¡BOOM! La Gran Reclamación ha comenzado. La Corte Suprema acaba de restaurar el poder constitucional de Trump para destituir a comisionados rebeldes de las agencias federales. Por primera vez en noventa años, el presidente puede hacer limpieza. Los muros de la tiranía burocrática se están resquebrajando.
Desde 1935, la presidencia ha sido un rehén. Un fallo oculto, llamado "Humphrey's Executor v. United States", creó un escudo alrededor de burócratas no electos, enterrados en las llamadas agencias independientes. No podían ser despedidos. Ni por el Congreso. Ni por el pueblo. Ni siquiera por el Comandante en Jefe. Estos eran los castillos del Estado Profundo dentro del gobierno. Protegidos. Intocables. Redactando reglas con el poder de la ley sin rendir cuentas a nadie. Durante décadas, dictaron políticas, destruyeron la rendición de cuentas y convirtieron a cada presidente en una figura decorativa en su propia casa.
Eso terminó esta semana.
En un fallo que pocos esperaban, pero que la historia jamás olvidará, la Corte Suprema confirmó que el presidente Trump tiene plena autoridad constitucional para destituir a los comisionados demócratas Mary Boyle, Richard Trumka Jr. y Alexander Hoehn-Saric de la Comisión de Seguridad de Productos de Consumo. La Corte recordó a la nación que el poder ejecutivo pertenece solo al presidente. No a las agencias. No a las juntas directivas. No a abogados sin rostro.
La decisión de 6 a 3 ha detonado los cimientos de la inmunidad burocrática. Trump ahora puede despedir a cualquier comisionado que obstruya la reforma, desmantelar mandatos ideológicos y recuperar el control ejecutivo sobre agencias que han operado como imperios privados. El fallo sienta un precedente que puede abarcar todos los rincones del laberinto federal: la FTC, la SEC, la NLRB, los CDC, la FDA, el DOE. Cientos de operadores no electos que se escudaban en el término "independiente" ahora están expuestos.
La Comisión de Seguridad de Productos de Consumo es solo el comienzo. Casi 700 puestos en Washington se rigen por el mismo modelo. Con esta sentencia, Trump tiene en sus manos el arma legal que le fue negada en su primer mandato. La espada está de vuelta en sus manos.
Dentro del Estado Profundo, el pánico ya ha comenzado. Durante décadas, no necesitaron ganar elecciones. Solo necesitaban controlar a quienes se quedaban atrás. Al infiltrar agentes leales en puestos intocables, garantizaron que su agenda sobreviviera a cada presidencia. Redactaron leyes bajo la apariencia de regulación. Censuraron industrias mediante "estándares de seguridad". Modificaron políticas sin siquiera presentarse a las urnas. Esa estructura ahora se está derrumbando.
Esta decisión no se trata de personal. Se trata de soberanía. El golpe de Estado oculto que comenzó hace noventa años se ha revertido. El Estado no electo ya no supera al electo. El andamiaje legal que protegía al régimen se está desmantelando pieza por pieza.
Por eso los medios guardan silencio. Entienden lo que esto significa. Si Trump usa esta autoridad —y lo hará—, toda la arquitectura del gobierno en la sombra se derrumbará. Las agencias que utilizaron la política como arma para la ideología serán despojadas de su poder. Se rescindirán los mandatos. Se eliminará a los infiltrados políticos. El ejército invisible del Estado Profundo finalmente está a nuestro alcance.
El segundo mandato de Trump comienza ahora, con el poder que le negaron en 2016. La presidencia ya no es una jaula. Es un puesto de mando. Puede purgar el estado administrativo, reconstruir instituciones federales que respondan al pueblo y restaurar un gobierno que sirva a sus ciudadanos en lugar de a sus amos.
Esta es la Gran Recuperación. El fin de noventa años de humillación ejecutiva. El día en que se recupere el equilibrio. El Estado Profundo enterró la presidencia bajo la burocracia y la llamó democracia. Pero las cadenas se han cortado. Y Trump ahora empuña el hacha.
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