Así de claro lo admite el general del ejército francés Jean Bernard Pinatel en un reciente artículo (*).
La Batalla de Alepo ha tapado los importantes cambios que se han producido en Libia en un año, donde los imperialistas han vuelto a fracasar estrepitosamente.
Obama ha reconocido abiertamente que Libia ha sido el “mayor error” de sus ocho años de mandato.
El acuerdo de Túnez firmado hace dos años bajo los auspicios de la ONU, es papel mojado. Pero esta vez los imperialistas no tienen a nadie a quien echar las culpas.
En Libia, como en los demás países árabes a los que ha llegado la OTAN, el Califato Islámico intentó establecerse, e incluso estuvo a punto de hacerse con las riendas, aunque fracasó después de cuatro meses de dura batalla en Sirte, su feudo, con la milicia Misrata.
Aprovechando ese enfrentamiento, el general Haftar y sus aliados de la milicia Zintan se han apoderado del gas y el petróleo, lo que acabará poniendo a Misrata bajo la férula del general.
Como estos milicianos son el apoyo más importante del gobierno de unidad nacional creado en 2014 en Túnez, lo que se ha arruinando es el propio acuerdo.
El general Haftar está apoyado por Egipto, Rusia y China.
Para orientarse en el laberinto de destrucción que la OTAN ha dejado en Libia, hay que conocer a las fuerzas en presencia.
La primera de ellas es la milicia Misrata que, con 20.000 hombres, es la fuerza militar más importante, de la que tratan de apoderarse los Hermanos Musulmanes con el apoyo de la inteligencia militar turca, aunque al mismo tiempo también mantienen buenas relaciones con Italia, la antigua potencia colonial.
La segunda es la milicia Zintan, que controla el petróleo así como las fronteras y el gran sur desértico.
Protege al hijo de Gadafi, Seif Al-Islam, al que se niega a entregar a los imperialistas para que organicen con él la correspondiente payasada de “juicio”.
La milicia del general Haftar, el Ejército Nacional Libio, reagrupa a los elementos de las antiguas fuerzas regulares que a lo largo del año ha logrado erradicar a los yihadistas de Bengasi y, de rebote, acabar con el gobierno de unidad nacional de Fayez Sarraj.
En Libia el Califato Islámico es un refrito de veteranos que han combatido en las guerra de Irak y Siria.
Unos 2.000 ó 3.000 yihadistas se establecieron inicialmente en Derna en 2015 con el nombre de Wilaya Barqa, bajo el mando de Abu Al-Mughirah Al-Qahtani.
Los yihadistas locales, incluido Ansar Al-Sharia, la filial libia de Al-Qaeda, vieron a esta milicia como una fuerza “extranjera” y la expulsaron de Derna, desplazándose hacia Sirte.
En el norte de África su influencia nunca ha sido la misma que en Irak o Siria.
En mayo los imperialistas desencadenaron la Operación Al-Bunyan Al-Marsus (Estructura Sólida) para desalojarles de Sirte, para lo cual contaron con Misrata, con algunas unidades bereberes, con la aviación estadounidense y los comandos especiales de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Además de prolongada, la batalla de Sirte fue muy dura, palmo a palmo y una verdadera sangría para Misrata.
Aprovechando su debilidad el general Haftar desata en setiembre una ofensiva en la que se apodera de los puertos de Ras Lanuf, Es Sider y Brega y, sobre todo, del petróleo.
De rebote el avance de Haftar es una derrota para el gobierno de unidad nacional, la apuesta de los imperialistas para Libia, huérfano de cualquier clase de apoyo porque las masas, cualquier que sea su origen tribal, repudian al imperialismo y los países que los representan.
Consideran que el presidente de dicho gobierno, Fayez el-Sarraj, no es más que una marioneta cuya tarea es entregar el petróleo a las multinacionales del sector, incluidas las españolas, que son quienes le apoyan.
Como es tradicional en los últimos años, la ONU ha quedado en evidencia con sus condenas a Haftar, un viejo agente de la CIA que ahora a donde viaja es a Moscú y que ha cortado el suministro de gas que ENI robaba para Italia.
En Libia quien tiene el fusil y tiene el petróleo, tiene también el poder, al que todos deben pleitesía, incluidas las milicias de Misrata, que han cambiado al gobierno de unidad por Haftar, arrastrando consigo a toda una coalición como Al Fajr Libya.
Como en todas las guerras emprendidas por el imperialismo en los últimos años, Libia es un país absolutamente arrasado.
Desde 2011 no ha habido ni un minuto de paz, pero quien va ganando la guerra es quien ha roto todas las quinielas de las grandes potencias, el general Haftar, dos veces renegado.
Primero traicionó a Gadafi por la CIA y ahora traiciona a la CIA por Moscú.
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