Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Qué hay detrás de la defensa de la “unidad de España”
Una vez más, se está
utilizando el eslogan de defender la “unidad de España” para imponer una visión
uninacional de España que ha sido causa constante de tensiones en la historia
de este país. En 1936, las estructuras de poder, amenazadas por las políticas
públicas propuestas por el democráticamente elegido gobierno republicano del
Frente Popular, estimularon un golpe militar a fin de impedir las necesarias y
urgentes reformas (que hubieran afectado negativamente a sus intereses
económicos y financieros), intentando justificar tal golpe con el argumento de
queestaban defendiendo la unidad de España, unidad que, por cierto,
nadie estaba amenazando. En contra de lo que las derechas golpistas y sus
herederas han sostenido siempre, el President Companys y el gobierno de la
Generalitat que él presidía no eran separatistas y no querían desunir España,
sino redefinirla, exigiendo que el Estado español reflejara su
plurinacionalidad, reconociendo la identidad nacional de Catalunya dentro de
una federación española. En realidad, el independentismo históricamente ha sido
un movimiento minoritario en Catalunya. El hecho de que, aun siendo una
minoría, haya alcanzado hoy un porcentaje tan elevado se debe primordialmente a
la intransigencia del Estado central (hoy gobernado por un partido que tiene
sus raíces históricas en las fuerzas políticas que dominaron la dictadura que
siguió al golpe militar) a reconocer la plurinacionalidad de España y la
identidad de Catalunya como nación. Y es inevitable que, de persistir esta resistencia,
rigidez e intransigencia, esta minoría pueda convertirse en una mayoría,
abriéndose así la posibilidad de una desunión de España. Hoy, los máximos facilitadores de la
desunión de España son precisamente los que justifican su intolerancia y dogmatismo
bajo el eslogan de “defender la unidad de España”.
Los resultados de la
Transición inmodélica
Las enormes tensiones
que vive hoy España son resultado de que la mal llamada “cuestión territorial”
no fuera resuelta durante la transición inmodélica, una transición que fue
resultado de un enorme desequilibrio de fuerzas que existía en aquel momento
entre los herederos de los vencedores y los herederos de los vencidos de la
Guerra Civil. Los primeros impusieron su modelo uninacional (centrado en la
capital del Reino, que tiene poco que ver con el Madrid popular), reprimiendo
la visión plurinacional de España. En este sentido, los famosos artículos 2 y 8
de la Constitución fueron impuestos por la Corona y por el Ejército (ver mi
artículo “Franco ganó la guerra, la postguerra y la transición”, Público, 26.11.15).
Ahora bien, estamos
viendo el fin de aquel modelo de Estado uninacional. Los crecientes movimientos
contestatarios hacia el Estado uninacional español que han aparecido en
Catalunya, en el País Vasco, en Asturias, en Galicia, en el País Valenciano, en
Cantabria, en Navarra, en las Islas Canarias y también en Madrid, entre otros,
están exigiendo otro Estado que, basado en la profundización de la democracia,
acepte el derecho a decidir de los distintos pueblos y naciones de España, tal
como las izquierdas habían pedido durante la clandestinidad, en su lucha contra
la dictadura de los vencedores de la Guerra Civil.
La redefinición de
España
Es en este contexto
que hay que evaluar lo que está ocurriendo estos días después de las elecciones
del 20D, cuando se está maliciosamente señalando que, tal como ocurrió en 1936,
la demanda de las izquierdas (excepto el PSOE) de redefinir España es, en
realidad, una llamada a romperla. Es importante señalar que, aun cuando esta
respuesta es predecible en las derechas españolas, caracterizadas por su
limitadísima cultura democrática y por su visión centralista del poder, es
incoherente y opuesta a la sostenida por el PSOE de la clandestinidad, que
durante la heroica lucha de la resistencia antifascista había exigido el
derecho a decidir para Catalunya y para otras naciones y pueblos de España, tal
como consta en los documentos de sus congresos. Fue durante la Transición
cuando el PSOE se adaptó al Estado uninacional español, pasando a formar parte
de él, estableciéndose así un bipartidismo que ha gobernado las instituciones
del Estado central hasta la fecha. Esta adaptación del PSOE se hizo a costa de
renunciar a los principios sostenidos por sus antecesores.
El bipartidismo en el
Estado español (favorecido por una ley electoral muy poco proporcional) surgió
dentro de un contexto en el que las derechas continuaron siendo enormemente
poderosas. Y este poder incluyó el poder de reprimir la recuperación de la
memoria histórica, es decir, de la historia de este país, continuando una
tergiversación que ocultaba lo que había pasado en el país, reprimiendo la otra
visión de España, a la que se continuó presentando como la “anti España”,
cuando en realidad esta era la España real y popular, la España plurinacional,
que está emergiendo ahora de nuevo. Es importante subrayar que esta España
popular y plurinacional conjugaba un compromiso con el bienestar social de la
población con un respeto y apoyo a su diversidad plurinacional. No es coincidencia
que el Estado uninacional que ha persistido durante el periodo 1978-2015 haya
sido también un Estado con escasísima dimensión social, siendo uno de los
Estados con menor gasto público social por habitante, con menor gasto público,
con políticas fiscales más regresivas y con mayores desigualdades de la Unión
Europea.
Ni que decir tiene que
el PSOE, cuando gobernó, redujo el enorme déficit de gasto público social que
heredó de la dictadura, aunque sin eliminarlo. El enorme dominio de las
derechas en el aparato del Estado llamado democrático, continuador del Estado
dictatorial, imposibilitó la eliminación de tal enorme déficit del gasto
público social de España. Y la respuesta del gobierno PSOE a la crisis fue el
inicio de las reformas laborales regresivas y de los recortes de gasto público
social que el PP expandió, reformas y recortes que contribuyeron
enormemente a profundizar la crisis y al gran retraso de su insignificante
recuperación. De ahí su enorme pérdida de popularidad. Su inexistente autocrítica,
tanto en las áreas económicas (donde el candidato Pedro Sánchez
nombró como su mayor asesor económico a Jordi Sevilla, bien conocido neoliberal
que aconsejó las bajadas de impuestos en la época de Zapatero, y a Larry
Summers, principal ideólogo de la desregulación financiera durante el gobierno
Clinton, responsable de la enorme crisis bancaria estadounidense) (ver el
documental Inside Job)
como en las áreas políticas(continuando
con la defensa del Estado uninacional), está llevando al PSOE a una situación
enormemente problemática. La defensa de la “unidad de España” es, en este
contexto, la defensa del Estado bipartidista que ha gobernado la España
uninacional. Cuestionar la España uninacional es debilitar al Estado
bipartidista.
La defensa por parte
del PSOE del Estado uninacional es la defensa del bipartidismo
Al adoptar el
argumento de defender la unidad de España, el PSOE está, junto con el PP y con
Ciudadanos (el partido del IBEX-35), defendiendo el Estado uninacional
responsable del retraso social de España. No es por casualidad que hoy en
España las fuerzas más comprometidas con los cambios en la esfera social sean
también las más comprometidas en establecer una España plurinacional. Los
programas electorales están ahí para el que los quiera ver. Hoy, las izquierdas
auténticamente transformadoras están pidiendo una revolución social y
democrática, orientada a mejorar el bienestar de las clases populares, junto
con una revolución política, exigiendo una transformación radical de las mal
llamadas instituciones representativas que incluya la incorporación del derecho a decidir como medida profundizadora de la
deseada democracia. Son estas fuerzas políticas favorables al cambio las que
están generando una enorme resistencia liderada por el Estado uninacional
gobernado por el bipartidismo, que ve en esta demanda una amenaza no a la
unidad de España, sino a la perpetuación de dicho bipartidismo.
El discurso del Rey:
más de lo mismo
En este aspecto, el
discurso del Rey fue sumamente predecible, no variando ni un ápice el discurso
característico de la visión uninacional, insistiendo en la necesidad de
obedecer la Constitución y las leyes, sin hacer referencia ni a las enormes
crisis económicas y financieras (consecuencia de la aplicación de las políticas
públicas que los gobiernos españoles han impuesto a los distintos pueblos y
naciones de España) ni al deseo de cambio del Estado, centrándose, en su lugar,
en el deber de los españoles de defender a la nación española, alertando de que
la desobediencia a las leyes será seriamente castigada, pues (confundiendo
leyes con democracia) indicó que el deber del ciudadano es obedecer las leyes,
haciendo caer sobre aquellos que desobedezcan estas leyes y la Constitución (el
marco de todas las normas) todo el peso del Estado. Y para remarcar esta
alerta, el monarca dio su discurso desde el Palacio Real, sede del poder
borbónico, remarcando el simbolismo de que se escogiera tal espacio, un espacio
central en la historia del imperio español, imperio conseguido a base de las
armas. De ahí que, según la Constitución, el Jefe del Estado (y nunca mejor
utilizada la expresión de “Jefe del Estado”), el monarca, sea también el Jefe
del Ejército.
Por lo visto, se le
escapó al monarca la paradoja que significó que en su discurso se refiriera a
las consecuencias negativas que había tenido para España la falta de respeto a
la ley consensuada por la totalidad de la sociedad, y que lo hiciera
precisamente en el lugar -sede del Poder Real- donde simbólicamente se había
consumado el mayor acto de desobediencia al poder democrático que ocurrió en
España en el siglo XX, cuando una minoría, en el año 1936, se había impuesto a
la mayoría, bajo la presión de las armas. Fue en este lugar donde el golpista
mayor, el General Franco, se declaró Generalísimo, y también fue en este lugar
que se consumó la transición a la democracia cuando se estableció la Monarquía,
incorporada en la Constitución en un proceso que el Rey definió como fruto de
una gran generosidad, sin aclarar que tal supuesta generosidad (es decir, los
que cedieron más en la Transición, que fueron las izquierdas) fue fruto de que
estas no tenían ninguna otra alternativa si deseaban la democracia.
Este discurso
predecible del Rey señala la dificultad de cambiar el Estado español. Hablar de
diálogo, y a la vez dar tal discurso, es de una contradicción elevada que
cuestiona la sinceridad de la llamada al diálogo. Parece que está orientado más
a estimular la generosidad de los herederos de los vencidos, borrando el punto
de inicio del debate. El enorme dominio de las fuerzas que pilotaron la
Transición explica la dificultad en admitir que hay otra España, reprimida
durante todos estos años, que exige una transformación política y social del
país. Oponerse a esta transformación aduciendo el argumento de defensa de la
“unidad de España” es, una vez más, ocultar la resistencia de estas fuerzas a
perder su poder por encima de todo. Y así estamos.
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