¿Populismo?
Por Alfonso Durán Pich*
No es la primera vez, y seguramente no será la última, que expreso públicamente mi desacuerdo con el tipo de periodismo dominante en el Estado y que, por extensión, ha contagiado a los medios de comunicación catalanes.
Hay notables excepciones (basta con citar a Vicent Partal, por ejemplo), pero son muy pocos los que estarían más allá de dos sigmas (el 5%) o quizás de tres (el 0,7%).
Y eso que a título personal tengo un cierto aprecio sentimental por la profesión, pues mis primeros estudios universitarios me llevaron a la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid (promoción del 61), aunque nunca llegué a ejercer y orienté de inmediato mi vida académica hacia otros campos. Debo añadir que mi padre fue durante bastantes años periodista de oficio, con especial dedicación a la crítica teatral y a la corresponsalía.
Puestos a buen recaudo mis sentimientos, creo que la degradación del periodismo actual en España es notable. Yo distingo tres tipos de periodismo. El primero es el “periodismo de alcoba”, que está muy interesado en la vida y milagros de los “famosos”, con especial dedicación a la farándula artística-mediática-folklórica y a las figuras del deporte. Es un periodismo descriptivo, banal y, en muchas ocasiones, barriobajero.
Un segundo grupo, que incluiría a muchos tertulianos no periodistas, es el “periodismo de recorte de periódicos” o de búsquedas en Internet (en castellano, por supuesto).
Es un periodismo desinformado, que siempre llega tarde a la noticia, incapaz de interpretar los hechos. El tercer colectivo lo forman los “periodistas doctrinarios”, que viven del pesebre del poder, y que repiten la letanía que sus dueños les dictan.
Con este panorama, no es de extrañar que la confusión imperante entre la gente de a pie sea mayúscula.
Ahora el código de moda es “populismo”. Cualquier opción política que se aparte del Establishment es populista. Lo fue Berlusconi, lo es Trump, lo fueron los partidarios del Brexit, lo es Le Pen, lo es Pablo Iglesias, lo es… (ponga usted a quien quiera, pues este cajón de sastre da para mucho).
Pero, ¿saben de verdad de qué están hablando? ¿Son capaces de distinguir entre el concepto y el método? ¿No están demonizando una idea –que no conocen– y que ha tenido una fuerte proyección histórica en el campo del pensamiento político?
Tratemos de identificar sus raíces y su desarrollo. El populismo, en términos semánticos, no es más que una llamada al pueblo. Esa llamada pretende despertar a la gran masa como réplica al poder de la clase dominante, sea ésta la aristocracia, la plutocracia o la corporocracia. Hay antecedentes en las apelaciones de Tiberius Gracchus o el propio Julio Cesar que, en las etapas culminantes del Imperio Romano, pretendieron que el pueblo superase los contrapoderes que imponía el Senado.
Ya en el siglo XIX surgieron con fuerza los movimientos populistas en la Rusia zarista (los “narodniki”), que, aunque pertenecientes a las clases medias altas, se identificaron con el campesinado y se enfrentaron a la monarquía. Fueron reprimidos por el aparato del Estado. También en Europa hubo muchos movimientos de carácter populista, con una cierta coincidencia en sus principales actores. Los líderes pertenecían a las clases medias-altas, pero el grueso de los receptores estaba formado por el campesinado, los pequeños artesanos, las corrientes religiosas más austeras, el mundo suburbano.
Muchos historiadores afirman que la Revolución Francesa (1789) podría considerarse un movimiento populista dirigido, en este caso, por una aristocracia ilustrada. En el fondo, la democracia directa –cuya vía más expresiva es el referéndum– no es más que una apelación al pueblo para que dé su opinión sobre temas de cualquier naturaleza (como hacen en Suiza) y traspase las limitaciones de una democracia representativa, controlada por los partidos, anquilosada y que muchas veces sólo se representa a sí misma.
Conceptualmente el populismo, como teoría política, no es bueno ni malo. La confusión nace al asociarlo a los modos de acción. Apelar a las emociones y, en ocasiones, a los instintos más primarios para conducir a las masas desinformadas no es populismo; es demagogia. Cuando el señor Rajoy, por ejemplo, dice que “la soberanía reside en el pueblo español” está haciendo un discurso demagógico para impedir, en este caso, los derechos del pueblo catalán a decidir su futuro. Derechos que justamente han surgido de abajo arriba, por la voluntad y tenacidad del pueblo (populus), a través de movimientos naturales no organizados como la ANC y Òmnium Cultural.
Tachar de populistas a los que han votado a favor del Brexit es de una ignorancia supina. Motivaciones de variada índole han determinado ese voto mayoritario del pueblo británico, incluido el rechazo a unas élites políticas asentadas en el poder que han llevado a la sociedad a un escenario de alto riesgo.
Lo mismo puede decirse del voto de los holandeses (no de su Parlamento) negándose a ratificar el acuerdo de la Unión Europea con Ucrania o el de los suizos en el tema de la inmigración. Muchos ciudadanos respetables están hartos de la desindustrialización, de la deslocalización, del desempleo estructural, de la progresiva desaparición del Estado del Bienestar, de las desigualdades sociales, de la corrupción de los burócratas, de la constante humillación a la que los someten los “expertos” que gestionan la cosa pública.
Por lo demás, racistas y xenófobos los hay en todas partes, incluidos muchos militantes de partidos tradicionales que procuran ocultar en público sus vergüenzas.
Esa coyunda entre los medios convencionales y los políticos profesionales para etiquetar como populista (en un sentido peyorativo) a cualquiera que no comparta el credo oficial, es una muestra más de su incapacidad para comprender la realidad y tratar humildemente de interpretarla. Hay que bajar de esa ridícula torre de marfil construida sobre los desechos de una sociedad desconcertada, pero suficientemente sabia como para votar masivamente contra lo “políticamente correcto”, que perciben como… perfectamente inútil.
Si quieren hablar sobre el tema, lo primero que deben hacer es documentarse. Yo les recomendaría tres magníficos ensayos: The Populist Vision de Charles Postel, The Populist Persuasion de Michael Kazin y The True and Only Heaven de Christopher Lasch. Tras su lectura verán que estos tres reconocidos intelectuales críticos dejan en muy buen lugar a las corrientes populistas.
Si no se atreven con el inglés, siempre queda la opción de acudir a clases nocturnas de “cultura general”. Hay todavía academias que las imparten.
Así evitarán continuar haciendo el ridículo.
Notas:
(1) La cita de Chamfort explica el contraste entre lo uno y lo otro.
(2) En lectura seleccionada, tenemos un claro resumen del impacto de las crisis sobre la vida diaria de los ciudadanos.
(3) En mi biblioteca, un excelente libro de un filólogo a seguir.
(4) En de otras webs, una reflexión autocrítica de un gran sabio sobre el mundo de hoy.
*Es licenciado en Sociología por la Universidad de Deusto, licenciado en Psicología por la Universidad de Barcelona, Graduado en Periodismo por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, Diplomado en Administración de Empresas (SEP) por la Stanford Business School, Master en Sociedad de la Información y el Conocimiento por la Universitat Oberta de Catalunya (cursos de doctorado).
Es miembro de la Conway Hall Ethical Society, de la American Marketing Association, de la Academy of Management, de la Skeptics Society, del Cercle d’Economia de Barcelona, del Col·legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya y del capítulo español de antiguos alumnos de la Stanford Business School.
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