En 1870 surgió, fuera del ámbito literario, una variante curiosísima de la teoría de la Tierra hueca. El estadounidense Cyrus Read Teed proclamó su convencimiento de que la Tierra es hueca, pero (aquí está la diferencia con las teorías anteriores) nosotros vivimos en el interior. A pesar de que sabemos desde hace más de dos mil años que la superficie del mar es convexa, y de los argumentos que llevaron a los filósofos griegos a asignar a la Tierra forma esférica y a situarnos en su superficie exterior, Teed estaba convencido de que en realidad la Tierra es cóncava. El espacio exterior, que parece infinito, sería sólo una burbuja hueca en el interior de un universo de roca. Teed cambió su nombre a Koresh y fundó una religión (koreshianismo) que llegó a tener miles de adeptos, aunque se dispersaron después de su muerte en 1908.
Poco después, un aviador alemán llamado Bender, prisionero en Francia durante la primera guerra mundial, encontró las publicaciones de Teed y les dio crédito. Bender desarrolló estas teorías y afirmó que el universo es una masa infinita de roca que rodea una burbuja de 13.000 kilómetros de diámetro, y que nosotros vivimos en su superficie interior. La atmósfera, de 60 kilómetros de espesor, se enrarece hasta el vacío central, en el que se mueven tres astros: el sol, la luna y el universo fantasma, una bola de gas en la que brillan puntos de luz: las estrellas. Al pasar el universo fantasma por delante del sol, provoca la alternancia del día y de la noche en las diversas regiones de la superficie interior de la Tierra.
Martin Gardner explica en su libro Fads and Fallacies in the Name of Science (1952) que las teorías de Bender tuvieron influencia en la Alemania nazi, donde las creían altos cargos del Reich y del ejército. El propio Hitler debió de darles crédito, porque en abril de 1942, durante la segunda guerra mundial, envió una expedición científica a la isla de Rügen, en el mar Báltico, con la misión de enviar rayos infrarrojos hacia el cielo para tratar de detectar su reflexión en el lado opuesto de la Tierra (las antípodas). El objetivo militar del proyecto era la detección de la posición exacta de la flota inglesa. La expedición estaba mandada por el doctor Heinz Fisher, experto en rayos infrarrojos, que después de la guerra emigró a los Estados Unidos, participó en la investigación de la bomba de hidrógeno, y en cierta ocasión dijo en una entrevista de Prensa: Los nazis me hacían realizar un trabajo de locos.
¿Qué dice la ciencia sobre las teorías de la Tierra hueca?
Supongamos que la Tierra fuese una esfera hueca inmóvil, de densidad constante, cuyo interior estuviera en el vacío. Prescindamos por el momento del sol central. De acuerdo con la teoría de la gravitación de Newton (o la de Einstein, que aquí no se diferencian), la gravedad en su interior sería nula en todos los puntos.
Parece un resultado sorprendente. Los partidarios de la Tierra hueca, tanto en las novelas como en la realidad, suponían que los seres que vivieran en el interior serían atraídos por el suelo que tienen bajo los pies, y su cabeza se dirigiría hacia el centro. Esto no es así, porque la parte de la esfera hueca situada por encima de ellos también les atrae. Es cierto que está más lejos y que la atracción disminuye en razón inversa al cuadrado de la distancia, pero esa masa es mucho mayor que la que está bajo sus pies, y los dos efectos se compensan exactamente. La atracción neta resultante es cero.
Para demostrarlo hay que recurrir al cálculo integral, pero las operaciones son sencillas. Todo esto se aplica también a la atracción electromagnética, que se rige por la ley de Coulomb, análoga a la de la atracción gravitatoria. En este caso se puede demostrar que en una esfera hueca con distribución uniforme de carga eléctrica el campo eléctrico en el interior es nulo en todos los puntos.
Los habitantes del interior de una Tierra hueca vivirían en estado de ingravidez. Podrían volar, trasladarse con facilidad de un sitio a otro, pero ninguno de los autores de novelas o los partidarios de que la Tierra es hueca o cóncava ha previsto este estado de cosas.
Como efecto secundario de la ingravidez, la atmósfera interior se distribuiría por igual en todo el volumen vacío. Los 60 kilómetros de atmósfera de Bender son imposibles. Y si la cantidad de aire fuese la misma, la atmósfera sería tan tenue que los habitantes del interior de la Tierra morirían asfixiados.
Esto es lo que ocurriría si la Tierra hueca fuese una esfera perfecta. En realidad habría montañas y valles, tanto por dentro como por fuera, pero esos accidentes serían despreciables comparados con la masa total de la Tierra. Habría una pequeña gravedad, pero sería casi inapreciable. Un ser humano normal, trasladado a las profundidades, no podría notarla.
Si suponemos que la Tierra hueca gira sobre su eje, hay que considerar el efecto de la fuerza centrífuga. Para nosotros, este efecto se opone a la gravedad. En el interior, favorecería la situación preferida por los novelistas: los pies sobre la superficie, la cabeza hacia el interior. Pero en el ecuador, donde es más grande, la intensidad de la fuerza centrífuga en la superficie de la Tierra es trescientas veces menor que la atracción de la gravedad. A 800 kilómetros de profundidad, como en la novela de Burroughs, sería mayor, pero aún así despreciable. La fuerza centrífuga tampoco resuelve el problema.
¿Qué pasaría si añadimos el sol central? Este produciría sobre los habitantes de la Tierra hueca una fuerza de atracción que les haría separarse de la superficie interior y precipitarse hacia el centro. Los resultados serían catastróficos. La única forma de evitarlo sería si ese sol tuviera una masa tan pequeña, que se compensara con el efecto opuesto de la fuerza centrífuga, pero entonces volvemos al estado de ingravidez.
Por supuesto, los partidarios de la Tierra hueca o cóncava (no sé si quedará alguno) pueden aducir que las leyes de la gravitación son falsas. Pero ese argumento no es razonable y no merece respuesta.
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