La pobreza y las
desigualdades sociales están lejos de ser algo superado en las sociedades
industriales del “Norte”. ¿Es verdaderamente imposible erradicar por completo
la pobreza? ¿Por qué la brecha de las desigualdades es incluso cada vez mayor
en un mundo de riqueza sin precedentes? ¿Está la sociedad realmente haciendo
los esfuerzos y proporcionando los recursos necesarios para aliviarla?
“¿Los pobres serían
lo que son, si nosotros fuéramos lo que debiéramos ser?” Concepción Arenal
(1820-1893) Escritora y socióloga española.
Generalmente,
en los discursos políticos y económicos sobre la pobreza se alude
principalmente a sus formas cuantitativas habituales: el número de pobres, en un momento dado, en una sociedad
concreta. Aunque son imprescindibles para evaluar la gravedad de
este problema a nivel mundial, parece más interesante reflexionar sobre sus
orígenes y, en especial, sobre los procesos de empobrecimiento.
Un acercamiento a
la pobreza
No
es el objetivo ni intención de este artículo hacer un análisis exhaustivo de la
pobreza o estudiar su evolución a lo largo de la historia. De hecho, llegar a
una definición absoluta del término es algo sensiblemente complejo, puesto que
se trata de un concepto amplio y cambiante según la época histórica y los
diferentes modos de vida.
A medida
que evoluciona el estudio de la pobreza como fenómeno (ligado
inevitablemente a los cambios de las sociedades en que se estudia), surgen
nuevos conceptos o puntualizaciones. Así, hablamos de pobreza absoluta frente a la pobreza relativa; de pobreza del mundo urbano, diferente de la
del mundo rural; y por supuesto,
podemos hablar de una pobreza del
mundo desarrollado y
una del Tercer Mundo, cada una con sus
características fundamentales.
Pobreza
absoluta se refiere al modo de medir al número de personas bajo un umbral de
pobreza de la misma manera para todos los países sin importar su cultura y
sus niveles de desarrollo tecnológico. Pobreza relativa, sin embargo, tiene en
cuenta el nivel de ingresos del país en el que se mide, y para ello no se tiene
en cuenta el poder de paridad de compra y los tipos de cambio. Si
una sociedad tiene una más equitativa del ingreso, la pobreza relativa
disminuirá, aunque no tiene por qué hacerlo la pobreza absoluta.
Su
definición es, por ende, algo inasumible en su totalidad aunque, si algo es
evidente, es que nunca se puede separar de la noción de escasez, de privación
en las necesidades básicas, de forma permanente e involuntaria.
¿Un círculo sin
salida?
La cultura de la pobreza es una teoría elaborada en 1968 por
Oscar Lewis que sostiene, fundamentalmente, que los pobres no son simplemente
personas privadas de recursos o necesidades básicas, sino que comparten un
sistema de valores único.
Según Lewis, “la
subcultura [de los pobres] desarrolla mecanismos que tienden a perpetuarse,
sobre todo porque de lo que ocurre con la visión del mundo, las aspiraciones, y el
carácter de los niños que crecen en él”.
“El día que la
mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”- Gabriel García
Márquez (1927-2014) Escritor colombiano.
Pese
a que la teoría ha sido ampliamente criticada por otros antropólogos, (por
presentar una noción de una cultura monolítica e inmutable de la pobreza, que
se puede leer incluso como “culpar a la víctima”), sí que subsiste en la
cultura popular, en el sentido en que es fácil identificar el efecto
reproductor de la pobreza, que de alguna manera se transmite y perpetúa de
generación en generación, un círculo, un conjunto o una cadena tal y como lo
explica el profesor Francisco Checa en sus Reflexiones
Antropológicas:
Los
padres buscan obtener ingresos para la manutención de la familia; al carecer de
formación, tienen acceso a trabajos no estandarizados incluso en la economía
sumergida. El ambiente familiar se desequilibra, lo que produce agresividad,
sobre todo respecto a mujeres y niños. Cada uno busca salida por su cuenta:
alcohol, abandono, prostitución; los hijos buscan liberar su tensión
fuera de la casa, en pandillas o drogas, lo que fomenta el absentismo escolar y
por tanto una cualificación profesional mínima, que les dará acceso a trabajos
marginales. Y vuelta a empezar.
Economía frente a
cultura
“Erradicar la
pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia“ – Nelson Mandela (1918-2013)
Abogado y político sudafricano
El
mismo análisis podría extrapolarse a cualquier economía avanzada, donde las
desigualdades entre ricos y pobres aumentan alarmantemente. Pero ¿la culpa es
de los pobres mismos, que sumidos en su propia “cultura” no tienen aspiraciones
ni se preocupan por su futuro? ¿O es un problema de las clases más altas y
dirigentes políticos, que no proporcionan los recursos necesarios ni crean las
mismas oportunidades?
Sería
un error considerar la pobreza como un problema exclusivamente económico y
pasar por alto el papel de la cultura, las normas y los valores. El mismo error
que hacer lo contrario. La sociedad tiene la responsabilidad colectiva de crear
oportunidades para los menos favorecidos y los individuos tienen la
responsabilidad de tomarlas.
Más trabajo y
conciencia social
En
su libro Our Kids (Nuestros
Niños), Robert Putnam encuentra evidencia de crecientes brechas
entre los niños ricos y los pobres de Estados Unidos. Según Putnam, “en los últimos años, las cosas han mejorado
cada vez más para los chicos que crecen en hogares prósperos y han empeorado
cada vez más para los que viven en hogares humildes”: las ventajas se acumulan para los
niños nacidos en las familias “correctas”, garantizando su propio éxito en la
vida, en marcado contraste con el destino de los que luchan en la parte
inferior.
Además,
estos hijos “afortunados”, crecen rodeados de niños como ellos, con padres como
los suyos: por eso, para los ricos es a veces difícil entender verdaderamente
la pobreza, ya que no interactúan con la gente pobre. El título del libro,
tiene la esperanza de evocar un sentido de responsabilidad más amplia, para ver
a los hijos de los pobres como “nuestros” en lugar de “suyos”.
“Con menos
lazos sociales y conexiones entre los que tienen y los que no tienen, se hace
más difícil que las personas se vean en el lugar del otro: la brecha económica
se convierte en un espacio de empatía”.
Conciencia
social no es sensiblería, espectáculo, o limosnas ocasionales, sino sabernos
responsables todos de todos.
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