Alemania, contra el sistema europeo de garantía depósitos
Los señores de la Unión Bancaria
Ya lo había anunciado, sin tapujos, la cancillera alemana Angela Merket en el Consejo Europeo de Bruselas del pasado 18 de Diciembre: “Creemos que es un error y como tal lo rechazamos”. El objeto de su tajante negativa era la iniciativa lanzada unos días antes por la Comisión Europea, con el respaldo explícito del Banco Central Europeo, para la creación de un Sistema Europeo de Seguro de Depósitos (EDIS su acrónimo en inglés).
Desde entonces, el enfrentamiento entre Alemania y las instituciones comunitarias no ha dejado de agudizarse. Del último ataque se ha encargado hace pocos días Ludger Schuknecht, economista jefe del Ministerio de Finanzas alemán.
No fue la única cuestión en la que Merkel resultó aislada en la reunión, ni la que acaparó más la atención de los medios (las crónicas se centraron más bien en la crisis de los refugiados).
Sin embargo, el choque entre Alemania y las instituciones comunitarias sobre el seguro de depósitos europeo abre un frente de conflicto que, sin ser ni inédito ni inesperado, puede tener consecuencias de calado para la evolución de la crisis de la Eurozona. El EDIS es la pieza que falta para completar la Unión Bancaria. Desde unos meses se ha convertido en una prioridad absoluta para Comisión Europea y BCE, que así lo han señalado tanto en el Informe de los Cinco Presidentes como en el Discurso sobre el estado de la UE del presidente Juncker.
Por toda respuesta desde Berlín se ha levantado una cortina de fuego preventivo. Ya en septiembre, el ministro federal de Finanzas, Wolfgang Schäuble, avisó en una reunión del Ecofin que iniciar un debate sobre el EDIS sería “empezar la casa por el tejado”. Y para cuidarse en salud, el Gobierno alemán se aseguró también el respaldo formal de su Gran Coalición, que aprobó en el Bundestag una resolución firmemente hostil hacia el proyecto de seguro europeo.
Proyecto gradual en ocho años Para intentar adelantarse a las objeciones alemanas, la propuesta de la Comisión plantea el seguro europeo de depósito como un proyecto destinado a desarrollarse con gradualidad en los próximos ocho años. En una primera fase el sistema consistiría en un mecanismo de reaseguro, en base al cual los sistemas nacionales podrían acceder a los fondos del sistema europeo tan solo en caso de agotar sus recursos.
A partir de 2020, el sistema se convertiría en un mecanismo de coaseguro, con una progresiva mutualización del riesgo. Es decir, el Fondo Europeo de Seguro participaría junto con los fondos nacionales al rembolso de depósitos de bancos liquidados, asumiendo inicialmente una cuota de riesgo relativamente modesta (20%), que se incrementaría progresivamente hasta llegar al 100% en 2024.
Al mismo tiempo, la Comisión ha insistido en que tan solo los países que cumplan perfectamente las directivas comunitarias podrían acceder al sistema y que las aportaciones de los bancos serán en todo caso proporcionales a su perfil de riesgo (un guiño para ablandar la resistencia de las entidades habitualmente más prudentes, como las cajas de ahorro y los bancos cooperativos).
Un enfrentamiento con costes políticos
Un enfrentamiento tan abierto con Alemania tiene costes políticos considerables. ¿Por qué a la Comisión y al BCE les ha entrado tanta prisa? En Frankfurt los encargados del Mecanismo Único de Resolución llevan 18 meses cepillando las cuentas de los principales bancos de la Eurozona para evaluar la calidad de sus activos.
Sin duda habrán constatado de primera mano lo que otros han podido observar indirectamente (por ejemplo un Working Paper de Bruegel publicado en Julio del año pasado): las pequeñas y medianas entidades bancarias, que representan la mitad de los activos totales del sistema, siguen almacenando una gran cantidad de préstamos dudosos o no rentables, y en muchos casos no disponen de capital suficiente para hacer frente a las posibles pérdidas.
Para más inri, es de estos días la noticia de una investigación suplementaria abierta a cargo de seis bancos italianos, cuyos títulos han sufrido un repentino colapso en la Bolsa di Milán.
Riesgo de fuga de depósitos, el EDIS como pócima
En este escenario de vulnerabilidad, a los depositantes no les faltarían razones para ponerse nerviosos. Actualmente, en base a la Directiva 2014/49, tienen asegurada una cantidad de 100.000 euros (por persona y banco); sin embargo las aportaciones de los bancos a cada fondo nacional de seguro de depósitos no alcanzarán el nivel acordado (el 0.8% del total de los depósitos asegurados) hasta 2024.
En caso de una liquidación bancaria de gran magnitud, si un fondo nacional no dispusiera de recursos suficientes para rembolsar los depósitos asegurados, el Gobierno no tendría más remedio que aportar la diferencia con el dinero de los contribuyentes. Pero, ¿si su capacidad fiscal resultara limitada por su elevado déficit o endeudamiento (como es el caso de los países periféricos de la Eurozona)?
Este es el escenario temido por el BCE, en el cual una abrupta pérdida de confianza podría desencadenar una masiva fuga de depósitos.
El EDIS reduciría este riesgo y contribuiría a cortar definitivamente el círculo vicioso entre las entidades bancarias y la salud fiscal del país en el que operan, que al fin y al cabo es el objetivo último de la unión bancaria.
A pesar de las alarmas, Merkel y Schäuble no parecen dispuestos a dar su brazo a torcer. "Diligence should come before speed”, repiten. Es decir: la prioridad es el saneamiento de los balances bancarios. Están dispuestos en principio a aceptar la mutualización de riesgos futuros, pero no quieren ni oír hablar de compartir, de una forma u otra, el coste de riesgos ajenos acumulados en el pasado. Que cada palo siga aguantando su vela. De ahí el amago de Schauble en el Ecofin de diciembre para desplazar la cuestión hacia el terreno de las negociaciones intergubernamentales, que es donde el Gobierno alemán ganó en 2014 la batalla sobre las aportaciones al Fondo Único de Resolución y donde puede seguir dictando los tiempos de la Unión Bancaria.
En efecto, el tiempo es una clave fundamental de la estrategia alemana (Wade Jacoby, The Future of the Euro). Para los políticos alemanes las reformas de la arquitectura de la Eurozona representan un proyecto de largo plazo y su objetivo es limitar al máximo la probabilidad de caer de nuevo en los errores del pasado. Saben que, tarde o temprano, la mutualización de riesgos y recursos será inevitable, sin embargo no piensan ceder el control sobre el “cuándo” y el “cuánto”. Están convencidos de que una mutualización demasiado generosa y temprana fomentaría el riesgo moral y reduciría la presión sobre los gobiernos y los bancos (especialmente los de la periferia de la Eurozona) que aún tienen que hacer limpieza y poner la casa en orden. Desde su posición de fuerza, a Merkel y Schauble les sobra tiempo y pueden permitirse el lujo de la paciencia. Hasta que los depositantes no opinen lo contrario
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