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10 de junio de 2016

¿Cuándo murió Europa? De la austeridad al hundimiento


De la austeridad al hundimiento

Las políticas de austeridad están fracasando. La afirmación, vehemente, viene avalada por múltiples datos, procedentes de entidades públicas y privadas, que conducen a una conclusión nítida: la situación económica y social ha empeorado, con la aplicación de los recetarios que emanan desde Bruselas y Berlín. Los sacrificios que se exigen a la ciudadanía europea del sur son ingentes. Y difíciles de cumplir, sin erosionar servicios públicos esenciales.
La obstinación en mantener las mismas fórmulas que llevan al fracaso constituye la hoja de ruta de los gobernantes europeos. Las cifras del Reino Unido, Francia, Italia, España y la misma Alemania, deberían invitar a una revisión de los preceptos económicos que se aplican, con un nuevo objetivo: el crecimiento económico. Apunto tres consideraciones al respecto:
1. El sistema financiero no puede salir indemne de esta situación. Su reconversión es necesaria. Su rescate, perentorio. La inyección masiva de dinero público para salvar entidades bancarias ha resultado decisiva para no cometer los mismos errores que se vivieron en la crisis de los años 1930. Pero, una vez hecho esto, no puede permitirse que el sistema financiero siga racaneando el crédito y, en tal contexto, aplicando severísimas políticas en los mercados hipotecarios, con desahucios inaceptables. Todas las crisis económicas de calado han tenido orígenes en el mundo de las finanzas; pero la forma de atajarlas ha divergido en función de la actitud de los poderes públicos, que debieran arbitrar las normas jurídicas adecuadas para, también, salvaguardar la dignidad de las personas.
2. No se puede crecer sin políticas activas de inversión y con los recortes presupuestarios como única herramienta. No es menos cierto que existe un problema de deuda y de déficit, que debe atacarse. Pero la historia económica enseña que, en otros momentos no tan alejados (años ochenta con la crisis de la deuda latinoamericana; o noventa con la recesión asiática), la aplicación de la más estricta ortodoxia (es decir: equilibrios presupuestarios sin matices, la reducción del déficit como finalidad prioritaria) retrasó la recuperación económica, hasta el punto de generar décadas perdidas y parálisis en los aparatos productivos. Europa, que tiene ahora ese problema de deuda, ha de marcar una mayor laxitud en el cumplimiento de las reglas de Maastricht. No existen Tablas de la Ley que indiquen que se debe cerrar un déficit determinado en un año concreto: ese es un criterio político más que técnico. Y, por tanto, es corregible. Políticamente, claro.
Urge flexibilizar las reglas de cumplimiento con la deuda y el déficit, para poder así implementar políticas decididas de inversión pública que actúen como multiplicadores del sector privado. Y el sistema financiero debe colaborar en esa estrategia de recuperación, por un motivo evidente: se le ha apoyado masivamente, en sus fases depresivas. No puede entonces refugiarse, estrictamente, en su propio lenguaje y eludir que, para la salvación de la estructura bancaria, la población y sus representantes políticos tuvieron que cambiar el suyo.
3. Austeridad y crecimiento son incompatibles. Digo esto porque los apóstoles de la austeridad acotan su defensa con una coletilla: deben impulsarse a su vez políticas de crecimiento. Lo han dicho Rajoy, Cameron, Merkel, el FMI y otras entidades afines. Imposible ecuación: el economista debe escoger; y, a su vez, el político. Se nos dice: seamos austeros, porque de ese rigor nacerá el crecimiento. ¡Como si cuadrar un presupuesto público fuera condición suficiente! Fíjense: aquí se nos desplaza a un futuro inconcreto para prometernos la resolución de nuestros problemas actuales. No se puede decir a una persona despedida de su trabajo que esto se hace para su bienestar en una fecha indeterminada en el futuro. No es defendible laminar servicios sociales, sanitarios y educativos, con la cantinela de que eso, los recortes, es para preservar y mantener aquellas prestaciones capitales. Es inaudito explicar que se sube la presión fiscal con el ánimo de generar crecimiento, también en un mañana difuso. La remisión a nuevas fechas, un artilugio retórico en manos de quienes gobiernan, nos toma a todos por incautos e ignorantes.
O se radicaliza la austeridad en su propio mantenimiento, o se vuelcan los esfuerzos en generar ocupación. Porque este es el principal problema económico, el paro, un estado que genera desafección de todo tipo a una población inerme y desesperanzada. Créanme: no se corregirá a tijeretazos. Y aquellas dos son las sendas vías: austeridad y decrecimiento o inversión y crecimiento. La política ha de actuar, frente a unas técnicas que nos llevan a un indeseado escenario: el hundimiento de un sistema social forjado durante decenios, que garantiza la equidad.

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