La por momentos incomprensible reacción de la Unión Europea contra Rusia en el conflicto ucraniano, parece responder a planes de Estados Unidos de debilitar a un competidor como ese en el plano político y económico.
Pese a que la UE estuvo detrás en parte y sigue casi a ciegas la línea planteada por Washington de azuzar el conflicto en Ucrania, después que el presidente Vladimir Putin anunció allí una operación militar el pasado 24 de febrero, las cosas para los europeos están lejos de beneficiarlos.
Occidente entregó a Kiev casi 20 mil millones de dólares en armamentos desde el inicio de la acción bélica para, como afirma Putin, llevar la guerra “hasta el último ucraniano”.
Estados Unidos, al imponer draconianas restricciones a Rusia, incluida la suspensión de la compra de su petróleo, provocó una inflación que se sintió, en especial, en varias potencias occidentales.
Pero la Reserva Federal norteamericana, con su constante subida de intereses, logró fortalecer en parte el billete verde, lo cual incidió en un retroceso inédito del valor del euro y la libra esterlina en los últimos 40 años.
A ello se sumó la controvertida decisión de incluir en el sexto paquete de sanciones de la UE contra Rusia la reducción gradual de compra de gas a Moscú, todo ello en medio de un alza sin precedentes de los combustibles que obligó a los europeos a revisar su política ecológica.
Con los preceptos de la economía verde, quisieron dejar atrás la producción y uso de carbón, así como de las plantas nucleares, algo que ahora países como Reino Unido, Alemania, Noruega y otros estados europeos retoman y olvidan que en su momento abogaron por prohibirlos.
El alto precio del petróleo y del gas permitió a empresas estadounidenses de producción de gas de esquisto penetrar en el anhelado mercado energético europeo con productos de elevado valor comercial.
Por otro lado, el alza de los combustibles ya llevó al cierre de decenas de fábricas estratégicas para la producción de amoníaco, utilizado en la elaboración de fertilizantes, en Alemania.
Francia, Alemania, España, Italia y Bélgica probaron los primeros efectos de la depauperación social en Europa, con paros de varios sectores y el ascenso de la xenofobia y de partidos afines a ese flagelo.
En la jefatura de la UE, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, reaccionó quizás no de la mejor manera a la noticia de que la ultraderecha llegó al poder en Italia, al hablar de posibles medidas “para corregir” ese resultado.
Paralelo a la crisis energética se creó una situación dentro del bloque en la que aparecieron “renegados” como Polonia, cuyo gobierno, pese a su línea de rusofobia, fue sancionado por el sistema judicial.
Algo similar ocurrió con Hungría, en medio de llamados del primer ministro Viktor Orban de poner fin a las sanciones contra Rusia para evitar el carácter suicida de esas acciones de la UE para su economía.
Ello ocurre cuando también se habla de abandonar el principio fundacional del bloque comunitario, de aprobación unánime de sus decisiones.
Por añadidura, la cada vez más difícil situación dentro de la entidad regional facilitó el surgimiento de condiciones a fin de que varias empresas europeas buscaran refugio para sus activos en Estados Unidos.
En ese caso está el de gigantes como ArcelorMittal, con 200 mil empleados en 60 países y sede en Luxemburgo, con planes ahora de trasladar su producción a Texas.
De acuerdo con la agencia RIA Novosti, el mayor fabricante de productos refractarios del orbe RHI Magnesita, registrado en Londres, también traslada la mayoría de sus actividades a suelo norteamericano.
Aunque sin anunciar aún su salida de la producción hacia Estados Unidos, compañías como la alemana BASF y la noruega Yara International, fabricantes de químicos y fertilizantes, consideran que la fuga de capitales de Europa podría adquirir un carácter catastrófico.
Mientras todo eso ocurre, son pocos los políticos en la UE que hablan de buscar un acercamiento con Rusia para reducir la tensión con ese país en la esfera energética y con ello buscar una disminución del efecto bumerán de las sanciones que aplicaron a Moscú.
EL GUION
Los acontecimientos descritos, sobre todo los relacionados con Alemania, parecen mostrar cómo se cumple a cabalidad un plan estadounidense, ideado en el centro RAND del Pentágono, filtrado por el diario sueco Nya Dagbladet.
El guion afirma que el conflicto en Ucrania formó parte de una estrategia general para debilitar a Alemania y con ello a Europa.
Como dice el material, la dirección política tricolor alemana (socialdemócrata, liberales y verdes), ahora con apenas un 30 por ciento de aprobación, mantiene la misma línea de autodestrucción que incluso la puede llevar a perder el poder.
El plan afirma que Estados Unidos estaba en una delicada situación política y económica, por lo cual hacía falta una solución que le aportara grandes recursos y eso solo lo podía dar la UE y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
De acuerdo con ese guion, el mayor obstáculo es Alemania, negada a incrementar sus gastos de defensa y locomotora de la economía europea, y Francia, promotora de un ejército regional que pone en duda la hegemonía de Washington en la OTAN.
Alemania basa su ventaja económica en la garantía de gas barato de Rusia y Francia en su potencial nuclear, cuya materia prima también compra a Moscú, considera el centro RAND.
Una de las primeras medidas fue postergar y luego suspender la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2 que llevaría a Alemania 58 mil millones de metros cúbicos de gas al año.
En su tiempo, el expresidente estadounidense Donald Trump (2017-2021) trató de imponer a Berlín la teoría de que Rusia socavaba la seguridad energética alemana y ahora su sucesor Joe Biden se encargó de “demostrar” que era cierto, en medio del conflicto en Ucrania y las sanciones de Occidente.
Además, el Pentágono previó la necesidad de una crisis controlada en Alemania.
La única forma de mantener a Berlín bajo la idea zombi de que debía rechazar los energéticos de Rusia era su participación en el conflicto en Ucrania, con envío de armamentos, afirma el citado plan.
Ese paquete de sanciones de Occidente por la operación militar debía dañar a Rusia, pero aún más a Alemania, con un efecto bumerán que haría de sus políticos personas incompetentes ante los electores.
De acuerdo con el guion del Pentágono, las pérdidas para la llamada locomotora europea en los próximos años serían de unos 300 mil millones de euros. Tal situación también llevaría a la debacle de la UE y del euro, que se convertiría así en una moneda tóxica.
En cambio, los beneficios económicos para Estados Unidos en los próximos cinco años estarían en el orden de los nueve billones de dólares.
La realidad parece acercarnos al punto descrito en el plan norteamericano sobre la debacle de la UE, con problemas para conservar su unidad y en medio de diferencias internas provocadas por la crisis económica que vive, matizada por una política de autodestrucción
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