DURANTE la estadía de Jesús, Gonod y Ganid en Alejandría, el joven pasó buena parte de su tiempo y gastó no poco dinero de la fortuna de su padre recopilando las enseñanzas de las religiones del mundo sobre Dios y sus relaciones con el hombre mortal. Ganid empleó más de tres veintenas de traductores eruditos en la redacción de este resumen de las doctrinas religiosas del mundo relativas a las deidades. Debe aclararse que en este escrito todas estas enseñanzas que describen el monoteísmo provenían en gran medida, directa o indirectamente, de la predicación de los misioneros de Maquiventa Melquisedek, quienes partieron de su sede en Salem para divulgar la doctrina de un Dios único —el Altísimo— hasta los confines de la tierra.
3. El Budismo
Ganid tuvo una gran sorpresa al descubrir cuán cerca estaba el budismo de ser una religión grande y hermosa pero sin Dios, sin una Deidad personal y universal. Sin embargo, encontró algunos escritos de ciertas creencias primitivas que reflejaban algo de la influencia de las enseñanzas de los misioneros de Melquisedek, quienes continuaron su obra en la India incluso hasta los tiempos de Buda. Jesús y Ganid seleccionaron las siguientes declaraciones de la literatura budista:
«De un corazón limpio brotará la alegría hacia el Infinito; todo mi ser estará en paz con este regocijo supermortal. Mi alma está llena de contento, y mi corazón se desborda de dicha con una confianza apacible. No tengo ningún temor; estoy libre de ansiedad. Habito en la seguridad, y mis enemigos no pueden alarmarme. Estoy satisfecho con los frutos de mi confianza. He encontrado que el acceso al Inmortal es fácil. Ruego que la fe me sostenga en el largo viaje; sé que esa fe que proviene de más allá no me faltará. Sé que mis hermanos prosperarán si llegan a imbuirse de la fe del Inmortal, aun la fe que crea la modestia, la rectitud, la sabiduría, el coraje, el conocimiento y la perseverancia. Abandonemos la pena y desdeñemos el temor. Sostengamos por medio de la fe la verdadera rectitud y la auténtica virilidad. Aprendamos a meditar sobre la justicia y la misericordia. La fe es la verdadera riqueza del hombre; es la dote de virtud y de gloria.
«La injusticia es despreciable; el pecado es desdeñable. El mal es degradante ya sea de pensamiento o de obra. El dolor y la pena siguen la senda del mal como el polvo sigue al viento. La felicidad y la tranquilidad siguen al pensamiento puro y la vida virtuosa como la sombra sigue a la substancia de las cosas materiales. El mal es el fruto de un pensamiento mal dirigido. Es mal ver pecado donde no hay pecado; no ver pecado donde lo hay. El mal es la senda de las doctrinas falsas. Los que evitan el mal mirando las cosas como son, ganan la alegría porque así abrazan la verdad. Pon fin a tu miseria odiando el pecado. Cuando mires al Magnánimo, apártate del pecado con todo el corazón. No te excuses por el mal; no hagas excusas para el pecado. Por tus esfuerzos para hacer enmiendas por los pecados pasados adquirirás fortaleza para resistir las tendencias futuras a pecar. La moderación nace del arrepentimiento. No dejes ninguna falta inconfesada ante el Magnánimo.
«La alegría y el deleite son las recompensas de los deberes bien cumplidos y para la gloria del Inmortal. Ningún hombre podrá robar la libertad de tu propia mente. Cuando la fe de tu religión haya emancipado tu corazón, cuando la mente, como una montaña, esté establecida y sea inamovible, entonces la paz del alma fluirá tranquilamente como un río de aguas. Los que están seguros de la salvación estarán eternamente libres de la lujuria, la envidia, el odio y las ilusiones de la riqueza. Si bien la fe es la energía de la vida mejor, debes, empero, llevar a cabo tu propia salvación con perseverancia. Si quieres estar seguro de tu salvación final, asegúrate pues de que buscas sinceramente el cumplimiento de toda justicia. Cultiva la seguridad del corazón que surge desde adentro y ven de este modo a disfrutar el éxtasis de la salvación eterna.
«Ningún religionista puede esperar alcanzar el esclarecimiento de la sabiduría in-mortal si persiste en ser perezoso, indolente, débil, holgazán, desvergonzado y egoísta. Pero el que sea considerado, prudente, reflexivo, ferviente y sincero —incluso mientras aun vive en la tierra— podrá alcanzar el esclarecimiento supremo de la paz y la libertad de la sabiduría divina. Recordad, toda acción recibirá su recompensa. El mal tiene por resultado la pena y el pecado termina en dolor. El gozo y la felicidad son el resultado de una buena vida. Incluso el que comete malas acciones disfruta de una temporada de gracia antes del tiempo de la plena maduración de sus malas acciones, pero inevitablemente llegará el tiempo de la plena cosecha de su maldad. Que ningún hombre piense con ligereza en el pecado, diciendo en su corazón: ‘El castigo por hacer el mal no llegará hasta mí’. Lo que haces, te será hecho, en el juicio de la sabiduría. La injusticia hecha a tus semejantes volverá a caer sobre tu cabeza. La criatura no puede evadir el destino de sus acciones.
«El necio ha dicho en su corazón: ‘El mal no se apoderará de mi’; pero la seguridad se encuentra solamente cuando el alma anhela censura y la mente busca sabiduría. El sabio es un alma noble que sabe ser amistosa en medio de sus enemigos, tranquila entre los turbulentos, y generosa entre los mezquinos. El amor a sí mismo es como la cizaña en un sembrado. El egoísmo conduce a la pesadumbre; la ansiedad perpetua mata. La mente que ha sido domada produce felicidad. El más grande de los guerreros es el que vence y se somete a sí mismo. La moderación en todas las cosas es buena. Sólo se considera una persona superior la que estima la virtud y cumple con su deber. No dejes que la ira y el odio te dominen. No hables de nadie con severidad. El contento es la mayor riqueza. Lo que se da con prudencia está bien guardado. No hagas a los otros las cosas que no deseas que te hagan. Paga bien por mal; vence el mal con el bien.
«Un alma justa es más deseable que la soberanía de toda la tierra. La inmortalidad es la meta de la sinceridad; la muerte es el fin de una vida incauta. Los sinceros no mueren; los irreflexivos ya están muertos. Benditos son los que ya han discernido el estado sin muerte. Los que torturan a los vivos hallarán poco felicidad después de la muerte. Los altruistas van al cielo, donde se regocijan en la dicha de la liberalidad infinita y siguen creciendo en noble generosidad. Todo mortal que piense rectamente, hable noblemente y actúe altruistamente no sólo disfrutará de la virtud aquí durante esta breve vida sino que, después de la disolución del cuerpo, también continuará disfrutando de las delicias del cielo».
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