"El ministro de Exteriores ruso está en África, no para ver 'leopardos', sino para afirmar sin ambages que los aliados de Ucrania quieren 'destruir todo lo ruso'. Abro hilo con todas sus 'pruebas'. Ninguna". Estalló el escándalo. El Ministerio de Exteriores alemán, autor del tuit de la discordia, tuvo que disculparse públicamente por el chiste, que hacía referencia a los tanques Leopard que Alemania y otros aliados occidentales han decidido enviar a Ucrania para reforzar su esfuerzo bélico contra la invasión rusa, pero que también se entendió como desprecio al continente africano y sus safaris de naturaleza.
Del reciente viaje de Serguéi Lavrov a Sudáfrica, Eswatini, Botsuana y Angola, Alemania se llevó una buena reprimenda y acusaciones de paternalismo colonial. Rusia se aseguró el apoyo de un no alineado a la "narrativa Occidental" y unos nuevos ejercicios militares para celebrar el aniversario del 24 de febrero.
Este se trata del segundo viaje del ministro de Exteriores ruso a países africanos en apenas unos meses y muy seguramente no será el último. Muchos ojos occidentales, desde Estados Unidos a la UE, pasando por la propia Ucrania, tenían los ojos puestos en los derroteros de Lavrov y su visita a Sudáfrica ha sido especialmente polémica por un motivo: el anuncio de unos nuevos ejercicios militares conjuntos entre los sudafricanos y los rusos, con China también en la ecuación.
El timing del anuncio es importante. Se produce apenas unos días después de que el rotativo WSJ filtrara que un barco mercante ruso, cuyo propietario ha sido relacionado con el transporte de armas para el Kremlin y es objeto de sanciones occidentales, fuera detectado en el puerto de una base naval sudafricana cargando y descargando materiales no identificados. Fuera detectado, decimos, porque el buque apagó sus sistemas de posicionamiento, obligatorios en el tráfico marítimo.
La información levantó preguntas al otro lado del Atlántico, que no fueron precisamente amainadas con el subsiguiente anuncio de los ejercicios militares conjuntos. El Mosi II ("humo" en tswana, uno de los 11 idiomas oficiales de Sudáfrica), en el que participará también una fragata rusa armada con misiles hipersónicos, tendrá lugar en el océano Índico del 17 al 27 de febrero, coincidiendo con la fecha del inicio de la invasión rusa de Ucrania. En un gobierno tan dado a los aniversarios como el que dirige Vladímir Putin, la fecha no ha sido elegida al azar. Tampoco especialmente en un momento en el que incluso aliados tradicionales de Rusia están sutilmente desligándose de este tipo de muestras de colaboración militar.
El pasado noviembre, Argelia, un país tradicionalmente aliado de Moscú y de quien ha dependido para mucho de su gasto y compras en Defensa hasta este año, canceló sin mucha fanfarria los ejercicios militares conjuntos en el Sáhara, Escudo del Desierto. En octubre, Kirguistán canceló su participación en otros ejercicios militares conjuntos, esta vez bajo el paraguas de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) que lidera Rusia. Tanto Kirguistán como Argelia tienen lazos demasiado fuertes como para permitirse un portazo al Kremlin, pero este tipo de señales apuntan a un intento de desligar cierta connivencia en un momento en el que prefieren un perfil más bajo y no aparecer en las listas negras de aliados claros del Kremlin.
Así, el anuncio de la reanudación de unos ejercicios militares con Sudáfrica, aunque cuentan con el apoyo de una relación histórica que data de épocas de la Unión Soviética y su apoyo Consejo Nacional Africano durante el apartheid, no ha sentado bien especialmente en Estados Unidos, cuya secretaria del Tesoro, Janet Yellen, visitaba precisamente el país apenas dos días después. El objetivo del viaje de Yellen era presionar a los países africanos para alejarse de la influencia de Moscú y China. Más timing.
"Sudáfrica, como cualquier otro estado independiente y soberano, tiene derecho a llevar sus relaciones internacionales en línea con sus propios intereses nacionales", publicó el Ministerio de Exteriores sudafricano en respuesta a la polémica. Lavrov respondió celebrando la postura "independiente y equilibrada" de Sudáfrica, especialmente en el contexto de la guerra de Ucrania.
Más allá del simbolismo provocador
Y aquí está una de las claves del viaje de Lavrov a Sudáfrica, más allá de un simbolismo provocador. Con esta exitosa visita, cumple varios propósitos: dejar claro que los intentos de los aliados occidentales para aislar a Moscú en su papel de paria internacional no están teniendo éxito, cimentar la narrativa de que solo Rusia respeta a estos países frente a la presión estadounidense o el paternalismo occidental, y cultivar posibles votos y apoyos clave en el escenario de Naciones Unidas, donde los países africanos cada vez tienen más peso.
"[Lavrov] explota las tensiones actuales para sostener el enfoque ruso, mandando el mensaje de que Moscú ofrece un modelo de asociación alternativo: uno que los acepta tal como son, sin la condicionalidad occidental sobre la democracia o los derechos humanos y sin exigencias de tomar partido", sostiene Theodore Murphy, director del programa para África del European Council on Foreign Relations.
Desde el inicio de la invasión, la Asamblea General de la ONU ha votado dos resoluciones sobre el conflicto, condenando las acciones rusas. La primera, un éxito diplomático para Ucrania y que, en general, dibujó a una Rusia ‘paria’ en la comunidad internacional. Más o menos: la mitad de los países miembros de la Unión Africana se abstuvieron (16, entre ellos Sudáfrica) o aprovecharon el momento de la votación para salir a tomar un estratégico café (nueve). En la segunda, cuando la Asamblea votó para suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos, la división fue aún más clara: de los 58 países que se abstuvieron, 24 eran africanos, incluyendo Nigeria, Sudáfrica y Egipto. Ocho países africanos, incluyendo Argelia, Etiopía y Zimbabue, votaron directamente en contra. El cortejo de Lavrov a los países africanos sigue esta estela: en una tercera votación, la de condena a la anexión ilegal de los territorios ocupados, 35 países se abstuvieron, la mayoría africanos (también Sudáfrica).
El continente africano representa un buen fragmento de los países en la ONU, y cada vez hay más voces para que adquieran más poder de decisión. Diplomáticamente, hay países que están aprovechando los votos africanos para entrar en escenarios claves en la Organización de Naciones Unidas, como la propia China, pero también Rusia. África cuenta con tres asientos rotatorios en el Consejo de Seguridad (de 15) y, cortejando a estos miembros, Rusia ha logrado empujar la balanza de las votaciones hacia sus intereses, como en 2019 una resolución patrocinada por Reino Unido que pedía un alto el fuego en Libia —donde Moscú despliega a su mayor contingente de mercenarios, con la salvedad ahora de Ucrania— y condenaba las acciones del hombre fuerte, Jalifa Haftar, aliado de Rusia. En los últimos meses, EEUU está tratando de persuadir a Mozambique (muy ligado a Moscú y que llegó a acoger a mercenarios Wagner) para que use su nuevo asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU para condenar la invasión rusa de Ucrania, de momento sin éxito.
El visto bueno de los países africanos (y otras naciones en desarrollo) será clave también a la hora de establecer, como pretende Ucrania, un tribunal internacional para juzgar los crímenes de guerra rusos. Sin la participación de estos países, un hipotético proceso parecería una imposición occidental, y no una demanda colectiva de la comunidad internacional. Quizá por eso, y consciente de que es en África donde Rusia está liberándose de su condición de paria internacional por la invasión de Ucrania, Zelenski anunció el pasado diciembre la apertura de al menos 10 legaciones diplomáticas en países africanos.
Pero frente a la oferta de Rusia a los países africanos, que pasan generalmente por la industria de defensa o los mercenarios Wagner, es difícil que Ucrania pueda jugar sola sin el apoyo de EEUU y la Unión Europea, que también están desplegando su arsenal diplomático en el continente.
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