¿La Unión Europea se derrumba?
En septiembre de 1929 el ministro de Asunto Exteriores de Francia, Aristide Briand, soltó un discurso propositivo en la Sociedad de Naciones ante 27 Estados Europeos apostando por el nacimiento de una "Federación Europea". Su propuesta fue bien recibida por su colega alemán Gustav Stresemann con quien ya elaboró el Tratado de Locarno en 1925 para reforzar la Paz en Europa tras sufrir el continente la Guerra Guerra (1914-1918) que enfrentó a Alemania y Francia en diferentes bandos. Tras este gesto se solicitó a Briand formular el "Memorándum sobre la organización de un sistema de Unión Federal Europea" y finalmente fue presentado en septiembre de 1930 en la Sociedad de Naciones. La propuesta estuvo enfocada en objetivos materialistas más que identitarios por "las posibilidades de ampliar el mercado económico, las tentativas de intensificación y mejorar la producción industrial", bajo principios del neoliberalismo, pero la crisis económica internacional de 1929 y con ello el ascenso de Hitler al poder en 1933 hizo fracasar el proyecto y llevar a un nuevo escenario bélico internacional que enfrentaría otra vez a Francia y Alemania. Dos veces cayendo en la misma piedra.
Después de la II Guerra Mundial (1939-1945) y con una Europa destruida por completo económicamente y dividida por las fronteras de la Guerra Fría, el Ministro de Asuntos Exteriores francés Robert Schuman en mayo de 1950 elaboró una arenga con una propuesta similar a la de Briand, pero está vez con aspectos más concretos que abstractos. La llamada Declaración de Schuman proponía la creación de un proyecto binacional entre Francia y Alemania para gestionar conjuntamente la mejora de calidad, producción y comercio del Carbón y Acero de los dos países, proyecto abierto a nuevas adhesiones. Así, en 1951 se funda la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), compuesta por 6 países. Además de los dos fundadores, se sumaron Italia, Luxemburgo, Bélgica y Países Bajos firmando un Tratado en París. Los buenos resultados políticos y económicos de la CECA en un ambiente postbélico llevaron en 1957 a la firma de los Tratado de Roma marcando la meta de crear un Mercado Común para la libre circulación de personas, mercancías y capitales con la Comunidad Económica Europea (CEE). En esta hoja de ruta se crea la Comisión Europea, vinculando los poderes ejecutivos de todos los países, y otras instituciones que llevaron a la firma del Acta Única Europea en 1986 tras la suma paulatina de 6 estados más a la entidad supranacional. Después de la incorporación del Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, se añadieron Grecia, Portugal y España tras el fin de sus dictaduras militares fascistas.
Como siguiente paso histórico, y en un contexto de hegemonía neoliberal tras la caída del Muro de Berlín y la reunificación de la Alemania, los 12 Estados de la CEE firman el clave Tratado de Maastricht que entró en vigor en 1993 bautizando la Unión Europea (UE). Este Tratado no solo perfiló y coordinó todas las instituciones creadas hasta el momento bajo el paraguas de la CEE sino que creó jurídicamente la ciudadanía europea, y como punto fuerte el proyecto de la moneda única, el Euro. Moneda que saldría a la circulación en 2002 mediante control del Banco Central Europeo (BCE) fundado en 1998. Europa daba un salto cualitativo en la economía del mercado capitalista, pasando de un modelo unitario productivista y comercial a un modelo financiero que eliminaba la soberanía monetaria de las naciones adherentes.
La última aventura europea, con su ampliación a los países exsocialistas de Europa del Este y sumando en la actualidad 28 Estados (no todos son miembros de la Zona Euro por no cumplir ciertos mínimos económicos o por decisión propia), fue la aprobación del Tratado de Lisboa en 2009 equiparable a Carta Magna Europea. Este Tratado lo podemos subrayar de ser histórico no por su importancia institucional en la UE sino por ser el Tratado que generó una brecha en la democracia europea y la soberanía popular en un momento crítico tras la crisis económica de 2008. Veremos más adelante
El Memorandum de Briand (1930) y el Tratado de Lisboa (2009) están separados por una línea continúa de 78 años de historia en Europa. Dos contextos muy diferentes, entre el primero vestido de novedad y el segundo empapado de experiencia, pero que contienen algunas similitudes contextuales. Mientras el Memorandum de Briand fue cerrado en un cajón por el Crack del 29 y el crecimiento del chovinismo ultraderechista europeo como en Italia, Alemania, o España, empiezan a darse empujones contra el Tratado de Lisboa, y en definitiva de la UE, con la crisis de 2008 y el resurgimiento de la ultraderecha euroescéptica.
Después de la II Guerra Mundial (1939-1945) y con una Europa destruida por completo económicamente y dividida por las fronteras de la Guerra Fría, el Ministro de Asuntos Exteriores francés Robert Schuman en mayo de 1950 elaboró una arenga con una propuesta similar a la de Briand, pero está vez con aspectos más concretos que abstractos. La llamada Declaración de Schuman proponía la creación de un proyecto binacional entre Francia y Alemania para gestionar conjuntamente la mejora de calidad, producción y comercio del Carbón y Acero de los dos países, proyecto abierto a nuevas adhesiones. Así, en 1951 se funda la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), compuesta por 6 países. Además de los dos fundadores, se sumaron Italia, Luxemburgo, Bélgica y Países Bajos firmando un Tratado en París. Los buenos resultados políticos y económicos de la CECA en un ambiente postbélico llevaron en 1957 a la firma de los Tratado de Roma marcando la meta de crear un Mercado Común para la libre circulación de personas, mercancías y capitales con la Comunidad Económica Europea (CEE). En esta hoja de ruta se crea la Comisión Europea, vinculando los poderes ejecutivos de todos los países, y otras instituciones que llevaron a la firma del Acta Única Europea en 1986 tras la suma paulatina de 6 estados más a la entidad supranacional. Después de la incorporación del Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, se añadieron Grecia, Portugal y España tras el fin de sus dictaduras militares fascistas.
Como siguiente paso histórico, y en un contexto de hegemonía neoliberal tras la caída del Muro de Berlín y la reunificación de la Alemania, los 12 Estados de la CEE firman el clave Tratado de Maastricht que entró en vigor en 1993 bautizando la Unión Europea (UE). Este Tratado no solo perfiló y coordinó todas las instituciones creadas hasta el momento bajo el paraguas de la CEE sino que creó jurídicamente la ciudadanía europea, y como punto fuerte el proyecto de la moneda única, el Euro. Moneda que saldría a la circulación en 2002 mediante control del Banco Central Europeo (BCE) fundado en 1998. Europa daba un salto cualitativo en la economía del mercado capitalista, pasando de un modelo unitario productivista y comercial a un modelo financiero que eliminaba la soberanía monetaria de las naciones adherentes.
La última aventura europea, con su ampliación a los países exsocialistas de Europa del Este y sumando en la actualidad 28 Estados (no todos son miembros de la Zona Euro por no cumplir ciertos mínimos económicos o por decisión propia), fue la aprobación del Tratado de Lisboa en 2009 equiparable a Carta Magna Europea. Este Tratado lo podemos subrayar de ser histórico no por su importancia institucional en la UE sino por ser el Tratado que generó una brecha en la democracia europea y la soberanía popular en un momento crítico tras la crisis económica de 2008. Veremos más adelante
El Memorandum de Briand (1930) y el Tratado de Lisboa (2009) están separados por una línea continúa de 78 años de historia en Europa. Dos contextos muy diferentes, entre el primero vestido de novedad y el segundo empapado de experiencia, pero que contienen algunas similitudes contextuales. Mientras el Memorandum de Briand fue cerrado en un cajón por el Crack del 29 y el crecimiento del chovinismo ultraderechista europeo como en Italia, Alemania, o España, empiezan a darse empujones contra el Tratado de Lisboa, y en definitiva de la UE, con la crisis de 2008 y el resurgimiento de la ultraderecha euroescéptica.
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