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7 de septiembre de 2019

La gran estafa europea - Negratinta




And the Oscar goes to… European Union by ‘The great European scam’… Una superproducción realizada por las altas esferas con más de medio siglo de trabajo. Un largometraje hecho al revés, de ciencia ficción, pero cuyos elementos no son ficticios, sino la vida de sus extras, muchos de ellos engañados a la espera, quizás, de cobrar algo por formar parte del reparto. La gran estafa europea es una historia basada en hechos reales, en la idea surgida de una Europa decadente tras sufrir su segunda masacre en apenas 30 años. Una unión ficticia en pos de la paz europea y, de paso, hacer frente al todopoderoso escenario soviético. De reojo, la aliada industria estadounidense.
El propósito de la Unión Europea, impulsada por Francia y Reino Unido, ya que Alemania Occidental era un títere de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, era convertirse en el tercero en discordia en un contexto en el que Estados Unidos y la URSS se disputaban la Guerra Fría. Para no quedarse atrás, se estableció la importancia de que la heterogeneidad europea fuera más compacta y, desde la unión, ser una alternativa. Aunar bajo un mismo saco a los países europeos a través de distintos compromisos suponía también enterrar el hacha de guerra. Y aunque ésta última afirmación tiene parte de lógica y de verdad, no fue la verdadera razón del nacimiento de la Unión Europea. Si lo fue, desde luego, ha faltado a sus principios.
La Unión Europea se ha construido al revés. En un contexto como el de la aclamada globalización y en el que el capitalismo estadounidense tenía peso en sus socios europeos, el sistema se olvidó, una vez más, de lo más importante: los ciudadanos. Los acuerdos firmados por la Unión Europea se basaron, en primer lugar, en el carácter económico. La Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) y la Comunidad Económica Europea (CEE) constituyeron la puesta de largo del nuevo viejo continente. Les siguió la unión política. La Comisión Europea (CE) y el Consejo de la Unión Europea (CUE). La firma del Acta Única de 1986 reforzó estos grandes tratados – y otros menores que, por razones de economía lingüística, obviamente no he mencionado –. Así pues, la Unión Europea ya presumía de una economía y política exterior común entre todos sus países.
Los dos últimos grandes pasos, uno más conocido y otro no tanto, sentencian este postulado de que la Unión Europea es, en efecto, una unión ficticia de elementos no ficticios. La aprobación e implantación del Euro puso bajo el amparo de la misma moneda a países tan dispares que se han visto ahogados por sus enormes diferencias. Poner una moneda común aspira, también, a elevar al mismo nivel a todos aquellos que la adoptan. No obstante, esto jamás ha ocurrido. Ni España posee el mismo potencial económico que Alemania, ni Bulgaria el de España. Imagínense, pues, el desnivel entre búlgaros y alemanes. La moneda y sus características se han querido implantar de forma igualitaria en todos los países, no así las condiciones económicas de sus habitantes. Así pues, mientras los precios han subido una inflación en busca de minimizar la diferencia entre países, los salarios mínimos interprofesionales, por poner un ejemplo, se han quedado estancados para permanecer distantes. Es decir, que se pretende tener el mismo precio que en Francia, sin tener las prestaciones de las que disfrutan en el país galo. Una gran incongruencia. Ésa es la gran unión que se ha querido llevar en Europa.


El otro gran paso, aunque menos conocido, ha sido el de establecer un marco jurídico comunitario, por encima de todos los países miembros. Un país no se legisla a sí mismo, sino que lo hace un ente superior como la Unión Europea. Conclusión, los países han perdido su independencia. En España se debe conocer bien por la doctrina Parot.
Unión económica, política y judicial. Pero la más importante, la unión social, ni se ha mencionado. El sistema actual mantiene a las personas con un valor equivalente al cero más allá de su productividad. La Unión Europea, garante de ese sistema y nacida a partir de él, no iba a ser menos.  

Más allá de cruzar fronteras con libertad, ¿qué proyecto social se ha promovido en más de cincuenta años? ¿Se sienten, de verdad, ciudadanos europeos? ¿Qué es ser ciudadano europeo? Las altas esferas de Europa han metido con calzador un concepto inútil que, además, en la práctica es inoperante. No existe la ciudadanía europea. Jamás existió. Sólo hay que coger un libro de historia. Los europeos nos hemos matado los unos a los otros desde el principio de los tiempos. Griegos, romanos, vikingos, bárbaros, etcétera. No hay ni que irse muy lejos, por si la máquina del tiempo anda escasa de gasolina. Hace 200 años los franceses invadían España sin piedad, y hace apenas 75 años, franceses y británicos se asesinaban contra los alemanes. Por ir más cerca, hace apenas dos décadas, croatas y yugoslavos se hicieron una dramática escabechina. No existe unión social porque nunca hubo. A decir verdad, es muy poco lo que me une a un ciudadano de la República Checa, por poner otro ejemplo.
La ciudadanía debe ser el pilar y la base de cualquier unión, pero la Unión Europea lo hizo al revés. Es inviable el proyecto europeo porque no hay proyecto que pueda unir tan diferentes culturas, mentalidades y situaciones. Con mis respetos y aprecio a otros países, pero es osado querer unir naciones que no tienen tal necesidad. Nadie dijo que no se puede ser un país de afluente bienestar sin formar parte de la Unión Europea (Noruega, un país de herejes antieuropeístas). Hay mucho de lo que aprender y envidiar sanamente a otros países de nuestro continente, como también enseñar y ser ejemplo a los mismos.
La Unión Europea nos ha restado independencia. España es un monigote de los que dominan y tienen voz en la gran estafa europea, porque a veces se nos olvida que somos un país más, y no una potencia como se ha querido hacer ver. Su peso es tal que tenemos que hacer caso ineludible a todas las reformas económicas propuestas por Europa, pero incapaces de poner sobre la mesa el problema tan grave de la inmigración. La Unión Europea, para eso, tiene una respuesta sencilla: es problema de los países fronterizos. Una unión ficticia de elementos no ficticios. Nos gestiona un ente que vive muy alejado de nuestra realidad, y es por eso que nuestra clase política también está tan alejada de sus calles y de sus ciudadanos. Es imposible promover medidas europeas cuando las condiciones y el contexto en el que se desarrollarán es bien diferente a aquél de quien las decide. Hay que hacer las cosas como mandan los cánones de este europeísmo porque es la nueva moda y porque lo dice el refranero español, que la unión hace la fuerza. ¿Y estamos mejor que antes?
Soy español, y yo quiero que mi país, que es un estado soberano, tenga la independencia que le corresponde. Quiero que mi gobierno tenga la potestad de tomar las medidas que crea oportunas y mejores para su ciudadanía con independencia de lo que haga el resto. Quiero que firme los convenios con otros países que le beneficie a mis compatriotas, y que no estemos obligados a firmar por decreto acuerdos que ni nos van ni nos vienen o nos restan. Para eso los escépticos británicos han sido los más listos. Quiero que España sea España, nada más. Y la Unión Europea… una gran estafa… ficticia.
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