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2 de septiembre de 2017

Crece el temor de un desplome financiero y una revuelta social en Estados Unidos


Nick Beams, WSWS

Están aumentando las inquietudes en los círculos financieros de EEUU y alrededor del mundo de que la acelerada subida de la bolsa de valores estadounidense tras la elección de Donald Trump de paso a un gran desplome. Estas preocupaciones develan algunas de las fuerzas que están detrás de la virtual guerra civil que vive la élite política estadounidense.

Los corredores y ejecutivos de Wall Street son cada vez más de la opinión de que el “comercio Trump”, que envió al Dow Jones y otros índices bursátiles a récords históricos, ha llegado a su fin, debido a que el presidente se ha vuelto un inconveniente. El punto álgido del ímpetu empresarial pasó de largo con el conflicto que siguió los disturbios nazis en Charlottesville. Los comentarios de Trump en defensa de los neonazis fueron percibidos como una carga debilitante para los intereses internacionales del imperialismo estadounidense y un posible detonante de inestabilidad social y política dentro del país.

Sin embargo, las preocupaciones sobre la inestabilidad que pueda causar el mandatario reflejan temores más profundos. La clase gobernante estadounidense confronta problemas que van más allá del actual ocupante de la Casa Blanca.

En un comentario publicado el lunes, Ray Dalio, el presidente del mayor fondo de inversión del mundo, Bridgewater, declaró que la política “probablemente va a desempeñar un mayor rol del que hemos experimentado antes en una manera muy similar a 1937”. La capacidad de EEUU para sobrellevar conflictos políticos tendrá un mayor efecto en la economía que las “políticas monetarias y fiscales clásicas”.

La referencia a 1937 es significativa. La primera mitad de ese año vio un colapso importante en la economía estadounidense—un declive más empinado que el de 1932 en lo peor de la Gran Depresión—. Ese año también vivió una erupción de las luchas de clases en las industrias automotriz y siderúrgica.

Dalio escribió que las divisiones sociales y económicas en EEUU son similares a las de los alzamientos revolucionarios en este periodo. “Durante tiempos como estos, aumentan los conflictos (tanto internos como externos), emergen los populismos, las democracias son amenazas y pueden ocurrir guerras”. Luego, añadió que él no puede predecir cuán mala será la situación, pero dijo no sentirse alentado. “Los conflictos se han intensificado al punto que un combate hasta la muerte es más probable que una reconciliación”.

Hace casi 170 años, en su obra Las luchas de clases en Francia, Marx notó que la erupción de la lucha de clases tiene un impacto significativo en el sistema financiero porque pone en duda la confianza en la viabilidad misma del sistema económico que preside la clase gobernante.

En su comentario, Dalio escribió que, cuando uno mira los promedios, “uno podría concluir que la economía de EEUU está bien, pero cuando uno mira los números detrás de esos promedios, se vuelve claro que a algunos les va extraordinariamente bien mientras que a otros terriblemente mal, con las mayores brechas de riqueza e ingresos desde los años treinta”.

Dalio y otros se han referido a la cada vez más amplia brecha social y política en términos de “populismo”, pero su verdadero temor es que emerja un conflicto abierto entre clases. “La mayoría de los estadounidenses”, anotó, “parecen estar fuerte e intransigentemente en desacuerdo en cuanto a nuestros líderes y la dirección del país”. Además, “están más dispuestos a luchar por lo que creen que en tratar de ir más allá de sus diferencias para trabajar productivamente con base en principios compartidos”.

En otras palabras, las ilusiones sobre el “sueño americano” y sobre EEUU como “la tierra de la oportunidad”, que sirvieron históricamente como un tipo de pegamento político, se han desvanecido. Lo que aterra a la clase gobernante es que la clase obrera entre en acción bajo condiciones en que todo apunta a un estallido de la burbuja financiera que ha venido siendo inflada por los bancos centrales globales desde la crisis financiera del 2008.

Hace nueve años, la desintegración completa de los mercados bursátiles fue prevenida solamente gracias a la inyección de billones de dólares al sistema financiero global—tan sólo la Reserva Federal de EEUU vertió más de cuatro billones de dólares—. Sin embargo, el efecto principal de estas medidas no fue estimular una recuperación significativa en la economía “real” —algo evidente viendo que las tasas de interés en EEUU y las principales economías permanecen en niveles históricamente bajos—, sino facilitar un auge en el mercado financiero.

La última expresión de esta manía especulativa ha sido la subida del valor de la criptomoneda Bitcoin. Después de los más de 3000 días que le tomó alcanzar el nivel de $2000, la divisa, utilizada para el comercio por Internet, brincó de $2000 a $4000 dólares en menos de 85 días. La valoración total del mercado de Bitcoins se ha expandido a $140 000 millones, con el ingreso de algunos de los principales inversores como Goldman Sachs.

Sin embargo, esta es sólo una de las burbujas que se han desarrollado en casi todos los activos financieros.

Con la descarga de dinero ultrabarato por la Reserva Federal y los otros bancos centrales, las compañías también han podido mantener el valor de sus acciones alto a través de préstamos para recomprar sus propias acciones. Sin embargo, este proceso está llegando a un límite, ya que las compañías se han endeuda excesivamente y no pueden adquirir nuevos préstamos para continuar inflando los valores de sus acciones.

Como lo comentó el diario Financial Times el lunes, tomando en cuenta sus valoraciones históricas y de largo plazo, las acciones en EE. UU. “parecen más caras que en cualquier otro momento excepto en los meses antes del gran colapso de 1929 y del estallido de la burbuja de las puntocoms en el 2000”.

Bajo lo que eran circunstancias “normales”, el dinero era invertido en los mercados de bonos para aprovechar sus mayores tasas de rentabilidad; sin embargo, los mercados de bonos ahora también se encuentran en una burbuja con un comercio a niveles históricos, con tasas de interés (que varían inversamente al precio) en niveles bajos récord.

En el 2008, la clase gobernante estadounidense respondió a la crisis financiera por medio de mecanismos políticos y económicos. Por un lado, instalaron a Obama como presidente, bajo proclamas de una “audaz esperanza” y “cambio en el que puedes creer” y contando con el apoyo de la burocracia sindical y las distintas organizaciones de las capas privilegiadas de la clase media, que aclamaron su elección como un momento “transformativo”.

Por el otro lado, destaparon el tesoro para inyectar la mayor cantidad de dinero al sistema financiero en la historia económica para financiar una orgía de especulación y organizar la mayor transferencia de riqueza de la clase obrera a los ricos. Lejos de resolver las contradicciones, las recrudecieron a un nivel más alto.

A pesar de que hay secciones de la burguesía que tiemblan ante la intensificación de los conflictos de clases, no pueden proponer ninguna medida que aborde las condiciones que están llevando inexorablemente a explosiones sociales. Mientras que Trump ha perseguido la política de desarrollar un movimiento extraparlamentario de extrema derecha, sus críticos dentro de la clase gobernante están buscando reorganizar su administración para ponerla bajo un control más firme de la cúpula militar y financiera del país.

Estamos entrando en un nuevo periodo de convulsiones económicas y sociales, para el cual tiene que prepararse la clase obrera mediante la construcción de una dirección revolucionaria basada en un programa internacionalista y socialista para resolver, en sus propios intereses, la crisis histórica del sistema de lucro capitalista.

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