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1 de enero de 2016

no solo se trata de economia...

La pobreza y las desigualdades sociales están lejos de ser algo superado en las sociedades industriales del “Norte”. ¿Es verdaderamente imposible erradicar por completo la pobreza? ¿Por qué la brecha de las desigualdades es incluso cada vez mayor en un mundo de riqueza sin precedentes? ¿Está la sociedad realmente haciendo los esfuerzos y proporcionando los recursos necesarios para aliviarla?

“¿Los pobres serían lo que son, si nosotros fuéramos lo que debiéramos ser?” Concepción Arenal (1820-1893) Escritora y socióloga española.

Generalmente, en los discursos políticos y económicos sobre la pobreza se alude principalmente a sus formas cuantitativas habituales: el número de pobres, en un momento dado, en una sociedad concreta. Aunque son imprescindibles para evaluar la gravedad de este problema a nivel mundial, parece más interesante reflexionar sobre sus orígenes y, en especial, sobre los procesos de empobrecimiento.

Un acercamiento a la pobreza

No es el objetivo ni intención de este artículo hacer un análisis exhaustivo de la pobreza o estudiar su evolución a lo largo de la historia. De hecho, llegar a una definición absoluta del término es algo sensiblemente complejo, puesto que se trata de un concepto amplio y cambiante según la época histórica y los diferentes modos de vida.

A medida que evoluciona el estudio de la pobreza como fenómeno (ligado inevitablemente a los cambios de las sociedades en que se estudia), surgen nuevos conceptos o puntualizaciones. Así, hablamos de pobreza absoluta frente a la pobreza relativa; de pobreza del mundo urbano, diferente de la del mundo rural; y por supuesto, podemos hablar de una pobreza del mundo desarrollado y una del Tercer Mundo, cada una con sus características fundamentales.
Pobreza absoluta se refiere al modo de medir al número de personas bajo un umbral de pobreza de la misma manera para todos los países sin importar su cultura y sus niveles de desarrollo tecnológico. Pobreza relativa, sin embargo, tiene en cuenta el nivel de ingresos del país en el que se mide, y para ello no se tiene en cuenta el poder de paridad de compra y los tipos de cambio. Si una sociedad tiene una más equitativa del ingreso, la pobreza relativa disminuirá, aunque no tiene por qué hacerlo la pobreza absoluta.
Su definición es, por ende, algo inasumible en su totalidad aunque, si algo es evidente, es que nunca se puede separar de la noción de escasez, de privación en las necesidades básicas, de forma permanente e involuntaria.

¿Un círculo sin salida?

La cultura de la pobreza es una teoría elaborada en 1968 por Oscar Lewis que sostiene, fundamentalmente, que los pobres no son simplemente personas privadas de recursos o necesidades básicas, sino que comparten un sistema de valores único. 

Según Lewis, “la subcultura [de los pobres] desarrolla mecanismos que tienden a perpetuarse, sobre todo porque de lo que ocurre con la visión del mundo, las aspiraciones, y el carácter de los niños que crecen en él”.

“El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”- Gabriel García Márquez (1927-2014) Escritor colombiano.

La educación como herramienta para erradicar la pobreza. 

Pese a que la teoría ha sido ampliamente criticada por otros antropólogos, (por presentar una noción de una cultura monolítica e inmutable de la pobreza, que se puede leer incluso como “culpar a la víctima”), sí que subsiste en la cultura popular, en el sentido en que es fácil identificar el efecto reproductor de la pobreza, que de alguna manera se transmite y perpetúa de generación en generación, un círculo, un conjunto o una cadena tal y como lo explica el profesor Francisco Checa en sus Reflexiones Antropológicas:
Los padres buscan obtener ingresos para la manutención de la familia; al carecer de formación, tienen acceso a trabajos no estandarizados incluso en la economía sumergida. El ambiente familiar se desequilibra, lo que produce agresividad, sobre todo respecto a mujeres y niños. Cada uno busca salida por su cuenta: alcohol, abandono, prostitución;  los hijos buscan liberar su tensión fuera de la casa, en pandillas o drogas, lo que fomenta el absentismo escolar y por tanto una cualificación profesional mínima, que les dará acceso a trabajos marginales. Y vuelta a empezar.

Economía frente a cultura

El papel de cultura (y no sólo de la economía) en la erradicación de la pobreza fue el tema principal del encuentro celebrado en el mes de mayo en la Universidad de Georgetown, en el que participaron el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, junto a Robert Putnam (profesor de política pública de Harvard) y Arthur Brooks, presidente de la American Enterprise Institute. Parece que, desde los violentos disturbios ocurridos en Baltimore, Obama ha comenzado a hablar más abiertamente sobre la pobreza, la marginalidad y las desigualdades (crecientes) que afectan a su país, así como sobre la necesidad de actuar sobre su raíz misma.

“Erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia“ – Nelson Mandela (1918-2013) Abogado y político sudafricano

El mismo análisis podría extrapolarse a cualquier economía avanzada, donde las desigualdades entre ricos y pobres aumentan alarmantemente. Pero ¿la culpa es de los pobres mismos, que sumidos en su propia “cultura” no tienen aspiraciones ni se preocupan por su futuro? ¿O es un problema de las clases más altas y dirigentes políticos, que no proporcionan los recursos necesarios ni crean las mismas oportunidades?
Sería un error considerar la pobreza como un problema exclusivamente económico y pasar por alto el papel de la cultura, las normas y los valores. El mismo error que hacer lo contrario. La sociedad tiene la responsabilidad colectiva de crear oportunidades para los menos favorecidos y los individuos tienen la responsabilidad de tomarlas.

Más trabajo y conciencia social

En su libro Our Kids (Nuestros Niños), Robert Putnam encuentra evidencia de crecientes brechas entre los niños ricos y los pobres de Estados Unidos. Según Putnam, “en los últimos años, las cosas han mejorado cada vez más para los chicos que crecen en hogares prósperos y han empeorado cada vez más para los que viven en hogares humildes”: las ventajas se acumulan para los niños nacidos en las familias “correctas”, garantizando su propio éxito en la vida, en marcado contraste con el destino de los que luchan en la parte inferior.
Los niños son los principales perjudicados. 
Además, estos hijos “afortunados”, crecen rodeados de niños como ellos, con padres como los suyos: por eso, para los ricos es a veces difícil entender verdaderamente la pobreza, ya que no interactúan con la gente pobre. El título del libro, tiene la esperanza de evocar un sentido de responsabilidad más amplia, para ver a los hijos de los pobres como “nuestros” en lugar de “suyos”.
Con menos lazos sociales y conexiones entre los que tienen y los que no tienen, se hace más difícil que las personas se vean en el lugar del otro: la brecha económica se convierte en un espacio de empatía”.
Conciencia social no es sensiblería, espectáculo, o limosnas ocasionales, sino sabernos responsables todos de todos.


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