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19 de septiembre de 2016

Dinero físico y dinero virtual

Antes de entrar a hablar en detalle del funcionamiento financiero europeo, conviene aclarar previamente ciertas cosas: la primera, que el valor del dinero como tal reside en la confianza que los usuarios de ese dinero le dan al mismo. 

Si mañana todo el mundo se levantase con la absoluta e inamovible creencia de que el Euro no tiene ningún valor y que la mejor manera de realizar nuestros intercambios es usando gallinas, los euros perderían todo su valor y pasarían a ser unos curiosos objetos con un número por delante y una cara o un monumento por detrás. 
El valor del dinero existe en tanto en cuanto la sociedad que la utiliza cree firmemente en que ese es el único elemento legal y válido para hacer intercambios y transacciones económicas – dinero fiduciario que se llama –.
 Tiene un porqué detrás. 
Esa confianza y la exclusividad como herramienta viene dada por el poder del Estado, que avala tal objeto como portador de valor gracias a su monopolio de la violencia legítima y su capacidad política, económica y militar para mantener ese estatus. 
Así, en lugares donde el Estado es inexistente, caso de los llamados “estados fallidos”, no es extraño que el dinero que circule sea el emitido por la facción o grupo que controle el lugar. El más fuerte impone su ley, incluyendo la monetaria.
Lo segundo que debemos considerar es el hecho de que en el mundo actual el dinero que se mueve es eminentemente virtual y apenas está respaldado por dinero físico – monedas y billetes –. 
En 2013, por el mundo había dinero circulando por valor de unos 55 billones de dólares – dividido en distintas monedas –, de los cuales unos 5,2 billones eran monedas y billetes. 
Esto quiere decir que aunque las cifras puedan bailar ligeramente – dinero negro, por ejemplo –, en el mundo hay 10,5 dólares virtuales por cada dólar físico. 
Además, hay que considerar que esto es una media de todo el mundo. 
En zonas con una economía más básica y menos dependiente del sistema bancario – el Sur global –, la proporción es más baja, mientras que en las regiones más “financiarizadas” del planeta, la relación supera con creces la proporción de diez a uno. 
Al comprar un artículo por internet o al hacer una transferencia nadie duda de que el dinero ha ido de unas manos a otras, y nadie ha tocado una sola moneda. 
Las transacciones económicas actuales son, cada vez más, movimientos de números entre cuentas bancarias. Simples anotaciones; sumas y restas. El dinero físico se utiliza casi exclusivamente para operaciones cotidianas, y aun así hay elementos como las tarjetas de crédito, dinero plástico que se vale del dinero virtual, que compiten como método de pago. 
Sin embargo, la percepción generalizada es la de que el dinero físico es mayoritario y casi el intermediario natural en una operación, cuando en absoluto es así y de hecho, cada vez tiene una presencia más marginal a nivel global.
El último punto que debemos destacar es la capacidad de los bancos comerciales para crear dinero. Sí, los bancos crean dinero; de la nada además. 
En gran medida, que el 90% del dinero que circula sean números restándose y sumándose en cuentas y libros de anotaciones y no tenga que estar respaldado físicamente por nada facilita enormemente esta capacidad. 
Como esta es una de las ideas más complejas de explicar, lo resumimos con un ejemplo. 
Supongamos que en el mundo habitan dos individuos, “A” y “B”. Cada uno dispone de 1000€, por lo que el dinero existente en el mundo son 2000€, físicos además. “A” acude al banco a depositar 800€ de sus ahorros, pasando a tener ahora esa cifra en el banco y los 200€ restantes en su bolsillo. 
La entidad bancaria, como es lógico, se compromete a tener al menos parte de ese dinero disponible en caso de que el cliente lo necesite. Además, tener sus ahorros en esa entidad le reportará al depositante un 2% de interés. 
A los pocos días, “B” acude a ese mismo banco solicitando un crédito por 500€. 
El banco se lo concede ya que tiene recursos para ello – los 800€ que ingresó “A”– con un tipo de interés del 7%. Así, “B” tiene ahora 1500€, pero “A” no ha perdido los 800€ que ingresó. Sigue teniendo su depósito en el banco, solo que la entidad, al prestarle el dinero a “B”, espera recuperar dicho dinero mas unos intereses, que irán destinados a más créditos o al bolsillo de “A” si este necesitase la totalidad de sus ahorros. 
Ahora el dinero existente no son 2000€ sino 2500€, de los cuales 2000€ son físicos – 200 de “A”, 1500 de “B” y 300 que quedan en el banco –  y 500€ virtuales. 
El banco acaba de crear 500€ sin que haya ni una sola moneda o billete por medio. 
Sin embargo, si “B” considerase oportuno depositar parte del dinero que dispone en el banco y apareciese un tercer individuo solicitando un préstamo, la entidad bancaria repetiría la operación, generándose de manera permanente más dinero de la nada mientras el dinero físico sigue siendo el mismo.
Este proceso realizado una y otra vez es lo que facilita la expansión del crédito, la creación de dinero virtual y la inyección de más capital en el sistema. 
Los bancos, con el dinero que millones de ahorradores depositan en sus cuentas a cambio de la disponibilidad y una rentabilidad, realizan préstamos a empresas, particulares o entes públicos a un tipo de interés más alto que el que pagan a los depositantes. 
Simplemente, los bancos deben mantener una parte de todo el dinero que manejan en líquido, el llamado coeficiente de caja, que en la Eurozona es actualmente del 2%, aunque sumado a otras reservas, la media global se sitúa entre el 5% y el 10%. 
Esto quiere decir que por cada 100€ que los bancos tienen, pueden mantener 90-95€ rindiendo en préstamos y otras operaciones, pero debe haber 5-10€ físicos disponibles para todos aquellos clientes que deseen retirar dinero de sus cuentas por una u otra razón. 
Este poder lo tienen especialmente los bancos privados, ya que simplemente con anotaciones en un libro de cuentas pueden crear más dinero. 
De hecho, cerca del 90% del dinero que se crea en el planeta corre a cuenta de estos bancos privados, no de los bancos centrales de los estados. 
Las conocidas imágenes de sábanas de billetes en la imprenta no corresponden a la motivación de poner más dinero en circulación, sino que son repuestos del dinero físico que se deteriora y es reemplazado por monedas o billetes nuevos. 
Lo poco que pueden hacer los bancos centrales para restringir o facilitar la creación privada de dinero es actuar sobre los tipos de interés o sobre el coeficiente de caja, motivando así que la demanda de crédito se reduzca y/o que los bancos se vean obligados a mantener mayor liquidez en sus reservas, limitando la cantidad de dinero que pueden prestar y, por tanto, crear. 
No obstante, la idea principal de todo este proceso es sencilla: hay más dinero en tanto en cuanto hay más deuda en el sistema y en esto se basa buena parte del negocio bancario. 
Tampoco hay que ver la deuda como algo malo de por sí; la deuda es, en gran medida, lo que facilita la inversión y el consumo. 
Sin deuda – o sin endeudamiento – el desarrollo industrial, tecnológico y de consumo de los últimos siglos no se hubiese producido por no poder acumular capitales suficientes. 
Otro asunto distinto, y que aquí tiene gran importancia, es el endeudamiento irresponsable y los riesgos inherentes a otorgar y recibir créditos cuando la capacidad de devolución es dudosa. 
Ahora bien, el debate como tal no está focalizado en para qué vale este proceso, sino en por qué entes privados tienen semejante privilegio. 
Desde la consolidación del sistema capitalista a finales del siglo XVIII, quien tiene dinero es quien tiene el poder, por lo que no hace falta explicar qué poder se puede llegar a atesorar si se tiene la capacidad de crear ese dinero.

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