Desde hace mucho tiempo soy una gran aficionada al género de terror. Personalmente, disfruto leyendo y escribiendo relatos de este género y tengo varias películas de terror e incluso gore entre mis favoritas, algunas con una gran carga poética y existencial. Me gustan las historias de terror porque permiten explorar lo más desconocido, oscuro y misterioso de la existencia humana.
Y es por ello que me da mucha lástima que el género de terror esté en crisis, y podría decirse que incluso condenado a desaparecer. Porque, siendo honestos, ¿ahora ya qué podría causar terror a la población?
Cuando salió la película ‘Tesis’ de Alejandro Amenábar en 1996 todo el mundo se quedó fuertemente impresionado al desvelar la realidad de las películas ‘snuff’, aún tratándose de una cinta de ficción. Y ahora, ¿a qué persona (sobre todo joven o adolescente) le podría impresionar ‘Tesis’, si probablemente ya haya visto decenas de vídeos ‘snuff’ reales en las redes sociales, muchas veces incluso sin quererlo, saltándole la publicación a sus ojos mientras desayuna por la mañana?
¿A quién le va a revolver las entrañas, si ya estamos en plena y constante exposición a toda clase de violencia gratuita en la televisión, en los reality shows, en las tramas de series y videojuegos? ¿Cómo evitar sentir desprecio por la raza humana, si los medios de masas sólo nos muestran a las personas sin corazón, a los criminales, ridiculizando o invisibilizando a la gente que lleva a cabo buenas acciones, o proyectos para mejorar el mundo?
¿Qué finalidad tiene todo esto? ¿Es que acaso quieren convertirnos en monstruos?
LA EFICIENTE GESTIÓN DEL ODIO
El odio es algo natural e intrínseco a la existencia humana como lo es el amor, la envidia o el egoísmo. Sentimientos todos que hemos experimentado alguna vez en nuestra vida y que no suponen ningún problema para nuestro desarrollo y nuestras relaciones siempre que no sobrepasen unos ciertos límites y seamos capaces de ejercer un control sobre ellos.
Sin embargo, cuando una comunidad humana sufre en su conjunto unas condiciones vitales precarias, o algún tipo de carencia (que puede ser económica pero también emocional, espiritual o de expectativas) es más propensa a llenarse de odio. Es entonces cuando los gobernantes proceden a manejar ese odio, canalizándolo hacia otros seres o grupos para evitar, precisamente, que el pueblo dirija su ira contra ellos. Esto ha ocurrido a lo largo de toda la Historia, y se pueden citar como ejemplos a los circos romanos o a las corridas de toros.
Y, en el contexto actual, si bien es cierto que ahora mismo nuestra civilización está relativamente avanzada en comparación a las pasadas épocas de salvajismo, oscurantismo e ignorancia, la no tan reciente crisis mundial (que ha pasado de ser puramente económica a tener cada vez más tintes geopolíticos) ha provocado auténticas olas de pesimismo, frustración y rabia entre la población. El poder se enfrenta, así, a la gestación de una verdadera bomba de relojería que, de no detonar de forma conveniente y planificada, le podría estallar en toda la cara.
Pero ese no es el único objetivo de alimentar y cultivar el odio humano hasta límites inimaginables.
HACIA UNA PSICOLOGÍA DE GUERRA
Otro objetivo quizá menos visible de bombardear con odio a la población es insensibilizar a la misma, con el fin de prepararla psicológicamente para la guerra, para ‘su’ guerra. Una guerra hacia la que nos encaminamos a pasos agigantados, y que ya no va a consistir como las anteriores en una destrucción y bombardeo masivos sobre grandes áreas geográficas (la tendencia es a concentrarse en puntos concretos, como Siria), sino en un estado permanente de alerta, desconfianza y vigilancia muy parecido al que Orwell vaticinaba en su novela “1984”.
Una guerra en la que se hace necesaria una férrea estrategia de control mental para lograr que la población vea a otros seres humanos como moscas que aplastar, como avatares de un videojuego a los que masacrar sin contemplaciones. Como si fuéramos títeres mercenarios al servicio de sus oscuros fines, manejan los hilos de nuestros más bajos instintos; y esto es algo que se lleva haciendo desde hace siglos, pero ahora a través de herramientas mucho más modernas y sofisticadas.
LA NUEVA RELIGIÓN EN LA QUE PARTICIPA TODO EL MUNDO
Hay quien podría pensar que toda esta oleada de odio tan sólo imbuye a las personas más jóvenes, a las mentes más débiles, o a la gente desequilibrada y fuertemente influenciable. Pero lo cierto es que existe una percepción pública que asocia ser insensible con ser fuerte o valiente. Un ejemplo de ello son los retos que hay en Internet del tipo “a ver quién aguanta viendo más vídeos reales de muertes, accidentes o torturas”, en los cuales muchas veces lo más sobrecogedor no sólo es ver sufrir a otra persona, sino ver cómo el que graba no hace absolutamente nada por ayudar a la víctima.
Y si alguien se niega públicamente a participar en este tipo de dinámicas, aludiendo que no le gusta ver escenas grotescas, o que lo pasa mal viendo cómo otro ser sufre… Se le tacha inmediatamente de “maricón” o “cobarde”, y me pregunto yo: ¿no es esto, acaso, una inversión total del concepto de valentía?
Valentía sería, más bien, todo lo contrario: resistir la tentación del morbo si sabes que no te va a gustar lo que vas a ver, aceptar que tienes una sensibilidad, unos ideales y no tener problema en reconocerlo, sin miedo a lo que piensen los demás…
Lo que ellos llaman “valentía” en realidad se llama “psicopatía”, que es una condición médica real consistente en no sentir un ápice de empatía por nuestros semejantes.
LOS CIMIENTOS DE LA SOCIEDAD PSICÓPATA
El proceso de construcción de una sociedad psicópata comienza desde nuestra más tierna infancia. Por más que las escuelas celebren hipócritamente el Día de la Paz un día al año, el resto de días se les enseña a los niños que la guerra es necesaria. Se les permite jugar a violentos videojuegos cuando su mente aún no está formada y no comprende la trascendencia de la vida y la muerte, se les permite ver programas de televisión del estilo de Gran Hermano donde el ser humano queda rebajado a la mínima condición (y por desgracia, cuando crecen, siguen enganchados a este tipo de programas).
El individuo, a medida que se desarrolla, ve cada vez más y más normal someter al escarnio público a otra persona sin ningún tipo de escrúpulos. Ve cómo los programas del corazón, en los que se expone de manera encarnizada el dominio íntimo y las miserias de cada persona, cada vez tienen más espectadores; y ve cómo las fotos y vídeos donde asesinos muestran sus matanzas y criminales muestran sus abusos, torturas y violaciones tienen miles de ‘likes’ y comparticiones en las redes sociales, sin ningún tipo de pudor o respeto por la víctima.
A medida que el proceso transcurre, el sujeto progresivamente se va desvinculando emocionalmente de las otras personas, y va perdiendo capacidad de empatía ante el sufrimiento ajeno, a costa del cual incluso llega a entretenerse y divertirse.
Y esto no es algo que vaya a ocurrir en un futuro próximo, es algo que ya está aquí, es una realidad en la que ya nos hemos sumergido de manera irreversible. Yo misma me di cuenta de ello cuando comprobé que mi abuela, que vivió una sangrienta guerra civil siendo sólo una niña, quedó profundamente afectada durante varios días cuando vio la famosa imagen del niño refugiado muerto en las orillas de una playa; mientras que el resto de personas más jóvenes y ya plenamente integradas en la sociedad digital nos limitábamos como mucho a compartir la noticia en Facebook y al cabo de 5 minutos ya estábamos pensando en otra cosa.
Pienso que este no es un tema banal, y que es una cuestión sobre la que tenemos que reflexionar y meditar profundamente. Puesto que se trata, ni más ni menos, de la actitud mental que tenemos hacia nuestra propia especie, y todo apunta hacia que existe una agenda para que esa actitud sea de odio, desprecio y repulsión hacia nuestros propios congéneres.
Sabemos muy poco (por no decir absolutamente nada) sobre la élite que nos controla, pero hay una cosa que, a estas alturas, ya deberíamos tener bastante clara: pertenezca a nuestra especie o no, no tiene los mismos intereses que la mayoría de nosotros.
Abramos pues, nuestra mente y preguntémonos qué buscan conseguir con todo esto.
LIBRE PENSADORA
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