Pero si el mundo estuviera formado enteramente por individuos libres, independientes y librepensantes, ¿cuál sería la sociedad resultante?
Para empezar, un individuo que acepta su propio poder y su libertad de acción y pensamiento, es básicamente, alguien que siente un profundo respeto por sí mismo.
Y es que el auténtico respeto por los demás, por su identidad diferenciada y por lo que son como individuos, no puede surgir de la obligación de respetarlos bajo amenaza de castigo o sanción.
El respeto es algo interior que debe sentirse a nivel profundo, porqué en el fondo es una expresión de amor.
Las leyes, las normas, la represión, el castigo o la mismísima educación basada en la repetición incesante de conceptos vacíos y buenas palabras no sirven para generar un respeto genuino por los demás.
Es algo que podemos ver constantemente a nuestro alrededor: cuando desaparecen los órganos de represión y castigo, sale a la superficie la auténtica realidad oculta. Aquí es cuando aparecen todas las expresiones de insolidaridad y abuso más salvajes entre iguales, porqué el verdadero respeto por los demás individuos jamás existió.
Para que ese respeto tenga una base real en nuestro interior, primero debe existir el respeto absoluto por la propia individualidad y todas sus expresiones de libertad.
Pero eso es precisamente contra lo que lucha tan enconadamente el Sistema.
De lo que podemos deducir, que el propio Sistema es el máximo garante del egoísmo, la insolidaridad y la falta de empatía, pues tales actitudes son las que hacen necesaria la represión constante ejercida por el propio Sistema para mantener el equilibrio y la convivencia social.
Estamos pues, como tantas veces hemos dicho ya, ante una máquina psíquica que se retroalimenta, generando problemas a los que puede aportar sus propias “soluciones” represivas.
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