UNA GATA FERAL ...
Cuando era niña, no actuaba como niña. Me gustaba pasear sola. Caminar a la orilla de la carretera, con los pies descalzos.
Tenía siete años de edad cuando ya amaba la soledad y perderme entre árboles.
Era seria, no reía. No hablaba, al grado que mi madre creía era muda. No había dinero para llevarme con un especialista por lo que verme sin hablar era normal. Una vez mi madre, fastidiada de hacerme preguntas y yo no responder, me amenazó con darme de comer gusanos. Me imaginé lombrices en mi lengua, y mi baba escurriendo, por lo que decidí responder, hablar.
Pero en realidad ese acto ordinario en la gente, me desagradaba. Me cansaba hablar.
Consecuentemente no tenía amigos y en la familia era también solitaria.
Aunque me costó aprender a leer, después fue lo que más amé.
Igual me enamoré de mi idioma y del idioma ruso.
Perdida entre grafías vivía.
Regresando a mis recuerdos de niña, era tan atrevida que me salía por horas de casa a caminar, muchas veces de noche. Mis padres trabajaban y mis hermanas estaban ocupadas en su mundo, por lo que siempre fui solitaria, yo también en mi mundo.
Era como una muchacha en miniatura. Mi cabello largo y negro, y flaca sin gracia como un esqueleto. Mi ser interno no correspondía a mi cuerpo, yo era muchacha en un cuerpo de siete años de edad. Por lo que salía a pasear sola. Era libre.
A veces llega a mi mente el recuerdo de andar caminando descalza en la carretera y trato de imaginar lo que pensaban los automovilistas al verme. Tal vez me imaginaban como un personaje de película de terror.
Otro recuerdo preciado fue cuando mi mamá me mandó ir a la tienda pero en el camino vi a mucha gente saliendo de una casa. La gente vestía de negro y cargaban una caja pequeña. Pronto me uní al grupo.
Caminamos unos cinco kilómetros y llegamos a un lugar a donde había cruces.
También había un hoyo. Allí metieron la pequeña caja. Y todos empezaron a llorar. Yo también lo hice. Pensé debía hacerlo. De repente recordé el mandado de mi mamá y me regresé a casa, ahora sola, cruzando un enorme campo.
Agradezco al padre y madre que me tocaron, porque pude ser yo.
Siempre repitiendo ese gusto por la oscuridad, la soledad, la naturaleza y los animales.
Pasaron los años y tuve contacto con los gatos. En ese momento supe eran seres perfectos. Me derrito ante ellos. Y he encontrado mi reflejo en ellos. Siento que soy como ellos, pero tipo feral. Huidiza y solitaria.
Soy una gata feral.
Tengo más de una década rescatando gatos ferales. Los comprendo. Siento como ellos. He escrito: "He rescatado gatos ferales", pero al mismo tiempo "Ellos me han rescatado".
Soy una gata feral.
Nota: Vivencia escrita ayer en la noche mientras los mini-monstruos (gatitos negros jugaban alocadamente).
El dibujo fue realizado por Nallely Guerra, quien cuidó a Hye, la gatita sin naríz.
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