El 10 de marzo de 1952 pudo cambiar el rumbo de la Historia si hubiera prosperado una atrevida propuesta para la reunificación alemana.
Alemania (entonces dividida en dos bloques, uno proocidental, la RFA, y otro prosoviético, la RDA) se convertiría en un único estado donde estuvieran garantizados “los derechos del Hombre y las libertades básicas, incluidas las de expresión, prensa, religión, ideas política y reunión”, admitiendo además la libre actividad de partidos y otras organizaciones democráticas, así como la formación de un ejército.
Lo que sorprenderá a más de uno es que el autor de dicha proposición fue nada más y nada menos que Iósif Stalin.
En efecto, los representantes de los gobiernos de Reino Unido, Francia y Estados Unidos recibieron un documento de manos de Andrei Gromyko , conocido desde entonces como Nota de Marzo o Nota de Stalin, donde el líder soviético ofrecía esa posibilidad casi sin condiciones, aunque en un contexto muy obvio: en esos momentos las potencias occidentales estaban preparando la fundación de lo que luego sería la OTAN y negociando con la República Federal de Alemania (creada en mayo de 1949, cuatro meses antes que la República Democrática Alemana) su ingreso en esa alianza militar, de ahí que la nota ofreciera una nueva Alemania libre, sí, pero neutral y desmilitarizada (o, al menos, sin integrarse en ninguna alianza estratégica).
Las 4 zonas de ocupación de Alemania/Imagen: CC BY-SA 3.0 en Wikimedia Commons
Por eso y porque se estimó que la Nota de Stalin era una trampa, pues aún cuando fuera sincera se daba por hecho que los soviéticos contaban con que el país germano reunificado podría ser inducido al modelo comunista, occidente rechazó la oferta y contaatacó con su propia versión, diciendo que a Alemania debía dejársele elegir libremente su incorporación a la OTAN y concederle el derecho a un ejército si tal era su deseo.
Por supuesto, se sabía que esa alternativa resultaba imposible de aceptar por la URSS, que aún tenía sangrantes la ominosa invasión de su territorio por las tropas teutonas durante la reciente Segunda Guerra Mundial.
Aquel intercambio de ofertas y contraofertas es lo que se ha dado en llamar la Batalla de las Notas, que constituyó un buen ejemplo de lo que sería la Guerra Fría (una realidad ya con el conflicto de Corea en marcha desde 1950).
El primero y más decidido en decir no a Stalin fue Konrad Adenauer, el canciller alemán, al que no bastaron las promesas soviéticas sobre retirar las tropas de ocupación, devolver las fronteras a las pactadas en la Conferencia de Postdam y facilitar la reincorporación del país a los mercados mundiales, así como suspender el proceso de desnazificación para exmilitares e incluso miembros del Partido Nazi con la excepción de los que fueran considerados criminales de guerra.
Esa actitud negativa del canciller, al que algunos críticos extremos acusaron de querer mantener separada a la mayoría católica del Oeste de la protestante del Este (que además era el tradicional feudo socialdemócrata), se explicaba más bien por ligar a Alemania al bloque capitalista y le pasaría factura tiempo después, cuando algunos políticos de su propio país plantearon que quizá había dejado pasar una oportunidad única, aunque él siempre opinó que la reunificación sólo podía desarrollarse tras un tiempo de coexistencia entre ambas repúblicas durante el cual, de forma paralela y complementaria, se fuera produciendo una adaptación de la RDA al sistema capitalista para evitar que ocurriera al contrario.
Stalin / Foto: dominio público en Wikimedia Commons
Otros, en cambio, eran más posibilistas y sugerían que Alemania podía ejercer un importante papel de mediadora entre Este y Oeste, y si se garantizaban elecciones libres y las fronteras de Postdam se podía y se debía negociar con Stalin con su nota como punto de partida.
Fue el caso del titular de Interior, Jakob Kaiser, y de algunos ministros más que, junto a varios miembros del FDP (Partido Democrático Libre, el que gobernaba), declararon dos días después que no se perdía nada con intentarlo y si resultaba ser una trampa, los mismos soviéticos quedarían en evidencia.
Pero Adenauer impuso su decisión temiendo que Stalin impusiera la presencia de la RDA en las negociaciones -consiguiendo hábilmente que fuera reconocida de facto– y aduciendo que una Alemania neutral carecería de capacidad defensiva ante una absorción por el bloque del Este.
La mayoría del parlamento le apoyó, incluyendo la oposición socialdemócrata.
En la RDA la propuesta de la URSS fue recibida con entusiasmo, pues aunque ya se había organizado una fuerza paramilitar denominada Kasernierte Volkspolizei, en septiembre de 1951 también había hecho ofertas a la RFA para organizar elecciones conjuntas si antes se firmaba un tratado de paz.
Sin embargo no tardaron en volver a la realidad cuando el 25 de marzo, quince días después de la nota de Stalin, Reino Unido, Francia y EEUU enviaban la suya a Moscú condicionando la firma de ese tratado a la celebración de elecciones libres comprobadas por la ONU, a reconocer el derecho de Alemania a aliarse con quien quisiera y a rechazar las fronteras habladas en Postdam (dado que sólo eran válidas hasta firmar un tratado).
Konrad Adenauer/Foto: Bundesarchiv, B 145 Bild-F078072-0004 en Wikimedia Commons
El 9 de abril Stalin presentó una segunda nota ratificando su documento pero proponiendo un cambio: que las elecciones fueran supervisadas pero no por la ONU sino por las cuatro potencias ocupantes, que seguirían activas mientras se negociaba el citado tratado de paz.
La respuesta de occidente se produjo el día 13 aceptando en parte la idea si bien con la condición de que los supervisores no fueran funcionarios del gobierno sino observadores imparciales. El líder soviético mandó unatercera nota el 24 de mayo, cuando acababa de hacerse pública la fundación de la EDC (Comunidad Europea de Defensa), criticando a esta nueva organización porque suponía un obstáculo para el ansiado tratado.
El 23 de agosto todavía vería la luz una cuarta y última nota que era más de lo mismo; dado que occidente también estaba en en esa línea de cerrarse a lo que dijera el otro, la cuestión fue disolviéndose poco a poco y un muro de hormigón terminó poniéndole la puntilla a partir de 1961.
Fuentes: Postguerra. Una historia de Europa desde 1945 (Tony Judt) / The Cold War. A History in Documents and Eyewitness Accounts (Jussi M. Hanhimäki y Odd Arne Westad) / Wikipedia.
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