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6 de diciembre de 2016

La corta historia de un billete de 100 dólares


100U ejecutivo en viaje de negocios llega temprano a un pequeño hotel donde se aloja habitualmente. Junto al libro de registro entrega como depósito un billete de cien dólares. Mientras el huésped se dirige a su habitación, aparece en la recepción un fontanero que pretende cobrar una reparación que había realizado en el edificio. 

El dueño del hotel se excusa explicándole que le era imposible cancelarle la totalidad de la factura ya que debido al mal tiempo no ha recibido turistas. 

Sin embargo, pudo darle un anticipo de cien dólares como pago a cuenta, entregándole el billete que no había llegado a depositar en caja y prometiendo pagarle el resto en la siguiente semana. 

El fontanero, padre de muchos hijos, fue inmediatamente a gastarse los cien dólares en alimentos y útiles escolares. 

El propietario del establecimiento, que festejaba su aniversario de bodas, le pidió a su ayudante que asumiera momentáneamente el mando del negocio porque estaría ausente media hora.  Tomó el billete en sus manos y se dirigió hasta la joyería donde compró un anillo de oro por el valor de cien dólares como regalo para su esposa. 

El joyero había contenido durante largo tiempo sus deseos de acogerse a los favores de una joven prostituta con gran poder de seducción. El buen hombre como en los últimos tiempos le había ido muy bien en el negocio y ya había adquirido todo el material necesario para los nuevos engastes, pensó que bien podía permitirse tan saludable placer.
KMSr14La mujer de la vida cobro cien dólares por sus servicios, pero en aquel momento entro intempestivamente su novio, un prometedor pintor acosado por la penuria económica propia de su vida bohemia, que pidió prestados cien dólares para afrontar sus deudas. Resulta que el dueño del hotel era un amante del arte y ayudaba a los nuevos artistas suministrándoles habitación y comida durante largas temporadas, cuya cuenta podían cancelar con cuadros o cómodas cuotas fraccionadas. 

Mas como el joven pintor deseaba amortizar sus deudas, pero necesitaba sus cuadros para una próxima exposición, se traslado al hotel y le entrego a su dueño el billete de cien dólares. 

Mientras esta historia de vidas coincidentes más que paralelas se desarrollaba tan vertiginosamente, el viajero decidió telefonear a un viejo amigo desde la habitación del hotel. 

El amigo, entusiasmado por el reencuentro, le reprocho que no hubiese ido directamente a su casa y tomaría como una ofensa si no abandonaba inmediatamente el hotel y ocupaba el cuarto de huéspedes en su casa. 

El viajero descendió a la recepción y explico al dueño del hotel lo sucedido: “Lo siento mucho, pero no me quedo con la habitación. He recibido una invitación que no puedo rechazar para hospedarme en casa de un amigo”. 

Como se trataba de un cliente formal y cumplido, el hostelero le dijo sin dilación que no tenia por qué preocuparse y que podía desalojar la habitación sin cargo alguno, devolviéndole el deposito de cien dólares que había recibido, por lo que tomo el billete que acababa de recibir del pintor y se lo entrego al viajero, quien volvió a colocarlo exactamente en el mismo sitio de su billetera de donde había salido apenas algunas horas antes.

carteraSabemos que la teoría monetaria incluye en sus ecuaciones matemáticas la velocidad de circulación como una variable significativa en la determinación del valor del dinero. 



Y a pesar de que nuestra anécdota trate precisamente de eso, la vertiginosa velocidad con que el billete regreso a su dueño original, la extrema sencillez de su mensaje, su rudimentaria y elemental imagen de la transacción económica, plantea un interrogante básico: 

¿Que es realmente el dinero? Sabemos que es algo cuyo intercambio tiene que ver con la satisfacción de las necesidades y las aspiraciones humanas. 

Es algo cuya presencia o ausencia tiene efectos tangibles sobre la realidad. Debe de ser así, cuando el fontanero, el del super, el joyero, la prostituta, el pintor y el hotelero saldaron sus cuentas mientras el billete volvía, a la velocidad del rayo, a la cartera de su dueño.

Fuente: míster robot

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