Si se trata de hacer algún análisis para comprender las causas de fondo que han originado el fenómeno económico que tenemos ante nuestros ojos es necesario remontarse al cierre de la Segunda Guerra Mundial ya que es aquí donde se marca una línea divisoria decisiva. Mientras Europa y Japón fueron devastados por la Guerra, Estados Unidos no recibió ningún ataque directo y por tanto todo su poderío industrial se mantuvo incólume.
Esto le dio gran ventaja y por ello en menos de un lustro se convirtió en la primera potencia mundial. La Gran Depresión que había vivido en los años treinta sólo fue superada por el auge de la producción de armamento bélico y su venta y abastecimiento a los países en guerra. Así como una guerra permitió a EE.UU. convertirse en el lider mundial de las potencias económicas, otra guerra, la de Iraq, lo hundió en las penumbras, si tomamos en cuenta que esta tuvo un costo superior al billón de dólares al año. ¿Quien ha terminado pagando este despilfarro?
Tras la Segunda Guerra Mundial, y con la llegada de la paz y la desmovilización, hubo un temor dominante de que volviera la gran Depresión, ese fantasma terrible que se había vivido a fines de los años 20 y principios de los 30. Durante 1949, y con una nueva geopolítica mundial, EEUU intentó preparar una estrategia básica para la guerra fría emergente. El resultado fue el Informe del Consejo Nacional de Seguridad 68 (NSC-68) redactado bajo la supervisión de Paul Nitze, miembro del Equipo de Planificación Política y Económica del Departamento de Estado. Con fecha del 14 de abril de 1950, y firmado por el presidente Harry S. Truman el 30 de septiembre de 1950, estableció las políticas económicas públicas básicas que EEUU siguió aplicando durante casi 60 años.
Este documento clamaba por una “estrategia de reducción de precios que sembrara las semillas de la destrucción dentro del sistema soviético, de tal manera que ese régimen colapsara desde sus propias entrañas”. La política recomendada por el documento NSC-68 para mantener los precios estables iba a requerir “sacrificios y disciplina” dentro del país, es decir, grandes gastos militares y severas restricciones, a su vez, en gastos sociales. También sería necesario acabar con el “exceso de tolerancia” que permitía cierto grado de disensión interna. En su referencia a la planificación política, un informe secreto elaborado por George Kennan, antecesor de Paul Nitze, señalaba:
Tenemos alrededor del 50% de la riqueza mundial pero sólo un 3% de la población… Con esta situación no podemos evitar ser objeto de envidias y resentimientos. La tarea realmente importante para el próximo período es elaborar un modelo de relaciones que nos permita mantener esta posición de desigualdad. Para conseguirlo tenemos que prescindir de todo tipo de sentimentalismos y utopías; nuestra atención tiene que concentrarse en nuestros intereses nacionales más inmediatos. Debemos dejar de hablar de objetivos vagos e irreales como los derechos humanos, el aumento de la calidad de vida, y la democratización.
Siguiendo esa misma línea, en una breve charla dirigida a los embajadores estadounidenses en Latinoamérica en 1950, Kennan observó que uno de los principales objetivos de la política exterior norteamericana debía ser “la protección de nuestras materias primas” (por supuesto refiriéndose a los recursos naturales de América Latina) “Debemos combatir la peligrosa herejía, que, según informaba la inteligencia norteamericana se estaba extendiendo por toda Latinoamérica, de que un gobierno es responsable del bienestar de sus ciudadanos“.
Como había apuntado el secretario de Estado de Woodrow Wilson 30 años antes, el verdadero sentido de la doctrina Monroe (América para los americanos) era que “Estados Unidos considerara sus verdaderos intereses. La integridad de las otras naciones americanas es puramente accidental, no un fin en sí mismo”. Wilson, el gran apóstol de la autodeterminación, afirmaba que ese argumento era incontestable, aunque fuera poco político presentarlo en público.
En su libro de 1970 Pentagon Capitalism: The Political Economy of War, el ingeniero industrial Seymour Melman señala que “la industria de armamentos, con su gasto de miles de millones de dólares está desmantelando a la industria de bienes de consumo”. El libro de Melman, hoy considerado profético, señala en parte de su trabajo que tras un inventario realizado en 1968 se detectó que un 70% de las máquinas y herramientas para trabajos en metales utilizadas en la industria de EEUUtenían diez años o más, la edad máxima de uso para este tipo de equipamiento (taladros, tornos, etc.). Esto significa que el inventario de maquinarias y herramienta de EEUU es el más antiguo de todas las principales naciones industriales, y marca la continuación de un proceso de deterioro que comenzó con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este deterioro en la base del sistema industrial certifica el continuo efecto debilitador y agotador que ha tenido el uso militar del capital y del talento de investigación y desarrollo en la que fue la primera potencia mundial.
A propósito del rescate de esta obra de Melman, Thomas Woods, escribió, en septiembre de 2007: “Según el Departamento de Defensa de EE.UU., durante las cuatro décadas de 1947 a 1987 se utilizaron 7,62 billones de dólares en recursos de armamento. En 1985, el Departamento de Comercio estimó el valor de la maquinaria y equipamiento de la nación, y de la infraestructura, en 7,29 billones de dólares. En otras palabras, la cantidad gastada durante ese período podría haber duplicado el capital social estadounidense o modernizado y reemplazado su inventario existente”.
“El que no hayamos modernizado o reemplazado nuestro bien capital es uno de los principales motivos por los que, al llegar el Siglo XXI, nuestra base manufacturera se ha evaporado”, concluyó Melman.
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Este artículo fue publicado en enero de 2008. Ver artículo original
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