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24 de agosto de 2017

Si Venezuela cae, la humanidad cae



Luis Hernández Navarro
La Jornada



John Pilger es un reconocido reportero y documentalista australiano, que, entre otros muchos reconocimientos, recibió en dos ocasiones el premio Periodista del Año inglés y, en otras dos más, el UN Media Peace Prize. Entrevistado recientemente por TeleSur dijo: «el mundo decente debe apoyar a Venezuela, ahora sometida a una propaganda virulenta que es la guerra a través de los medios de comunicación. Si Venezuela cae, la humanidad cae».

La alerta del periodista australiano dista de ser desproporcionada. Lo que hoy está en juego en Venezuela es similar a la disyuntiva que la humanidad vivió durante la Guerra Civil española, o a la que América Latina sufrió como resultado del golpe de Estado en Chile en contra del presidente Salvador Allende. En el primer caso, el triunfo del franquismo abrió el paso a la expansión del nazismo y el fascismo en Europa. En el segundo, la dictadura militar de Augusto Pinochet fue el punto de inflexión para el establecimiento de variados gorilatos y la expansión salvaje del neoliberalismo en Latinoamérica.

Si la oposición venezolana aliada con Estados Unidos triunfa en su intento de derrocar al gobierno democráticamente electo de Nicolás Maduro, se abrirá la puerta a una nueva oleada brutalmente reaccionaria en el mundo.

La afinidad de importantes sectores de la oposición venezolana con el franquismo y el pinochetismo es pública, por más que sus diseñadores de imagen traten de ocultarla. El dos veces derrotado candidato a la presidencia por parte de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), Henrique Capriles, declaró en julio de 2013, que «Pinochet fue un demócrata al servicio del pueblo chileno». Y Lilian Tintori, la esposa de Leopoldo López arropada por la derecha internacional, justificó «que los opositores venezolanos vitorearan a Franco, es normal: si él viviera nos apoyaría como Rajoy».

Quienes apoyan a esa parte de la oposición venezolana (la hegemónica) respaldan, sin ambigüedad, tanto a fuerzas abiertamente fascistas como a los intereses de Estados Unidos en la región.

Sin ir más lejos, apenas el pasado 11 de agosto Donald Trump amenazó con invadir militarmente esa nación. «Tenemos muchas opciones para Venezuela. Y a propósito, no voy a descartar la opción militar. Tenemos muchas opciones para Venezuela. Este es nuestro vecino. Ustedes saben, estamos por todo el mundo y tenemos tropas por todo el mundo en lugares que están muy, muy lejos. Venezuela no está muy lejos y su gente está sufriendo, y están muriendo. Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluyendo una opción militar si fuese necesario», dijo.
Y la MUD, en lugar de confrontar la explícita amenaza intervencionista de Estados Unidos, sin mencionar a Donald Trump, optó por denunciar que «Venezuela tiene años intervenida militar y políticamente por Cuba, no sólo afectando nuestra soberanía e independencia, sino también constituyendo una de las principales causas de la violencia». No podía ser de otra manera. Su verdadera apuesta es a una intervención bélica extranjera.

Según Pilger, «la amenaza de una invasión militar a Venezuela por Donald Trump es típica de las amenazas estadunidenses al mundo en los pasados 70 años». Y ni siquiera es nueva. “Estados Unidos –añadió– ya ha invadido Venezuela con grupos subversivos como la NED, que respaldan a una denominada ‘oposición’, que busca derrocar por la fuerza a un gobierno electo: un alto crimen bajo el derecho internacional”.

Entrevistado también por Telesur sobre las bravuconadas del presidente estadunidense, el lingüista Noam Chomsky calificó las declaraciones de Trump como «chocantes y peligrosas». Y añadió que: «La mejor esperanza es que algunos de los generales a su alrededor, que presumiblemente entienden las consecuencias, logren controlarlo».

Los amagos de Trump fueron precedidos de las confesiones de Mike Pompeo, jefe de la CIA. El pasado 20 de junio, en el Foro de Seguridad de Aspen, el titular de la agencia afirmó: “cada vez que tienes un país tan grande, y con la capacidad económica de un país como Venezuela, Estados Unidos tiene profundos intereses en garantizar que el país esté tan estable y democrático como sea posible. Así que estamos trabajando duro para hacer eso (…) estamos muy optimistas de que puede haber una transición en Venezuela (…) acabo de estar en Ciudad de México y en Bogotá, la semana antepasada, hablando sobre este tema precisamente, intentando ayudarles a entender las cosas que podrían hacer para poder lograr un mejor resultado para su rincón del mundo y nuestro rincón del mundo.

Como lo ha recordado recientemente el filósofo Slavoj Zizek, la guerra económica que padece Venezuela y que antecede a recientes amenazas de invasión militar, fue diseñada e implementada en Washington.

Así lo reconoció en una entrevista con Fox News Lawrence Eagleburger, quien fuera secretario de Estado de George W. Bush. “Si en algún momento la economía comienza a ir mal –dijo el ex funcionario–, la popularidad de Chávez comenzaría a decrecer. Estas son las armas que tenemos contra él, y que deberíamos estar usando. Es decir, las herramientas económicas para hacer que la economía venezolana empeore, de manera que la influencia del chavismo en el país y la región se vaya a pique (…) 

Todo lo que podamos hacer para que la economía venezolana se encuentre en una situación difícil está bien hecho; pero hay que hacerlo de manera tal que no entremos en una confrontación directa contra Venezuela, si podemos evitarlo”.
Por más que sus aliados intelectuales pretendan presentar a la oposición venezolana como los modernos luchadores por la libertad (como lo hicieron con la contra nicaragüense o con los talibanes que combatían en Afganistán a la Unión Soviética), esa oposición, que admira a Francisco Franco y a Augusto Pinochet, representa, lisa y llanamente, los intereses de Estados Unidos en Venezuela. 

Tiene razón John Pilger. Si Venezuela cae, la humanidad cae.


PD. A la memoria de Jesús Aranda, periodista excepcional y magnífico compañero. Siempre se aprendía algo de él.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/08/22/opinion/012a2pol

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