis predecesores, que quedaron debilitados a causa de semejantes rebeliones que habían usurpado su autoridad. [...] Si [Carlos VI] se ha comprometido en favor de los catalanes y los mallorquines, ha hecho mal y, en todo caso, debe conformarse del mismo modo que lo ha hecho la reina de Inglaterra, juzgando que sus compromisos ya se veían satisfechos con la promesa que he hecho de conservarles los mismos privilegios que a mis fieles castellanos”.

El 6 de marzo de 1714 se firma el tratado de Rastadt en el que Luis XIV cede al Imperio las tierras a la derecha del Rin, Carlos VI abandona la contienda en Cataluña, y sin informar a los gobernantes catalanes evacua a la emperatriz de Barcelona.

Felipe V volvió a negociar con los catalanes, los cuales, desconocedores de los términos de Rastadt, que suponía el abandono definitivo de Carlos VI, lo rechazaron no solo exigiendo el mantenimiento de sus fueros e instituciones, sino además tres millones de libras para compensar los daños de la guerra. 

Como contestación, Felipe V pone al duque de Berwick, el vencedor en Almansa, en la dirección del tercer asedio a Barcelona (el primero fue por parte del bando austracista al inicio de la Guerra de Sucesión). El 6 de julio, ponía frente a Barcelona un importante contingente francés y sin la más mínima oposición de Inglaterra, 40.000 hombres y 140 cañones.

Y así llega el 11 de septiembre de 1714. El historiador catalán Ferrán Soldevila, en Síntesis de la historia de Cataluña, afirma: «La defensa fue tan heroica que suscitó el estupor y la admiración de toda Europa, ganándose el respeto de sus adversarios en sus figuras más dignas”.

No menos reseñable es el comportamiento del vencedor, el duque de Berwick. Escribe De la Cierva: «El duque de Berwick, asombrado por el valor de los defensores, con quienes no se ensañó en momento alguno, otorga bajo palabra, pero sin firma, la capitulación; en la que ofrece la vida y la seguridad personal a quienes depongan las armas y la pena de muerte a quienes, de uno u otro bando, se desmanden después del armisticio. Tan admirable o más que la heroica defensa es el comportamiento de la ciudad al empezar la mañana: las tropas borbónicas entraban con orden, sin tropelías ni abusos, pero con sorpresa desmedida al contemplar cómo los barceloneses emprendían, en los comercios, los talleres y ante las casas, su quehacer diario como si no hubiese pasado nada».

Es complicado encontrar en la historiografía documentación sobre represalias de Felipe V hacia pueblo catalán, en parte porque mucha documentación y diarios fue destruida tras la guerra. Se sabe que ambos contrincantes exiliaban a quienes apoyaron a su rival durante la guerra procediendo a la confiscación de bienes de los vencidos, y esta constatado que, como explica Virginia León entre otros, “poco después de finalizar la Guerra de Sucesión, Felipe V había iniciado un proceso de normalización con la concesión del perdón a quienes habían faltado al juramento de fidelidad, o, al menos, a sus familias”, entre ellos el conocido “martir” Rafael Casanova, que como tantos otros fue perdonado por el rey, volvió del exilio y murió de viejo.

Joaquim Albareda, historiador catalán contemporáneo que ha mostrado su repulsa hacia el recientemente celebrado simposio de historia con el título “España contra Cataluña”, y uno de los mayores conocedores de la Guerra de Sucesión, explica que como secuelas de la posguerra en Cataluña fue la tristeza “como las delaciones de catalanes contra catalanes... Y el diezmo de horca: ejecución del 10% de prisioneros de cada municipio catalán”.

Parece que fue Valencia, a lo largo de la contienda bélica, la que sufriría mayor represión por parte de los ejércitos borbónicos. Como explica Carme Pérez Aparicio (La guerra de sucesión en Valencia. Retrospectiva historiografía y estado de la cuestión, Universitat de València), Valencia fue privada incluso del Derecho Privado (a diferencia de Aragón y de Cataluña) y, según varios historiadores, tras la ocupación por las tropas felipistas, sufrió una fuerte represión durante los primeros 3 años tras su ocupación, de la que los casos de Vila-real y Xàtiva serían los más extremos, con escritos documentando saqueos, incendios y ejecuciones.

Las represalias ejercidas por Felipe V tras el fin de la guerra de Sucesión en Cataluña son complicadas de constatar y suelen ser motivo de debate en la comunidad científica.

Algunos historiadores como Josep Maria Torras y Ribé o Vicente Moreno Cullell, explican que “El régimen de terror y la represión brutal que, después de la firma del Tratado de Utrecht, los borbónicos habían empezado a aplicar en los territorios que dominaban se mantuvo, como mínimo, durante unos dos años más, hasta que, el 1716, Felipe V promulgó el Decreto de Nueva Planta, el cual definía las nuevas instituciones de Cataluña. Una de las muestras del carácter represivo del nuevo régimen fue la construcción en Barcelona de la Fortaleza de la Ciutadella [para controlar la población], operación para la cual hubo que destruir una gran parte del barrio de la Ribera uno de los más céntricos y poblados de la ciudad". (https://can.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_Successi%C3%B3_Española). 

Pero por otro lado se sabe que el mismo Duque de Berwic promulgaba en septiembre de 1714 que “con este motivo de conservar y no destruir los vasallos de su magestad se ha venido a conceder por gracia la vida a todos los pueblos y demàs personas que se hallan en Barcelona. Tanbién que no se sequeará la ciudad y cada uno podrá vivir en su casa, como de antes, en la ciudad, sin que por lo passado se les haga ningún processo de lo que han echo contra el rey. En quanto a las tropas regladas que ay dentro de la plaza, serán a discreción conforme las costumbres de la guerra a semejantes casos, pero se les concede la vida”.

En lo que se demuestra por la documentación histórica encontrada en exiliados catalanes tras la guerra, protegidos por la corte de Viena, parece que la represión física a partir de la caída de Barcelona se centró principalmente en la guerrilla rural y en los jefes militares más emblemáticos, pero no se produjeron episodios especialmente violentos contra la población catalana.

La documentación encontrada en estos exiliados denotan quejas sobre esos procesos de exilio, y sobre lo que consideraban la aplicación de una abusiva carga fiscal sobre los catalanes, especialmente a través del nuevo impuesto del catastro.

Josep Maria Torras (1714: Felip V Contra Cataluña) afirma: “Para los catalanes de la época, el nuevo modelo de fiscalidad introducido por el catastro significó de repente tener que pasar de un concepto de 'contribución' votada en Cortes como un donativo al monarca, a un modelo de impuesto coactivo y desorbitado, en la fijación del cual no habían participado en absoluto, y que además era recaudado por la fuerza de las armas del ejército de ocupación”.

Pero la realidad fue que los catalanes estaban acostumbrados a efectuar unas aportaciones fiscales mínimas a la monarquía, en contra de los castellanos, que tras las revueltas comuneras tuvieron que soportar todo el peso de esta con cargas fiscales entre el 400% y el 800% superiores a las de los reinos aragoneses durante todo el periodo austracista, como informaba Gonzalo Martínez Díez, catedrático de Historia del Derecho Español, 1976. Y aún en 1833, si cada castellano pagaba 29,5 reales, los de la corona de Aragón pagaban 11,5, lo que acabó arruinando a la industria castellana y andaluza.

El historiador Eduardo Escartin, en su espléndido trabajo EL CATASTRO CATALAN: TEORIA Y REALIDAD (www.raco.cat/index.php/.../article/.../16517...) ofrece prueba documental indicando que mientras en 1722 “en Barcelona se consideraba que el Catastro era demasiado gravoso y por lo tanto injusto, Madrid, por el contrario, pensaba que era muy ajustado a la riqueza del País y que era proporcional a la riqueza del Principado. Sesenta y seis años mas tarde las posiciones se habían invertido, Barcelona lo consideraba adecuado como imposicion directa a sus riquezas y Madrid creia que era injusto dado que no gravaba en la proporción que marcaba el propio impuesto la riqueza del país, la cua1 había crecido enormemente desde que se fijó la cifra de los 900.000 pesos”.

Así, no faltan autores que ensalzan los beneficios que aportó Felipe V a Cataluña: “El 11 de septiembre de 1714 Barcelona se rindió a las fuerzas borbónicas. La ciudad, contra la costumbre de la época, no fue saqueada. (...) La derrota, a la postre, fue muy beneficiosa para Cataluña. Las numerosas tropas acantonadas en la Ciudadela sirvieron para impulsar la producción textil de Cataluña, pues debían abastecerse de uniformes. El siglo XVIII, pese a los gemidos nacionalistas, fue uno de los mejores para el Principado en términos de prosperidad y paz. Se abrieron las puertas de América a los comerciantes catalanes y la riqueza empezó a fluir. Pronto los catalanes se olvidaron de la derrota y participaron en los destinos de la monarquía hispánica.” (Javier Barraycoa, vicerrector del Abad Oliba CEU de Barcelona) http://www.grandesbatallas.es/batalla%20de%20la%20fiesta.html

Lo cierto es que, como reconoce la misma web de la Generalitat en su artículo de historia dedicado al periodo borbónico, Cataluña vivió bajo su gobierno una de las épocas de mayor esplendor económico de su historia. Pero aún así los efectos de la Guerra de Sucesión y su posguerra son usados hoy día por el nacionalismo político como motivo de agravio histórico contra Cataluña, exaltando la existencia de una antigua identidad nacional catalana, y una lucha por sus libertades nacionales. 

Indicaba el historiador catalán Joan Campàs Montaner: “Muchos son los puntos oscuros que habría que aclarar de aquella guerra y su posguerra, muchas las exageraciones que han sido dichas y repetidas. Quizás la ideológicamente más nefasta ha sido la de presentarla como una resistencia contra el absolutismo francés en defensa de las libertades nacionales. Sólo así se puede entender la ofrenda floral al representante de los intereses de la aristocracia barcelonesa, Rafael Casanova
Como recuerdo de la contienda y de Felipe V en la memoria de los catalanes queda el hecho de que la Nueva Planta implicó la abolición de las instituciones y constituciones catalanas, lo que muchos hoy en Cataluña interpretan como la pérdida de su nación. Ciertamente a los diversos territorios de la Corona de Aragón se extendieron buena parte de las instituciones castellanas, aunque en Cataluña se mantuvo el derecho civil catalán, y también se centralizaron todas las universidades catalanas en Cervera, para controlar mejor a las élites cultivadas, situación que se prolongó hasta 1842.

Como símbolo de la supuesta represión sufrida queda en el imaginario catalán aquella fortaleza de la Ciudadela mandada construir por Felipe V en el barrio de la Ribera, donde hoy se encuentra el parque que recibe el mismo nombre, y el mercado del Born, todo un icono nacionalista en nuestros días. Para su construcción se derribaron muchas casas ya muy deterioradas tras los bombardeos del asedio. Los propietarios de las casas no fueron indemnizados, solo a algunos privilegiados les dejaron construir una nueva casa en unos terrenos de escaso valor cerca de la playa que en unos años se convertiría en la futura Barceloneta.

El 25 de octubre de 1841, se acordaría el derribo de la Ciudadela, bajo el gobierno de Espartero, pero la inestabilidad política en la época provocaría en recelo del gobierno central a su derrumbe, y permaneció medio derruida durante todo un año. Paradójicamente un nuevo levantamiento en Barcelona, el de la Jamancia, llevó a un nuevo bombardeo de esta al mando del General Prim en 1842, y días más tarde se ordenó reconstruir la Ciudadela, a costa del pueblo. Sería de nuevo Prim, ahora como Ministro de Guerra, quien durante la revolución de la Gloriosa, el 26 de octubre de 1868 autorizase por decreto el derrumbe de la Ciudadela.

Tras la demolición, se decidió construir allí un parque, el hoy existente parque de la Ciudadela, que
albergaría la Exposición Universal de 1888, la primera exposición universal de Barcelona. Más tarde, como sabemos, Cataluña recuperaría sus instituciones y gozaría en democracia de las mayores libertades y autogobierno en 300 años.

Nos explicaba el prestigioso historiador Josep Fontana, hoy día adepto a la causa nacionalista, que: "Entre la boda de Fernando e Isabel [1469] y 1714, Cataluña dispone de unas leyes, una lengua, una moneda y un sistema político propios. (…) Esto de la nación española se inventa en el siglo XIX. Y es lógico, porque “nación” es un concepto que no tiene sentido más que como un tipo de gobierno liberal parlamentario, ya que lo anterior es un poder que emana de Dios y es transmitido al soberano. La idea de nación nace cuando no hay súbditos, sino ciudadanos que se supone que son iguales" (Josep Fontana: Josep Fontana y Enric González o qué ocurre en Cataluña) 
Fuente: http://www.jotdown.es/2012/11/josep-fontana-y-enric-gonzalez-o-que-ocurre-en-cataluna/

Si como advertía el expresidente Jose Luis Rodriguez Zapatero, "el concepto de nación es algo discutido y discutible", también es una realidad que si por disfrutar de una lengua se trata, en el mundo existen 194 países, y el Ethnologue de 2009 indicaba que había alrededor de 6.909 lenguas en él. Y si las leyes o instituciones medievales de los diferentes reinos que conformaban Europa hace 300 años justifican algún tipo de derecho nacional, podríamos dividir Europa en cientos de pequeños estados.

Resulta complicado entender que tratan de recuperar hoy día muchos catalanes y su gobierno autónomo de aquellos privilegios ancestrales que disfrutaron a lo largo de toda la Edad Media y el Antiguo Régimen, hace ya más de 300 años. Como indicaba J. Fontana, esos privilegios medievales de poco sirven para justificar ambiciones nacionales en el s. XXI.

A día de hoy, el parque de la ciudadela de Barcelona es un bonito parque en el que la imagen de niños jugando se entremezcla con la de jóvenes tocando música y haciendo malabares, a semejanza de los parques que existen en los espacios abiertos de las modernas ciudades europeas. Esos niños y jóvenes denotan un aire de libertad que difícilmente lleva al anhelo por recuperar antiguas libertades medievales perdidas. 

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