Fuente: Jenny Schiltz
Algo inmenso se ha abierto. Es más que una simple puerta: es el umbral de un alma, un pasaje luminoso que se extiende a través de las dimensiones. Parece un puente, pero no para carros ni equipaje. Es un puente peatonal. Lo único que puedes cruzar eres tú mismo.
A medida que este puente se abre, la presión puede intensificarse. Todo lo que hemos estado cargando —creencias, comportamientos, patrones traumáticos, programas subconscientes— sale a la luz. No para avergonzarnos, sino para liberarnos. Se nos pide que veamos con claridad dónde hemos estado creando desde el miedo, la carencia, versiones anticuadas de nosotros mismos, y que elijamos de nuevo. Lo que no podemos traer consigo se alza para ser liberado. Y estamos listos.
Para muchos, este momento trae consigo un resurgimiento de las heridas del niño interior. Se manifiesta a través del cuerpo, de las emociones y de viejas visiones que de repente vuelven a cobrar vida. Para algunos, emerge como enfermedad o colapso físico: el dolor de la infancia se expresa a través del cuerpo de maneras que no se pueden ignorar. Puede ser confuso e incluso agotador, especialmente si hemos pasado años sanando. Sin embargo, todo lo que ha estado oculto, a medias o enterrado en el subconsciente está resurgiendo para una iluminación plena.
Este puente no es una prueba de perfección. No necesitas estar completamente curado para cruzarlo; nada más lejos de la realidad. Solo tienes que estar dispuesto. Dispuesto a dejar atrás lo que ya no te sirve. Dispuesto a dejar de arrastrar tras de ti el carro lleno de historias, vergüenza y patrones de supervivencia. Dispuesto a verte no como algo roto, sino como un cáliz sagrado, capaz ya de contener luz.
Cruzar no se trata de alcanzar un estado perfecto. Se trata de rendirse. De decir sí a la verdad sobre quién eres bajo las heridas. De creer que eres digno de lo que te espera.
Esta es la invitación del alma a viajar ligero, no porque estés vacío, sino porque estás listo para llenarte con lo que es real.
Este puente no es un instante fugaz; no se cerrará. Está aquí ahora, una invitación viva.
Para alcanzarlo, debemos estar dispuestos a soltar todo lo que creíamos ser y todo lo que esperábamos llegar a ser. Esta travesía no se trata de buscar una nueva identidad, sino de regresar a nuestra esencia: nuestra inocencia, nuestra capacidad de asombro, nuestro profundo conocimiento.
Muchos pueden sentir que algo nuevo los llama, pero los detalles son esquivos. Esto se debe a que la mente no puede seguir la dirección del alma. No estamos destinados a saber qué viene después, todavía no.
Se nos guía a caminar por fe, no por la vista; a confiar sin necesidad de un mapa. Si tuviéramos los detalles, intentaríamos adaptarlos a algo familiar, y eso nos limita. Lo que nos espera no nos resulta familiar. Pero es sagrado.
Entre nosotros, algunos ya han cruzado. Llevan códigos clave, linajes ancestrales y entramados sagrados en su ADN. Estos arquitectos ahora anclan frecuencias en la Tierra, iluminando el camino para que otros los sigan cuando estén listos. Sostienen el espacio al otro lado del umbral, arraigados en la presencia y el recuerdo.
Este momento en el que vivimos es a la vez brutal y dichoso. Lo exige todo y lo da todo. Es una muerte y un nacimiento, un desmoronamiento y una coronación. Está bien sentirse deshecho. Está bien sentirse asombrado. Estamos al borde de algo que hemos anhelado y malinterpretado por igual.
Si estás al borde del abismo, inseguro de tu próximo paso, recuerda que no estás solo. El puente está aquí. El camino está abierto. Y aunque solo tú puedes dar el paso, cuentas con un profundo apoyo. Cada vez más personas cruzan y sostienen el camino con ternura y verdad.
Cuando estés listo, respira. Suéltalo. Y da un paso adelante.
Les envío a todos mucho amor.
Jen
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No se admiten comentarios con datos personales como teléfonos, direcciones o publicidad encubierta