Bajo el Almendro
Sus viejos huesos se le marcaban en la piel formando pequeños valles entre costilla y costilla; valles y crestas que se movían agitadamente con cada respiración de sus viejos pulmones; única señal que dejaba saber que aún estaba vivo – casi vivo, casi muerto -. Su cráneo y cara estaban enjutos, con la piel plegada a sus descalcificados huesos faciales; sus hundidos ojos tristes y ya casi ciegos, empañados por el polvo y el hambre cotidiana, miraban al mundo resignados y estoicos.
Desde hacía dos años vivía bajo un árbol de almendro. Poco más de dos años hacía desde el día que sintió el primer aguijonazo en la columna. A partir de ese día ya no tuvo sosiego, y comenzó a moverse, más bien a arrastrarse, con gran dificultad en la acera de enfrente del mercado; donde aún conseguía quien le diera una mano con algo para beber, algo para comer.
Su desgracia mayor fue quedarse sin movimiento alguno, ni siquiera arrastrarse le fue ya posible. Un dia de verano unos buenos samaritanos al verlo casi ahogándose bajo el ardiente sol del mediodía, lo llevaron a descansar bajo la sombra del almendro; almendro aquel que desde aquel aciago día, se convirtió en su casa y su refugio; refugio aquel que lo protegería del sol y de los vientos, y las lluvias de invierno.
Y allí Bajo el Almendro vio pasar sus más tristes días, días de sol y viento, de polvaredas y hambre, de tedio y soledad. La gente de la calle, sin alma y despiadadas, perversas lo ignoraban. Solo aquella muchacha que Dios había mandado; dulce y tierna, amorosa, comida le llevaba. Aquel ángel bendito era lo más hermoso de su frágil existencia; lo limpiaba y animaba con palabras bonitas y le hacia sus días: Más hermosos, más bonitos, más humanos. Más la muchacha linda de palabras bonitas de sus días bonitos se marchó sin volver, nunca supo porque.
Y quedose allí sólo y desvalido, desdeñado por el mundo; aquel extraño lugar de gentes desprovistas de toda humanidad, insensibles y ciegas ante el dolor ajeno, preocupadas tan solo de sus iphones y selfies, de sus tomas bonitas para postear al mundo y lucirlas con orgullo en los medios sociales, sus facebook e instagram, snapchats y sus tweets; mundo raro señores,de los cuerpos sin alma, deambulando sin rumbo en sus ficticias realidades, insatisfechos y embrutecidos, superficiales y vanos.
Pero a decir verdad, él no estaba tan sólo; le visitaban siempre las moscas de la cuadra, compañeras cotidianas, alegres voladoras ya sea para alimentarse de las supuraciones de su llagada piel o tal vez para animarlo y sentirse con vida con sus revoloteos, zumbidos y picadas. Ni intentaba espantarlas, eran sus compañeras; ellas, las moscas de la cuadra, amigas de la calle, sin prejuicios ni desprecios, sin asco por sus llagas ni su mundo maltrecho .
Y contaba últimamente con el mendigo de la esquina, quien como buen observador de su mundo y su entorno se había dado cuenta que La Niña bonita ya no venía más al almendro olvidado; y comenzó aquel mendigo a alegrarle los días, a veces con pupusas, a veces con tortillas.
Quizás aquel viejo hombre caído en la desgracia comprendía más que nadie su debacle y sus tristezas. Bien dicen por allí: “Dios aprieta pero no ahorca”
Los demás, moros y cristianos, pasaban con premura sin siquiera mirarlo, unos tapándose las narices, otros con cara de repugnancia, profesando improperios contra el árbol caído. Las hermanas de la iglesia de la esquina, almas disque piadosas, lo evitaban cruzando a la acera de enfrente. Sus hijos eran peores, lo escupían y pateaban cuando él dormitaba; y ellas, viejas beatas, tan solo sonreían, no les decían nada..
Más aún en su penar apreciaba la vida, y se regocijaba al llegar la mañana con sus rayos de sol y nuevas esperanzas; se decía, animado: “este sera un día bueno, un día bonito, un día mejor. Y esperaba sereno por la tortilla del anciano de la esquina y se hacía esperanzas de que tal vez este día le trajera además un par de alitas de pollo, como a veces hacía.
Y es que en tiempos mejores, cuando podía valerse por sí mismo, antes de la llegada de aquella dolorosa y debilitante artritis reumática, las alitas de pollo eran su comida favorita.
Y gustaba de pasearse por el pueblo saludando a la gente, eran sus días mozos de feliz juventud. Alitas de pollo, que sabrosa la vida, que bonita la vida
Culminaba sus andadas en el puesto de comida de La Niña Mariana donde, invariablemente, comía sus alitas de pollo, su manjar de manjares, acompañado algunas veces de hasta uno que dos sabrosos chunchucuyos…Ah tiempos aquellos de disfrutes mundanos, ya correteando con los cipotes de la escuela, ya en brazos de alguna mozuela.
Y recordando esos tiempos, contento con la vida, se dijo muy tranquilo, es bonita la vida…y sosiego y en paz recostó su cabeza sobre la tosca roca. Y cerrando despacio sus ojos ya cansados, se alistó para irse, que “ya es mi hora” se dijo, “este mundo ya no es bueno y se volvió inhumano, un mundo ennegrecido por las almas sin alma, por las almas avaras de una sociedad extraña, de una selva darwiniana”.
Y dijo adiós al mundo moviendo su colita, soltando un gran suspiro, dijose finalmente, aullando feliz en su último pensamiento: Es bonita la vida, fue bonita la vida…
Moraleja: ayuda al que necesite ayuda, quizás llegue el día quien seas tu el protagonista,de esta historia