El libro de
Urantia
Documento 132
3. La Verdad y la Fe
Nabón era un judío griego y el más
importante de los líderes del principal culto de misterio en Roma, el
mitraísta. Si bien este sumo sacerdote del mitraísmo celebró muchas
conferencias con el escriba de Damasco, más permanentemente influyó la
conversación que mantuvieron una noche sobre la verdad y la fe. Nabón había
pensado convertir a Jesús y hasta le había propuesto que regresase a Palestina
como maestro mitraísta. No sabía que Jesús estaba preparándole para que se
convirtiera entre los primeros al evangelio del reino. Puesto en lenguaje
moderno, he aquí la esencia de lo que Jesús le enseñó:
La verdad no se puede definir en
palabras, sino tan sólo viviéndola. La verdad es siempre más que conocimiento.
El conocimiento pertenece a las cosas observadas, pero la verdad trasciende
esos niveles puramente materiales porque se asocia con la sabiduría y abarca
tales imponderables como la experiencia humana, incluso las realidades
espirituales y vivientes. El conocimiento se origina en la ciencia; la
sabiduría, en la filosofía auténtica; la verdad, en la experiencia religiosa de
la vida espiritual. El conocimiento tiene que ver con los hechos; la sabiduría,
con las relaciones; la verdad, con los valores de la realidad.
El hombre tiende a cristalizar la ciencia,
a formular la filosofía, y a dogmatizar la verdad porque tiene pereza mental
para ajustarse a la lucha progresiva del vivir, a la vez que también teme
terriblemente lo desconocido. El hombre natural es lento para iniciar cambios
en sus hábitos de pensamiento y en su técnica de vivir.
La verdad revelada, la verdad
descubierta personalmente, es el deleite supremo del alma humana; es la
creación conjunta de la mente material y del espíritu residente. La salvación
eterna de esta alma que discierne la verdad y que es amante de la belleza está
asegurada por el hambre y sed de bondad que conducen a este mortal a
desarrollar una singularidad de propósito dedicada a hacer la voluntad del
Padre, a encontrar a Dios y a asemejarse a él. Nunca hay conflicto entre el
verdadero conocimiento y la verdad. Puede haber conflictos entre el
conocimiento y las creencias humanas, creencias coloreadas por el prejuicio,
distorsionadas por el temor y dominadas por el miedo de enfrentarse con nuevos
hechos, producidos por el descubrimiento material o el progreso espiritual.
Pero la verdad no puede convertirse
nunca en una posesión del hombre sin el ejercicio de la fe. Esto es cierto
porque los pensamientos, la sabiduría, la ética y los ideales del hombre no se
elevarán nunca más allá de su fe, de su esperanza sublime. Y toda esta fe
verdadera está predicada en la reflexión profunda, la autocrítica sincera y una
conciencia moral intransigente. La fe es la inspiración de la imaginación
creadora espiritizada.
La fe actúa para descargar las
actividades sobrehumanas de la chispa divina, el germen inmortal, que vive
dentro de la mente del hombre, y que es el potencial de la supervivencia
eterna. Las plantas y los animales sobreviven en el tiempo mediante la técnica
de pasar partículas idénticas de sí mismos de una generación a otra. El alma
humana (la personalidad) sobrevive a la muerte por asociación de identidad con
esta chispa de divinidad residente, que es inmortal, y que funciona para
perpetuar la personalidad humana en un nivel continuo y más elevado de
existencia progresiva en el universo. La simiente oculta del alma humana es un
espíritu inmortal. La segunda generación del alma es la primera de una sucesión
de manifestaciones de la personalidad de existencias espirituales y cada vez
más avanzadas que terminan tan sólo cuando esta entidad divina alcanza la
fuente de su existencia, el origen personal de toda existencia, Dios, el Padre
Universal.
La vida humana continúa —sobrevive—
porque tiene una función universal, la tarea de encontrar a Dios. El alma del
hombre activada por la fe no puede menos que alcanzar esta meta de su destino;
y una vez que ha logrado esa meta divina, no puede tener fin porque ha llegado
a ser como Dios —eterna.
La evolución espiritual es una
experiencia de la elección creciente y voluntaria de la bondad asistida por una
disminución igual y progresiva de la posibilidad del mal. Con el logro de la
finalidad de elección de la bondad y de una plena capacidad para la apreciación
de la verdad, surge a la existencia una perfección de la belleza y de la
santidad cuya rectitud inhibe eternamente la posibilidad de que surja aun el
concepto del mal potencial. Un alma conocedora de Dios como ésta, no arroja
ninguna sombra de mal dudoso cuando funciona en tan alto nivel espiritual de
bondad divina.
La presencia del espíritu del
Paraíso en la mente del hombre constituye la promesa de revelación y la
garantía de fe de una existencia eterna de progresión divina para todas las
almas que tratan de alcanzar identidad con este fragmento espiritual inmortal y
residente del Padre Universal.
El progreso en el universo se caracteriza por la
creciente libertad de la personalidad porque se relaciona con el logro
progresivo de niveles cada vez más altos de autocomprensión y de consecuente
moderación voluntaria. El alcanzar la perfección de la moderación espiritual
equivale a la consumación de la libertad universal y de la libertad personal.
La fe alimenta y mantiene el alma del hombre en medio de la confusión de su
orientación primitiva en un universo tan vasto, en tanto que la oración se
convierte en el gran unificador de las diversas inspiraciones de la imaginación
creativa y los impulsos de la fe de un alma que trata de identificarse con los
ideales espirituales de la presencia divina residente y asociada.
Nabón
quedó muy impresionado por estas palabras, así como por cada una de sus
conversaciones con Jesús. Estas verdades ardían para siempre dentro de su
corazón, y él fue de gran ayuda cuando, en el futuro, llegaron los predicadores
del evangelio de Jesús
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