El libro de
Urantia
Documento 132
4. El Ministerio Personal
Jesús no dedicó la totalidad de
su tiempo libre mientras estaba en Roma a la tarea de preparar a hombres y
mujeres para que se convirtieran en futuros discípulos del reino venidero.
Mucho de su tiempo lo dedicó a la adquisición de un conocimiento íntimo de
todas las razas y tipos de seres humanos que vivían en esta, la ciudad más
grande y más cosmopolita del mundo. En cada uno de esos numerosos contactos
humanos, Jesús tenía un doble propósito: deseaba conocer las reacciones de
ellos a la vida que vivían en la carne, y también tenía en mente decir o hacer
algo que pudiera enriquecer la vida de ellos, que la hiciera más digna de ser
vivida. Sus enseñanzas religiosas durante esas semanas no diferían de las que
caracterizaron su vida posterior como maestro de los doce y predicador de
multitudes.
La tesis de su mensaje era
siempre: la realidad del amor del Padre celestial y la verdad de su
misericordia, estos hechos sumados a la buena nueva de que el hombre es un hijo
de fe de este mismo Dios de amor. La técnica que Jesús acostumbraba utilizar en
sus relaciones sociales consistía en extraer las opiniones y sentimientos de
los seres con quienes conversaba haciéndoles preguntas. Usualmente la
conversación empezaba con Jesús haciendo las preguntas, y terminaba con los
interlocutores haciéndole preguntas a Jesús. Era igualmente hábil en la
enseñanza haciendo preguntas él o contestándolas. Como regla, a los que
enseñaba más, menos decía. Los que más beneficios derivaron de su ministerio
personal fueron mortales agobiados, ansiosos y deprimidos, que encontraban
alivio en la oportunidad que se les ofrecía de desahogarse en su oído compasivo
y comprensivo, pues él sabía escuchar y mucho más. Cuando esos seres humanos
inadaptados le contaban a Jesús sus problemas, él siempre sabía ofrecer
sugerencias prácticas e inmediatamente útiles para corregir los problemas
auténticos, sin dejar por ello de pronunciar palabras de consuelo inmediato y
de bienestar del momento. E invariablemente les hablaba a estos mortales
afligidos sobre el amor de Dios y de varias y distintans maneras les trasmitía
el mensaje de que ellos eran los hijos de este Padre amante en el cielo.
Así Jesús, durante su estadía
en Roma, entró personalmente en contacto afectivo y edificante con unos
quinientos mortales del reino. De este modo obtuvo un conocimiento de las
diferentes razas de la humanidad que jamás hubiera podido adquirir ni en
Jerusalén, ni tampoco en Alejandría. Siempre consideró que esos seis meses
fueron de los períodos más ricos e informativos de su vida terrenal.
Como era de esperarse, un
hombre tan versátil y acometedor no podía actuar así durante seis meses en la
metrópolis del mundo sin ser abordado por numerosas personas que deseaban
obtener sus servicios en relación con algún negocio o, más a menudo, para un
proyecto de enseñanza, reforma social o movimiento religioso. Recibió más de
una docena de tales ofrecimientos, y él se valió de cada uno de estos como una
oportunidad para impartir alguna enseñanza de ennoblecimiento espiritual, con
palabras bien escogidas o mediante un servicio complaciente. Amaba Jesús hacer
algo útil, aun cosas pequeñas, para toda clase de gente.
Sostuvo una conversación sobre
política y asuntos de estado con un senador romano, y este único encuentro con Jesús
tanto le impresionó a este legislador que él pasó el resto de su vida tratando
en vano de convencer a sus colegas que cambiaran el curso de la política
reinante a partir de la idea de un gobierno que mantenía y alimentaba al pueblo
a la de un pueblo que mantuviera al gobierno. Jesús pasó una noche conversando
con un rico amo de esclavos, le habló del hombre como hijo de Dios, y al día
siguiente este hombre, Claudio, otorgó la libertad a ciento diecisiete
esclavos. Cenó con un médico griego, le recordó que sus pacientes tenían mente
y alma además de cuerpo, y de allí en adelante este médico capaz intentó un
ministerio más amplio para con sus pacientes. Conversaba con toda suerte de
personas, de todos los ambientes y profesiones. El único lugar que no visitó en
Roma fueron los baños públicos. Rehusó acompañar a sus amigos a los baños
debido a la promiscuidad sexual que allí prevalecía.
Caminando con un soldado romano
junto al Tiber le dijo: «Sé valiente de corazón así
como de brazo. Atrévete a hacer justicia y ten la entereza de ser
misericordioso. Obliga a tu naturaleza inferior a que obedezca a tu naturaleza
superior del mismo modo que tú obedeces a tus superiores. Reverencia la bondad
y exalta la verdad. Elige la belleza en lugar de la fealdad. Ama a tus
semejantes y acércate a Dios con todo tu corazón, porque Dios es tu Padre en el
cielo».
Al orador del foro le
dijo: «Tu elocuencia es agradable, tu lógica es
admirable, el sonido de tu voz es grato, pero tus enseñanzas no reflejan la
verdad. Si pudieras disfrutar la satisfacción inspiradora de conocer que Dios
es tu Padre espiritual, tal vez podrías emplear tu capacidad de orador para
liberar a tus semejantes del yugo de las tinieblas y de la esclavitud de la
ignorancia». Fue éste aquel Marcos que oyó a Pedro predicar en Roma
y que luego fue su sucesor. Cuando crucificaron a Simón Pedro, éste fue aquel
que desafió a los perseguidores romanos y audazmente continuó predicando el
nuevo evangelio.
Al encontrarse con un pobre que
había sido falsamente acusado, Jesús fue con él ante el magistrado y,
habiéndosele concedido permiso especial para hablar por él, formuló ese
excelente discurso durante el cual dijo: «Es la
justicia la que hace una nación grande, y cuanto más grande una nación más
solícita será en asegurarse de que no sufra injusticias ni siquiera el más
humilde de sus ciudadanos. Ay de la nación en la que sólo los que poseen dinero
e influencia cuentan con la seguridad de una justicia pronta ante sus tribunales.
Es deber sagrado del magistrado absolver al inocente así como lo es castigar al
culpable. De la imparcialidad, equidad e integridad de sus tribunales depende
la perdurabilidad de una nación. El gobierno civil se basa en la justicia, así
como la verdadera religión se basa en la misericordia». El juez
volvió a abrir el caso, y después de examinar las pruebas, exoneró al
prisionero. De todas las actividades de Jesús durante este período de
ministerio personal, ésta fue la que más se acercó a una aparición pública.
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