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14 de julio de 2016
Recesión en 2017?
Portada :: Economía
    14-07-2016
¿Recesión en 2017?
Pronósticos e ideas económicas de Juan Ignacio Crespo
José A. Tapia
Rebelión
Juan Ignacio Crespo es un matemático de larga trayectoria como analista financiero en altos niveles de la hacienda pública española y del sector privado, colaborador habitual en muchos medios de comunicación. Aquí se reseña su libro titulado ¿Por qué en 2017 volveremos a entrar en recesión?, recién publicado en Ediciones Deusto.
El libro, que se subtitula “Un análisis de los datos que auguran una nueva recesión y cuándo saldremos de ella”, se describe en su cubierta nada más y nada menos que como “Las previsiones económicas del único economista español que predijo la crisis de 2008”. En la contratapa figuran elogiosas recomendaciones de la corresponsal política de El País, Anabel Díez; de Josep Borrell, exministro de Obras Públicas y expresidente del Parlamento Europeo; y de Rafael Doménech, que es BBVA chief economist for developed economies (así, en inglés, que es mas importante). Variados y sustanciales son pues los respaldos del libro.
Para ir de entrada al grano, diré que el pronóstico que hace Crespo de recesión para 2017 es verosímil, aunque demasiado preciso. Hace meses afirmé que los datos económicos recientes sugieren como muy probable una recesión si no en 2016, no mucho después. Dije también que es de esperar que esa recesión sea de carácter mundial y, probablemente, severa. Explicaré por qué lo creo así a la vez que expongo mis acuerdos y discrepancias con las ideas de Crespo.
Teorías económicas y chartismo histórico
Crespo basa sus predicciones en lo que él denomina chartismo histórico, que es simplemente el examen de las oscilaciones de las variables económicas y la investigación de la periodicidad media con que ocurren fenómenos económicos como las recesiones, que en la economía de EEUU se dan en promedio cada 4,7 años (p. 25). El término chartismo deriva del inglés chart que es como se denominan las gráficas de series temporales que se utilizan en economía y finanzas. La esencia del método de Crespo es suponer que la economía tiene ciclos más o menos regulares. El libro es, sobre todo, un estudio de tipo descriptivo, con docenas de gráficas, sin ningún aparato estadístico-matemático ni econométrico.
Crespo no tiene demasiado respeto a las llamadas “ciencias económicas y empresariales”, que no son ciencias, aunque en general sí son bastante “empresariales”. Aunque Crespo no diga esto, sí dice que hay que tener claro que la economía “tiene de ciencia lo mismo que la farmacopea” (p. 267). Por otra parte afirma que las crisis y los cambios de dirección en los mercados financieros son previsibles mediante la identificación de los patrones de comportamiento de las variables económicas en las series históricas (p. 266). Se nota que Crespo no tiene formación de economista académico, porque no se va por las ramas teóricas de ninguna de las escuelas de pensamiento económico. Cita a personajes variados (Larry Summers, Ben Bernanke, Mario Draghi, Trotsky, Keynes, Marx…), pero sus citas son sobre todo retóricas y nunca expone una visión definida de cómo funciona en su opinión nuestra economía capitalista. Implícitamente queda claro que comparte muchas de las ideas habituales entre economistas, por ejemplo, la de que el sistema económico responde a las preferencias y necesidades de la sociedad. Así dice que es evidente que “con el tiempo la demanda de petróleo decaerá por razones de sensibilidad medioambiental” (p. 182). Ojalá fuera cierto. Lamentablemente los hechos indican que “al sistema” le importa un comino el ambiente y todo hace prever que, dejando aparte la retórica de los acuerdos de París, de seguir la evolución normal en nuestro sistema económico, el consumo de petróleo y por tanto las emisiones de CO 2 seguirán aumentando, sobre todo en las épocas de expansión, sin que se pongan en marcha políticas preventivas del cambio climático efectivas para reducir esas emisiones.
Crespo es un empirista, dicho sea sin ninguna intención peyorativa. De hecho, la carencia de teoría puede ser una ventaja si, como en el caso de Crespo, de lo que se carece es de un enorme pedrusco conceptual como el que oculta a muchos de los economistas académicos las características principales de nuestro sistema económico. Crespo no parece cegado como tantos economistas por la idea de que los mercados, guiados por “la mano invisible” de Adam Smith, que supuestamente armoniza los intereses privados, siempre producen respuestas eficientes. Tampoco parece comulgar con la idea, clave en muy diversas escuelas de economía académica, de que las crisis económicas, los periodos de recesión o depresión del ciclo comercial o industrial, pueden evitarse, aminorarse o incluso eliminarse. De hecho niega esa idea. Dice que los gobiernos suelen aparentar que dirigen la economía, cuando en realidad solo hacen “gesticulaciones normativas que, de manera casi completamente aleatoria , unas veces refuerzan la tendencia económica y otras la frenan, tanto al alza como a la baja” (p. 166, las cursivas son mías, J.A.T.). En esto Crespo demuestra tener un realismo del que muchos economistas carecen por completo. Pero ese realismo no es tan claro cuando Crespo discute el sistema financiero.
Crespo afirma que en la crisis del 2007 no se produjo pérdida de riqueza financiera gracias a la intervención de los bancos centrales y los gobiernos, que salvando a los bancos evitaron que se produjera una catástrofe mucho peor (p. 217). En una entrevista hace dos años Crespo también consideró correcto tanto que los gobiernos aumentaran de entrada el gasto público para aminorar el impacto de la recesión, como que luego reconsideraran esa política expansiva del gasto ante el aumento substancial de la deuda pública. ¿Suena esto familiar? ¿No es lo que hicieron y defendieron Rodríguez Zapatero en España y Obama en EEUU?
Pero, ¿es cierto como afirma Crespo —con el grueso de la profesión económica— que el salvamento de los bancos evitó males mayores? ¿Qué hubiera pasado si en los años que siguieron a la caída de Lehman Brothers los gobiernos hubieran dejado que los bancos quebraran? Lamentablemente, no podemos saberlo con seguridad, Crespo lo reconoce cuando hace la sabia consideración de que casi siempre es imposible saber qué hubiera pasado si ciertas políticas no se hubieran puesto en marcha (p. 69).
Antes de ser director de la Reserva Federal, Ben Bernanke había afirmado que las quiebras de bancos durante la década de 1930 en EEUU fueron una de las causas principales de que la depresión fuera larga y profunda. La inferencia es que las quiebras bancarias han de evitarse a toda costa para evitar males mayores. Eso fue lo que promovió Bernanke como director de la Reserva Federal y lo que hicieron múltiples gobiernos cuando el sistema financiero comenzó a tambalearse en 2008. Pero un examen detenido de los hechos cuestiona el razonamiento de Bernanke.
La Gran Depresión comenzó a finales de 1929 y ya en 1930 aumentó el número de quiebras bancarias. Las quiebras se concentraron en determinados meses, por ejemplo en diciembre de 1931, cuando el volumen de depósitos en bancos quebrados alcanzó 277 millones de dólares. Las cifras correspondientes fueron 219 millones en la crisis bancaria de enero de 1932, 133 millones en las crisis de junio de 1932 y de enero de 1933 y esto fue la descomunal traca final 3.276 millones en la de marzo de 1933. De forma que las crisis bancarias de la Gran Depresión tuvieron lugar después de que se hubiera iniciado la contracción de la economía real y fueron aumentando en intensidad hasta alcanzar su clímax en la primavera de 1933. Luego, en el verano de 1933 la economía comenzó a recuperarse, el desempleo comenzó a bajar rápidamente y la expansión se mantuvo hasta la recesión de Roosevelt en 1937-1938. ¿Cómo es posible que, como afirmó Bernanke, las quiebras bancarias influyeran en que la depresión fuera larga y profunda, si una enorme proporción de las mismas tuvo lugar justo cuando la recesión de 1929-1933 se estaba acabando para dar paso a un periodo expansivo?
La idea de que las quiebras bancarias llevan a una catástrofe social y económica a evitar por todos los medios también contrasta con la reciente experiencia de Islandia, el único país en el que el capital bancario sufrió seriamente durante la crisis de 2008-2009. Los bancos islandeses habían alcanzado tales dimensiones en comparación con la economía del país que era completamente imposible salvarlos, y se vinieron abajo. Hubo pérdidas, claro, de los accionistas y de depositantes extranjeros, por ejemplo británicos, que habían puesto sus fondos en los bancos islandeses. Pero la recuperación de la economía islandesa fue muy rápida. Por el contrario, en España, Grecia y otros países donde se evitaron las quiebras de bancos y solo ahorristas de cajas de ahorros tuvieron que asumir pérdidas (p. 52), la economía ha languidecido durante varios años. Incluso se podría decir que la crisis que se inició en España en 2008 llevó el paro a tales tasas astronómicas que fue de características incluso peores que las de la Gran Depresión en EEUU en los años treinta, así que una Gran Depresión no fue lo que se evitó. En EEUU la intervención para salvar a los bancos fue a finales de 2008 y comienzos de 2009, pero el desempleo siguió aumentando hasta marzo de 2010. Si el salvamento de los bancos “nos salvó” de algo a los demás, es muy dudoso, pero lo que no es dudoso es que salvó a los bancos y, sobre todo, a sus propietarios.
Respecto de estos temas, Crespo hace muchas matizaciones. Así dice que cuando se salva a los bancos para evitar un desastre económico, claro es mayoritaria la opinión de que se ha salvado realmente a los banqueros, confusión que resulta comprensible porque “al fin y al cabo a los responsables de la mala gestión (directivos) y de la mala administración (consejos) no se les han exigido ni unas responsabilidades mínimas” (p. 53). Desde luego que no, habría que decir. Aunque el exvicepresidente del Gobierno, exdirector del FMI y exdirector de Bankia, Rodrigo Rato, ha sido imputado en España por delitos de administración desleal, fraude fiscal, blanqueo de capitales y corrupción, esto parece solo una de unas pocas excepciones y, por ejemplo, en EEUU no ha habido nada que se parezca en relación a directivos de bancos. De ahí que se haya acuñado la expresión too big to jail, demasiado grande como para encarcelarlo, referida a los ejecutivos de bancos a los que se aplica la expresión too big to fail, demasiado grande como para que se venga abajo, con la que se justifica salvar a los bancos para “salvar la economía”.
Crespo dice que “la destrucción física o financiera de riqueza es una de las características de toda crisis. Y, al igual que la destrucción física en las guerras deja paso a una actividad económica en alza cuando estas se terminan porque se impone la tarea de la reconstrucción (…), la destrucción de recursos económicos y financieros propios de las recesiones abre la posibilidad de revalorizar mas fácilmente los recursos que hayan sobrevivido” (p. 218). Aunque el pasaje no es demasiado claro, Crespo parece aceptar que la destrucción de capital en las crisis posibilita la revalorización ulterior del capital que sobrevive. La consecuencia, que Crespo no extrae, es que evitar la destrucción de capital durante la crisis obraría como un lastre para el sistema económico. De hecho, uno de los periodos más notables de expansión del sistema capitalista fue el que se dio en las dos o tres décadas que siguieron a la destrucción de capital en todo el mundo durante el periodo 1930-1945.
La idea de que la liquidación de capital es un fenómeno clave de las crisis económicas y de su resolución fue básica en las teorías económicas de otros tiempos. Para Marx era uno de los mecanismos básicos para que la crisis diera paso a otro periodo de expansión. Pero con la creciente acumulación y centralización del capital permitir esa destrucción (que en gran parte se realizaba en crisis anteriores mediante devaluaciones de activos financieros e inventarios y cancelación de deudas) se les hace muy cuesta arriba a quienes gestionan las decisiones gubernamentales, políticos que tienen hoy vínculos múltiples y poderosos con los poseedores de capital.
Predicciones y numerología
Para sustentar su predicción de recesión en 2017, Crespo dice que la expansión de EEUU cumple 72 meses en julio de 2016 y considerando los datos disponibles desde 1850, muy pocas expansiones han ido más allá de 72 meses (p. 122); además, los precios de las materias primas han caído desde 2011, los tipos de interés han comenzado a subir en EEUU, los costos de financiación de las empresas que emiten bonos basura de alta rentabilidad han subido, los países emergentes están ya en recesión con sus bolsas y sus monedas cayendo escandalosamente desde 2014, mientras que países desarrollados productores de materias primas como Canadá ya estaban en recesión a finales de 2015, y Japón, Finlandia y Suiza, “coqueteaban con ella” (p. 214). En España, dice Crespo podría ser un riesgo adicional “el empeño de la Comisión Europea en hacer cumplir el objetivo de déficit para 2016”. Si a ello se añade, como es el caso, la caída de los beneficios empresariales en EEUU, todo indica que la recesión de la economía de EEUU está cercana y “probablemente precipitará una recesión global” (p. 271). El razonamiento de Crespo sobre los factores que apuntan a una recesión mundial es muy plausible. Por otra parte, el pronóstico concreto de recesión para 2017 es demasiado preciso. Muchos datos indican que la recesión está cerca, pero podría estar empezando ya o tardar quizá dos o tres años más en comenzar. Un aspecto fundamental de la economía capitalista es su irregularidad, las crisis se repiten, sí, pero a intervalos variables. Si no se atiende a eso, las predicciones pueden ser fallidas, como lo fue la predicción de Crespo, hace varios años, de una crisis mundial para 2012-2013.
Los gráficos 1.11 y 1.12 del libro (pp. 45-46) presentan proyecciones de la evolución hasta 2020 de los índices Dow Jones Industrial (DJI) y Standard & Poor 500 (S&P500), dos indicadores muy usados del nivel de precios en los mercados de valores de EEUU. Sorprendentemente esos gráficos parecen estar en el libro “de rondón”, ya que Crespo no comenta nada sobre ellos en el texto. Ambos presentan una tendencia más o menos plana entre 2014 y 2020, con importantes oscilaciones y una caída bastante ligera en 2017, año en el que Crespo señala en el gráfico la recesión que pronostica. Crespo no dice cómo ha estimado esa evolución de los índices DJI y S&P500. ¿Ha usado algún método estadístico tipo ARIMA? ¿Ha mirado su bola de cristal? ¿Le ha preguntado a su pitonisa? El lector se queda sin saberlo.
Un problema del uso de gráficos y números a la manera de Crespo es que en algunos casos el “chartismo” puede irse por una pendiente resbaladiza hacia la numerología. Buscar patrones matemáticos deterministas o patrones estadísticos, probabilistas, en la relación entre variables es la base de la investigación científica, que siempre intenta elaborar conceptos y teorías que de alguna manera dan cuenta de la realidad y permiten hacer predicciones. Por otra parte, cuando en los números se ven propiedades digamos mágicas para las que no se encuentra ningún fundamento, lo que se hace es numerología. Eso no tiene nada que ver con la ciencia, aunque quizá tenga que ver con el chartalismo, o con el charlatanismo. Lamentablemente Crespo a veces deriva hacia ese terreno. Es el caso cuando dice que la URSS desapareció tras trece planes quinquenales, el mismo número de planes quinquenales que China ha tenido hasta ahora (p. 235), y sugiere de seguido, medio en serio medio en broma, que “si se produjera el cambio de régimen político en China durante este Plan quinquenal, ya estarían los partidarios del chartismo histórico salivando y elaborando una regla general: los planes quinquenales nunca pasan de trece”.
China, la economía mundial y las materias primas
Un aspecto muy informativo del libro es el análisis del papel de China en la economía mundial y su influencia clave en la evolución de los precios de las materias primas. Crespo considera que el desplome de la bolsa china, que perdió un 74% en un periodo de doce meses entre 2007 y 2008 tras haberse multiplicado por cinco en los dos años anteriores fue “el fenómeno precursor de lo que vino a continuación”, caída de las demás bolsas, crisis crediticia y recesión global (p. 85). Es un dato más para ver la Gran Recesión que se inició a finales de 2007 como un fenómeno estructural de la economía mundial, no como tantas veces se presenta, como un evento debido a tejemanejes financieros en la economía estadounidense, o donde fuera. Crespo concluye que la combinación de menor crecimiento en años recientes, bajada de tipos de interés y problemas políticos ha provocado una salida de capitales de China y presión sobre el yuan para que se devalúe, vía por la cual los desequilibrios de la economía china se transmiten al resto del mundo (p. 163). Esa afirmación parece discutible, porque hay otros mecanismos que pueden ser mucho más importantes para que la debilidad de la economía china se transmita a la economía mundial. Por ejemplo, una economía china débil deprime los precios de materias primas exportadas por países tan diversos como Rusia, Arabia Saudí, Noruega o Venezuela (petróleo), Australia (minerales) o Argentina (soja). Por otra parte, una economía china débil en la que a la vez hay importantes flujos de capital hacia el exterior puede tener impacto en mercados inmobiliarios y de consumo de países como EEUU o el Reino Unido, donde los millonarios chinos adquieren inmuebles y productos de lujo a una escala considerable. La creciente asertividad de China en sus conflictos territoriales con Japón, Filipinas, Vietnam y otros países puede tener también un componente importante relacionado con la necesidad del gobierno chino, ante las dificultades económicas, de estimular el nacionalismo, único sustento ideológico de un partido comunista que ha echado a la basura todas las ideas de igualdad, internacionalismo y defensa de los asalariados y los oprimidos que históricamente han sido componentes básicos de la ideología comunista. Crespo dice que los objetivos de las autoridades chinas al buscar la inclusión de la moneda china (yuan o renminbi) en la cesta de derechos especiales de giro son tres, primero, obtener la respetabilidad de la moneda china y su convertibilidad plena; segundo, lograr que el yuan sea divisa de reserva de los bancos centrales; y tercero, ir minando la hegemonía del dólar (p. 258). Todo lo cual es perfectamente razonable.
Crespo habla de un ciclo histórico de precios de las materias primas relacionado con la actividad económica global. En su opinión, cada vez que esos precios han caído “con fuerza”, entre uno y cuatro años más tarde se ha iniciado una recesión, una crisis de pagos de los países emergentes, o un desplome de la bolsa (p. 87). Brasil y Rusia han entrado en recesión en 2015 y siguen en ella y todos los demás países emergentes, especialmente los productores de materias primas, pasan por una crisis económica provocada por los bajos precios de esos productos (p. 42). Todo eso es muy plausible de la misma manera que lo es el que la reciente caída de precios de las materias primas tiene mucho que ver con la desaceleración de la economía china desde 2011 (p. 131). Pero dado que la economía china concentra hoy en un grado sustancial la capacidad manufacturera mundial, eso no es sino decir que los precios de las materias primas dependen intensamente de la demanda en la economía mundial, como han puesto de manifiesto por ejemplo las investigaciones de Lutz Kilian o Martin Stuermer. Crespo cree que la bajada de precios de las materias primas no habría generado ya una crisis de pagos de los países emergentes porque en el periodo 2000-2011 dichos países acumularon una enorme cantidad de reservas de divisas (p. 124).
Respecto del significado de una bajada de precio de las materias primas, Crespo afirma que puede indicar (a) que viene una recesión, (b) que ya empezó la recesión, o (c) que ya pasó (p. 140). Así que realmente, no es nada fácil de interpretar. Por otra parte, Crespo dice que la subida de precios de las materias primas puede provocar una recesión (p. 141) y así la subida de precios del petróleo de la guerra de Yom Kipur “contribuyó claramente a agudizar una recesión que ya venía cantada por la caída de la rentabilidad empresarial” (p. 145). Eso de “que ya venía cantada por la caída de la rentabilidad empresarial” es muy confuso, ¿quiere decir acaso que esa caída de la rentabilidad ya estaba desencadenando la recesión y la subida de precios del petróleo solo fue un factor añadido?
Muchos economistas creen que la subida de precios del petróleo explica muchas recesiones, casi todas de hecho en opinión de James Hamilton, ya que hasta en el caso de la Gran Recesión de 2008 pueden citarse precios desusados del petróleo en años previos. Esto es muy conveniente para la ortodoxia económica, que ve al capitalismo como autorregulado de forma eficiente y busca el origen de los trastornos económicos en el ámbito exterior a la economía, por ejemplo en el ámbito político de la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, y las revoluciones y guerras en Oriente Medio. Sin embargo, un experto en mercados de petróleo, Robert Mabro, afirmó que en realidad la subida del precio del petróleo previa a la recesión mundial de 1975, que muchos llamaron y continúan llamando la primera crisis del petróleo, se explica en gran medida por el aumento de la demanda mundial de petróleo durante los años previos a la crisis. Para Mabro, la OPEP se las dio de haber manejado la situación y los precios con sus cuotas y su embargo, y se ganó así muchos odios. Pero en realidad era la demanda mundial la que estaba determinando la subida de precios.
Un examen cuidadoso de los datos indica que los cambios de precios del petróleo en los últimos cincuenta años se explican en gran medida por los cambios en la relación entre oferta y demanda en el mercado mundial y en las tres últimas décadas los precios del petróleo no parecen tener efecto alguno sobre la economía mundial, mientras que el estado de la economía mundial tiene un efecto intensísimo sobre los precios del petróleo. Crespo afirma de hecho que ha habido “momentos de gran incertidumbre política en los países productores” en los que, sin embargo, el precio del petróleo ha permanecido estable o incluso ha caído. Así la “primavera árabe” se produjo a la vez que el precio caía de forma rápida y sostenida tras haber llegado poco antes a 115 dólares por barril (p. 181). Crespo explica también que la abundancia actual de petróleo ha llevado a precios ruinosos, a inversiones en el sector petrolero congeladas e interrupción de proyectos extractivos en lugares tan distintos como el Ártico y el golfo de México (p. 180). Todo eso es muy pertinente, aunque habría que precisar que la abundancia actual de petróleo es relativa en relación a una demanda que no crece al ritmo que creció por ejemplo en los primeros años de este siglo.
Facilitación cuantitativa, tipos de interés y ahorro mundial
Crespo dedica muchas páginas y gráficos del libro al quantitative easing, que se suele abreviar QE y que podría traducirse (aunque Crespo no lo traduce) como facilitación cuantitativa. Es la política que la Reserva Federal de EEUU y otros bancos centrales han aplicado en años recientes. Se trata de comprar a bancos privados bonos del tesoro u otros activos financieros pagando “en metálico”. Eso “facilitaría” que los bancos prestaran más a otras empresas o a personas privadas, lo que a su vez estimularía la actividad económica. Sucesivas rondas de esta política han sido numeradas, siendo la ronda más reciente QE3 la iniciada por la Reserva Federal de EEUU en 2012. Según Crespo, el oportuno lanzamiento, en septiembre de 2012, de esa tercera ronda de facilitación cuantitativa QE3 “seguramente ayudó a la economía de EEUU a superar el bache en el que ya se había metido por esas fechas” (p. 30). Pero en otro sitio Crespo cuestiona la eficacia de esa forma de política monetaria afirmando que la QE3 de 2012 sobraba y probablemente también sobraba la QE del Banco Central Europeo de 2015 (p. 69). ¿En qué quedamos? Crespo parece contradecirse, pero aclara que es imposible saber qué hubiera pasado si esas políticas no se hubieran puesto en marcha (p. 69).
Para Crespo la facilitación cuantitativa es el último recurso de los bancos centrales cuando los tipos de interés ya están cerca de cero, en cero, o son negativos incluso. En esas circunstancias, dice Crespo, lo único que les queda a los bancos centrales es la compra de activos financieros públicos y privados. “Y puede que también acaben comprando inmuebles o materias primas” lo que llevaría a una especie de resurrección del INI en un modelo económico al que se podría aplicar el calificativo de capitalismo de Estado (p. 73). El INI, el Instituto Nacional de Industria, agrupaba empresas importantes de sectores industriales considerados clave (energía, transporte, minería) en la época del nacional-catolicismo del General Franco. Eran tiempos en los que España se guiaba por modelos económicos corporativos que habían estado en boga en Alemania e Italia en los años treinta y cuarenta. Luego ya vinieron los vientos del otro lado del Atlántico y las mentes biempensantes comprendieron que el Estado no debía ser dueño de empresa alguna que pudiera dar ganancias al capital privado.
Lo que Crespo dice sobre la facilitación cuantitativa proporciona datos muy valiosos y refleja también las muchas dudas que hoy existen sobre dos temas: en primer lugar, en qué medida tales políticas están teniendo un efecto sobre la economía real de los países donde se aplican; y en segundo lugar, cómo podrá evolucionar en los próximos años la política de los bancos centrales, que como consecuencia de las medidas tomadas en años recientes en relación a la Gran Recesión cuentan hoy en sus balances con una enorme cantidad de activos financieros, de los que una parte difícil de estimar tiene un valor dudoso.
Si los tipos de interés tienen o no influencia sobre la economía real es un tema sobre el que tienen opiniones diversas quienes se interesan en lo económico. Crespo parece creer como creen en general los economistas académicos que los bajos tipos de interés estimulan la inversión, el crédito, el gasto, la inflación y la actividad económica en general, mientras que los tipos altos estimulan el ahorro e inhiben el gasto y la inflación. Así dice Crespo que desde 1982 los tipos de interés han estado bajando, lo que dio origen en el mundo “a un periodo de prosperidad sin precedentes,” aunque a la vez hizo aumentar rápidamente el volumen de deuda (p. 202).
En la economía estadounidense, que es la que ofrece más disponibilidad de datos para la investigación, no parece que el cambio de los tipos de interés tenga influencia significativa en la inversión durante el mismo año o los dos o tres años siguientes. Y la inversión, la acumulación de capital, es una variable clave que determina si la economía está o no en recesión. Las estadísticas muestran que el aumento de tipos de interés a menudo predice una recesión en uno o dos años, así los tipos de interés en EEUU (estimados según el descuento en mercados secundarios de bonos del Tesoro a tres meses, que se correlaciona muy estrechamente con el tipo de descuento de la Reserva Federal) aumentaron en 1969, 1974, 1979, 1989, 2000 y 2006 en cada caso anunciando las recesiones respectivas de 1970, 1975, comienzos de los ochenta, 1991, 2001 y 2008. Podría interpretarse que los tipos de interés altos estrangulan la actividad económica, pero otra posibilidad es que el aumento de actividad económica en las últimas fases de la expansión haga que haya más demanda de crédito, sobrecalentamiento y, consiguientemente, decisión de la autoridad monetaria de elevar los tipos. Ello ocurriría entonces cuando la expansión está ya “madura” para venirse abajo. No es que el aumento de los tipos induzca la recesión sino que los tipos aumentan por decisión de la autoridad monetaria cuando la expansión está a punto de dar paso a la crisis.
Crespo explica que los tipos de interés bajos implican problemas graves para las compañías de seguros y para los bancos, que con bajos márgenes de intermediación tienen cada vez más problemas de rentabilidad, lo que intentan compensar con “un empeño cada vez mayor en cobrar comisiones” (p. 160), cosa que es muy cierta.
A partir de 2008 los bancos centrales han comprado deuda pública y otros activos financieros por valor de 15 billones de dólares (p. 203) y eso se añade a la enorme masa de ahorro mundial que ya existía antes de 2008. Para Crespo eso indicaría que aumentó la oferta de deuda, pero a la vez que hubo un aumento incluso mayor de la demanda (p. 203). En todo esto falta contexto, no se hace referencia a la inversión, que es la salida habitual del ahorro, y que ha estado cayendo en la economía mundial. Según datos del Banco Mundial la formación bruta de capital ha tenido una tendencia claramente descendente desde los años setenta, cuando osciló entre 24% y 26% del PIB mundial anual, para luego bajar a niveles alrededor del 21,5% en los años 2000-2007 y caer a 19% del PIB mundial en 2009. Crespo reconoce que hay una enorme masa de ahorro mundial que encuentra desde hace varios años grandes dificultades para obtener rentabilidad. La consecuencia es el fenómeno que describe, el aumento de la demanda de deuda acoplado al aumento de la oferta de deuda generado por la reciente necesidad de los gobiernos de sostener al sector financiero y el gasto público compensatorio de la falta de inversión privada. Crespo no parece conectar ese exceso de ahorro, ese lastre de deuda y de inversión no realizada con las condiciones de crisis de la Gran Recesión y con el crecimiento a tasas ínfimas que desde hace varios años mantiene la economía mundial casi en condiciones de crisis abierta. La enorme masa de deuda pública y privada, los muchos “agujeros” (deudas incobrables como por ejemplo la de Grecia) que tiene hoy el sistema financiero mundial, y las tasas de desempleo todavía muy elevadas en muchos países sugieren que la próxima recesión podría ser particularmente dura.
Ganancia, rentabilidad del capital e inversión
Para Crespo las ganancias, los beneficios empresariales “siempre caen antes de las recesiones. De hecho, podría decirse que son el principal determinante, aunque no siempre que caen se produzca automáticamente una recesión (...) la caída de los beneficios empresariales es una condición necesaria pero no suficiente”. En EEUU los beneficios empresariales subieron entre 2009 y 2014 pero comenzaron a caer en 2015 y a juicio de Crespo eso no significa que la recesión vaya a ocurrir necesariamente de inmediato, porque por ejemplo en 1997 o en 1986 también hubo una contracción de beneficios y no hubo recesión inmediata, “pero es la señal de alarma más importante para ponerse en guardia” (p. 272).
¿Y por qué es así? Crespo no lo dice, pero en la página siguiente afirma que la caída de la inversión empresarial es “una de las razones más poderosas de entre las que suelen llevar a una economía a la recesión” (p. 274). Y poco más allá apunta que “la caída de la inversión empresarial (…) en condiciones de menores beneficios, es de suponer que se acentuará” (p. 281).
Decir que la caída de la inversión es una de las razones que suelen llevar a una economía a la recesión es identificar la causa con el fenómeno mismo, algo así como decir que la parada de la actividad cerebral es una de las razones más poderosas que llevan a la muerte. No es que la caída de la inversión cause una recesión, es que una caída de la inversión es una recesión. Pero la causa que lleva a esa disminución de la inversión es la caída previa de los beneficios empresariales, de las ganancias del capital, que son el motor que mueve la economía de mercado. Los flujos de inversión tienden a producirse y a ser más grandes cuando empresas o particulares que disponen de dinero líquido o de líneas de crédito ven expectativas de ganancia y esto ocurre cuando las ganancias están boyantes o al menos no están disminuyendo. Pero las ganancias tienen un patrón claro a lo largo del ciclo coyuntural, aumentan al final de la fase de recesión haciendo que se abra paso la fase de expansión, y luego disminuyen al final de la fase de expansión, haciendo que caiga la inversión y se desencadene la crisis. Otros fenómenos, como la restricción del crédito en fases de “recalentamiento” de la economía, son subordinados a ese que es el principal. Muchos de estos mecanismos fueron descritos hace mucho tiempo por Karl Marx, Thorstein Veblen, Wesley Mitchell y Jan Tinbergen y se observan claramente en las estadísticas económicas del periodo posterior a la II Guerra Mundial. Claro que la economía académica enseña que los beneficios “en equilibrio desaparecen” y por tanto tiende a ignorar estos fenómenos. Crespo, que claramente los ve, parece tímido en afirmarlos.
Como he mostrado en otro sitio, en EEUU las ganancias empresariales disminuyeron en 1986, pero se recuperaron en 1987 y 1988, volvieron a caer en 1989 y la recesión comenzó en 1990. La recesión que tuvo lugar en 2001 estuvo precedida por una prolongada caída de los beneficios empresariales, que habían estado disminuyendo desde 1998. En la Gran Recesión los beneficios llegaron a un pico en 2006 y cayeron en 2007 y 2008. Estos y otros datos indican que la caída de los beneficios empresariales se produce por lo general varios trimestres antes de la crisis y puede considerarse como mecanismo clave que explica la caída de la inversión.
Pero la rentabilidad del capital, lo que a veces se denomina tasa de ganancia o tasa de rendimiento del capital, es la ganancia G en relación al capital total K, es decir, G/K. Con un aumento enorme del capital mundial en los últimos treinta años, no es de extrañar que la rentabilidad haya caído. Crespo indica que hemos asistido a 34 años de bajada de rentabilidades (p. 195) y aunque él lo refiere a los tipos de interés, lo cierto es que por lo general los tipos de interés solo pueden ser mayores que la rentabilidad general del capital en periodos concretos de crisis o volatilidad. Esa caída general de los tipos de interés tiene muchos visos de ser también derivada de la caída general de la tasa de ganancia mundial, de la baja rentabilidad actual del capital que algunos economistas reconocen como causa de la debilidad de la inversión. La consecuencia son las grandes masas de ganancia que derivan hacia los mercados bursátiles o inmobiliarios.
Capitalismo de Estado
Que los bancos centrales posean ya una parte importante de la deuda pública y hayan empezado a comprar participación en empresas (por ejemplo el Banco Nacional de Suiza tiene una participación importante en Apple, p. 243) sugiere para Crespo la conformación de una situación de capitalismo de Estado. Crespo especula que las consecuencias de una intervención estatal muy fuerte en la economía en EEUU, la eurozona, el Reino Unido, Japón y por supuesto China, “no se entienden bien pero apuntan a un cambio de régimen económico y en cierto modo político” (p. 245). Crespo da como probable una etapa de capitalismo de Estado en la que “los tipos de interés negativos harán la tarea de destruir el capital que la crisis iniciada en 2007 no destruyó” (p. 314). Esto parece bastante especulativo, pero no se puede negar que Crespo parte de datos reales y atiende a fenómenos nuevos que, desde una perspectiva inmediata plantean muchos interrogantes y dudas. Uno de los aspectos más significativos de la Gran Recesión y la crisis financiera mundial asociada es la íntima compenetración del capital financiero con el poder político. La destrucción de capital es un fenómeno clave de todas las crisis económicas, pero en la Gran Recesión el salvamento de los grandes bancos evitó pérdidas sobre todo a los grandes capitales. En todas las crisis económicas se produce concentración del capital por fusión de empresas y desaparición o absorción de empresas, sobre todo pequeñas y medianas. Y la conexión entre la clase dominante, los grandes bancos y las instituciones del Estado no es ninguna novedad. Sin embargo, en el caso de la Gran Recesión las acciones concertadas de gobiernos y bancos centrales para evitar la destrucción de capital parecen haber tenido características nuevas. Por otra parte, el exceso persistente de gasto público sobre la recaudación tributaria, la asunción cada vez más frecuente de deuda por parte de hogares y empresas, y la adquisición por parte de los bancos centrales no solo de deuda pública sino de activos de empresas y derivados financieros de dudoso valor, antes en manos de la banca privada, ha producido desde que comenzó la crisis en 2008 un cambio monumental en el balance de los bancos centrales y en los niveles de deuda pública y privada. No está claro que eso pueda describirse bien con el término capitalismo de Estado, que en otros tiempos se aplicó a otras cosas, pero en principio mucho de lo que dice Crespo al discutir este fenómeno parece bien razonado, respaldado por datos y digno de consideración.
Predicciones a largo plazo
Quizá para no parecer agorero y pesimista a ultranza, cerca del final del libro Crespo trae a colación la novela El talón de hierro de Jack London y el filme Metrópolis de Fritz Lang (p. 314), pero solo para desechar la posibilidad de un futuro ominoso como el que relatan esas ficciones. Quien haya leído El talón de hierro sabrá que esa ficción está fechada en el año 2600 de nuestra era, que en la novela se dice corresponderá al año 419 de la Era de la Hermandad Humana, establecida una vez que, tras un periodo de terribles luchas, el capitalismo ha sido abolido y sustituido por un sistema cooperativo, socialista.
Casi al final del libro, Crespo afirma que tras la recesión que prevé para el 2017, de la que solo dice que se acabará pronto, habrá un periodo de prosperidad, “un largo periodo expansivo”, que durará hasta 2035 (pp. 314-318). Pero, ¿por qué la recesión que comenzará ben 2017 se acabará pronto? ¿Por qué habrá luego un periodo de prosperidad de más de veinte años hasta 2035? ¿De dónde salen todos estos pronósticos optimistas que no se fundamentan? Lamentablemente, las alusiones a mitologías y religiones con las que el libro concluye parecen una forma elegante de escabullir el bulto, una vez que se han hecho pronósticos especulativos cuyos fundamentos quedan en la oscuridad.
En una entrevista con el Gran Wyoming hace dos años Crespo afirmó que la globalidad de los mercados y el carácter local de los gobiernos indican la necesidad de un gobierno mundial y que, de hecho, las acciones de política fiscal acordadas por el G20 en 2008, y puestas en marcha por gobiernos y bancos centrales de muchos países fueron un conato de una política económica mundial (todo esto suene mucho como lo que Michael Spence propuso en 2011, en un libro que fue traducido como La convergencia inevitable ). Crespo especula también con la posibilidad de un Tesoro único europeo para 2017 (p. 316). Como otros pronósticos de Crespo, estos parecen deseos improbables más que realidades potenciales, tanto más cuando el Brexit ha mostrado cuan intensas son las tendencias centrífugas de la UE. En cuanto al rol del G20 como gobierno mundial, las tensiones entre Rusia, EEUU y China por temas y conflictos diversos (expansión de la OTAN, Ucrania, Siria, islas Paracelso) no parecen dejar mucho margen para que estos veinte países puedan tener colectivamente un papel siquiera incipiente de gobierno mundial. Los fenómenos que señala Crespo son reales y la tendencia de alguna forma existe, pero en los últimos dos o tres años parecería que se ha esfumado.
En todo el libro Crespo no dice nada del agotamiento de los recursos naturales, tema clave de cara a un futuro no muy lejano. Claro que con precios de materias primas y petróleo por los suelos puede pensarse que preocuparse por ese agotamiento es una tontería. Pero si las cosas se miran con más atención, muchos datos sugieren que, de hecho, en décadas recientes en la capacidad de extracción de petróleo no hay holgura para responder a la demanda cuando esta se remonta en una expansión mundial, lo que hace que se disparen los precios más que la oferta. El otro asunto importantísimo para el futuro, y cada vez más para el presente, que Crespo tampoco menciona, es el calentamiento atmosférico terrestre y el cambio climático. Quizá no lo ve como problema o piensa en su optimismo irreductible que será fácil de resolver, como todo lo demás.
Otros temas
Resulta sorprendente lo poco que Crespo dice de la economía española en un libro como este, destinado al público español. Crespo afirma casi de pasada que preferentistas y tenedores de obligaciones subordinadas de cajas de ahorros tuvieron que asumir pérdidas (p. 52) en la crisis, pero no dice casi nada de las características de la reciente reactivación económica, que resulta innegable y que desde 2015 ha hecho que, aunque poco, el desempleo haya disminuido. Un aspecto que parece básico en esa recuperación del crecimiento en la economía española es que las importaciones, que hasta hace pocos años sobrepasaban a las exportaciones, son ahora menores que estas, de forma que el país ha dejado de ser importador neto para convertirse en exportador neto. Esto hace que la economía española sea muy dependiente de la economía mundial, ya que esas exportaciones que están constituyendo demanda para las empresas radicadas en España previsiblemente sufrirán una reducción intensa tan pronto como la economía internacional se debilite.
Crespo hace algunas especulaciones muy de pasada sobre la renta básica de la que dice que ya está en proceso de implantación, por ejemplo en Finlandia y en Suiza (p. 315), donde tiene ya fecha el referéndum para su aprobación. Eso es cierto, claro, pero dicho sea de paso, contra las previsiones de Crespo el referéndum que tuvo lugar el 5 de junio en Suiza rechazó la implantación de esa renta.
Crespo trata a veces temas históricos de forma muy cuestionable. Discutiendo las relaciones entre oscilaciones de los mercados y conflictos bélicos, Crespo dice que las guerras no se inician “sin romper relaciones diplomáticas ni proceder a la expulsión de los embajadores” (p. 115). Esa afirmación obviamente no tiene en cuenta el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, que llevó a que EEUU entrara en la II Guerra Mundial y que tuvo lugar sin expulsión de embajadores ni ruptura de relaciones diplomáticas. Que Crespo no indique sus fuentes o las dé de forma muy genérica hace que en más de una ocasión surjan dudas sobre si es que está mal informado o está usando información de fuentes poco fiables.
Desde el punto de vista editorial el libro es pasable, aunque en algunos aspectos Crespo no parece haber contado con suficiente apoyo. Un buen editor hubiera evitado que en el libro aparezcan frases “feas” (“La importancia de mantener la confianza internacional en el servicio de la deuda es de extrema importancia”, p. 104) o repeticiones de la misma idea varias veces (como la mención de los precios negativos del petróleo en Dakota del Norte en pp. 180, 213, etc.), o que en muchos casos el material gráfico no esté presentado con la claridad que sería deseable. En bastantes gráficos no está claro qué mide el eje vertical y en el gráfico 12.4 no hay eje horizontal. En gráficos que parecen presentar datos mensuales (por ejemplo, el 15.4) los meses a menudo no están indicados, con lo que no se sabe exactamente dónde comienza el año y el gráfico resulta ambiguo.
Es loable el esfuerzo de Crespo en el libro por aclarar la jerga económica y financiera, por ejemplo explayándose sobre los errores de traducción que se ven en los mercados financieros y en la prensa que informa sobre ellos (p. 108). Los trillions ingleses no son trillones en español (son billones), de la misma manera que los billions no son billones (sino miles de millones). Esto son obviedades para quien esté al tanto de estos temas, pero puede no estar de más repetirlo como hace Crespo, porque los errores se cuelan una y otra vez en las traducciones malas que inundan periódicos y medios de comunicación en general.
Conclusión
Bajo un título con gancho de mercado que pronostica un fenómeno económico ominoso para el año que viene, este libro de Crespo podría verse como una discusión relativamente desorganizada del problema de si pueden preverse las crisis. En lo fundamental, la respuesta de Crespo es que sí, porque a su juicio los fenómenos económicos son en gran medida cíclicos. A esa respuesta hay que ponerle muchos peros. Wesley Mitchell es un autor clave de los que estudiaron la alternancia de la economía capitalista entre periodos de prosperidad y periodos de crisis, el business cycle. Mitchell definió ese “ciclo” como un fenómeno recurrente de forma no periódica, con una duración que varía entre más de un año y diez o doce años, en el cual las expansiones más o menos simultáneas en los distintos sectores de la economía son seguidas por contracciones igualmente simultáneas que dan paso a una nueva expansión. La historia económica de los dos últimos siglos prueba de sobra que el ciclo económico no es realmente cíclico, sino irregular. Eso hace que las predicciones sean siempre tentativas. Pero ciertamente, aparte de la mera periodicidad media, hay otros fenómenos a los que prestar atención. Dado que nuestro sistema económico se fundamenta como vieron Karl Marx, Thorstein Veblen, Rosa Luxenburg, Wesley Mitchell y otros muchos, en la producción de ganancia, las estadísticas de esa variable son especialmente importantes para hacer previsiones tentativas de la evolución coyuntural de la economía. Crespo es consciente de ello, aunque no lo enfatiza demasiado en este libro que, a pesar de contener especulaciones notables y pronósticos infundamentados, contiene también mucho material valioso y digno de consideración.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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