A principios de la década de los 90, el final de laGuerra Fría parecía alumbrar un Nuevo Orden Mundial edificado sobre tres patas complementarias. En primer lugar, la hegemonía creciente del neoliberalismo como modelo económico. En segundo lugar, la supremacía militar de la OTAN como sustituto del poco eficiente sistema de las Naciones Unidas. En tercer lugar (aunque el orden de los factores no altere el producto), el estilo de vida occidental, como propuesta para organizar mejor cualquier sociedad, con independencia de su nivel de desarrollo y de sus referentes históricos y culturales.
La globalización se encargó de difundir las supuestas ventajas de esos tres ejes vertebradores de las relaciones sociales, políticas y económicas, tanto dentro como fuera de los tradicionales espacios nacionales (más conocidos como países, naciones o estados).
Del final de la Guerra Fría salieron ganando el FMI y la industria militar armamentística. Ambos reforzaban un modelo de crecimiento económico basado en la primacía de los intereses del sector financiero y en la necesidad de alimentar conflictos bélicos en distintos lugares del mundo. Y salieron ganando también los sectores indispensables para impulsar un estilo de crecimiento económico sustentado en el consumismo y en el derroche energético.
Pero salimos perdiendo casi todos, por el deterioro de las condiciones sociales y laborales, por el desmantelamiento de gran parte de las políticas públicas en los países desarrollados, y por el aumento de la pobreza en grandes áreas del mundo, aunque otras áreas pudieran lucir mejoras notables en sus niveles (aparentes) de renta per cápita.
En los últimos años, el liderazgo de la industria militar y armamentística, sustentado en la OTAN y en el derecho de injerencia inaugurado en los territorios de la antigua Yugoslavia, ha abierto nuevos frentes bélicos en Asia y en África, y los ha llevado hasta las fronteras de Europa. Los conflictos, en lugar de cerrarse, permanecen abiertos e incluso se recrudecen, como sucede en Irak y en Palestina. A modo de errores voluntarios, a menudo esos conflictos suponen el desmantelamiento de los antiguos estados (como Libia y Siria), lo que añade más leña al fuego de la inestabilidad global y aumenta los movimientos migratorios de miles de personas que se juegan la vida para intentar llegar a los supuestos paraísos que la globalización presenta como más atractivos.
Ante tal panorama, las Naciones Unidas carecen de capacidad de acción: sus objetivos de favorecer el desarrollo mundial han quedado sepultados por la cruda realidad de que el Nuevo Orden Mundial prefiere muchos países pequeños e incluso casi inexistentes, en lugar de grandes potencias o de naciones que puedan proponer modelos de convivencia internacional alternativos.
De la mano del nuevo orden geoestratégico, financiero y cultural, el mundo parece depender cada vez más del afán de las grandes potencias (incluida China) por asegurarse sus suministros energéticos y de materias primas. Una nueva era de colonialismo recorre el orbe, para seguir perpetuando el desarrollismo consumista y depredador de los recursos naturales, en particular los de carácter no renovable.
Y ese desarrollismo, de consecuencias sobradamente conocidas, parece cada vez más reforzado por la propagación del neoliberalismo como filosofía de vida y como modelo económico reinante. No importa si el modelo se agota y conlleva un aumento creciente de las disparidades. No importa porque, mientras tanto, la minoría que rige nuestros destinos sigue enriqueciéndose sin que nada se lo impida. Ni los organismos internacionales ni los estados ni por supuesto sus políticas fiscales, que han sucumbido ante la faceta más desafortunadamente aperturista de la globalización.
Con el final de la Guerra Fría, el nuevo orden militar y la propagación del estilo de vida occidental basado en el derroche han encontrado su más fiel aliado en la globalización financiera. El sector financiero se ha colocado en la cúspide de los intereses del resto de actividades, controlando el devenir de la producción, el comercio, el desarrollo tecnológico y la forma de vida de las personas. Las finanzas, bajo el manto protector de los intereses que parece defender mejor que nadie el FMI, llevan la voz cantante al desdibujar las fronteras y desarticular los poderes de los antiguos estados nacionales. Con ello, el concepto de democracia se identifica con el pensamiento único, como si la democracia solo pudiera ejercerse tal y como algunos pretenden.
Sin embargo, por suerte o por desgracia, ninguna de las tres patas del pretendido Nuevo Orden Mundial se ha mostrado suficientemente consistente (hasta ahora). La prueba son las crisis que se suceden cada vez con más virulencia desde hace tres décadas. La mejor prueba es la Gran Recesión que nos azota desde 2007.
Quizá en Septiembre, como suele ser habitual al final del verano, emerja otra vez un episodio renovado de la misma crisis que no nos abandona. Un nuevo episodio de carácter bursátil, originado quizá en China, un nuevo episodio bélico, surgido tal vez por otra intervención de la OTAN desde Turquía, o un cruel episodio humanitario, provocado por el creciente número de personas que intentan esquivar el hambre y la miseria, huyendo de los lugares que Occidente sigue arrasando, con el pretexto de apagar fuegos que se reavivan cada vez con más fuerza.
O, quién sabe, tal vez la indignación se abra hueco de nuevo entre los pacientes ciudadanos europeos, hartos como estamos de constatar que la Unión Europea se ha sumado de forma ciega al juego del Nuevo Orden Mundial, pero lo ha hecho con cartas equivocadas. Lo ha hecho , por activa y por pasiva, parece reforzar la legitimidad de otras formas de organización social alternativas (aunque ni nos gusten ni estén en condiciones de ofrecernos un modo de vida más digno).
América Latina, laboratorio del neoliberalismo años atrás, ha demostrado también que se puede vivir al margen de las políticas que propugna el FMI. El islamismo radical, a su manera (nada civilizada), sigue ganando adeptos en un mundo que solo parece capaz de ofrecer la globalización como escaparate de las desigualdades crecientes. Europa, mientras tanto, continúa sumida en la política del avestruz, además de colaborar activamente en la represión de los movimientos ciudadanos que aspiran a ofrecer otras alternativas a nuestra forma de vida actual.
¿Qué nos deparará el próximo Septiembre? Suele ser un mes particularmente canalla y a veces grosero. Casi siempre trae bajo el brazo alguna sorpresa desagradable, bajo la forma de crisis que dejan al descubierto algunas de grietas más visibles del desorden reinante en tantos lugares del mundo y en el vigente sistema de relaciones económicas internacionales.
Las incontables vírgenes diseminadas por el territorio ibérico, el 15 de agosto, deberían advertirnos en lugar de mantener adormilados a sus fieles: el verano se está acabando; el otoño del neoliberalismo puede estar cerca; si sobrevivimos al duro invierno, quién sabe cómo será la primavera. Por si acaso, tomemos ropa de abrigo en una mano y agarremos una linterna en la otra, porque hay que buscar nuevas rutas. Porque está claro que las tres patas del pretendido Nuevo Orden Mundial no son capaces de sostener indefinidamente el mundo que se nos viene encima.
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