Donald Trump ya ha ganado
Donald Trump ya ha ganado
Con independencia de lo que ocurra el próximo 8 de noviembre, Donald J. Trump ya ha ganado.
La aventura comenzó allá por el mes de junio de 2015, el día 16, cuando anunció en un acto público su candidatura a las primarias del Partido Republicano.
Por esas fechas fue tomado como la locura propia de un millonario excéntrico, sin concederle ningún tipo de credibilidad.
¿Quién iba a tomarse en serio a un tipo que osaba competir contra políticos de renombre como Jeb Bush, el tercero de la saga, el libertario Rand Paul, el ultraconservador Ted Cruz o el republicano modélico Marco Rubio?
Pasaron los meses y su candidatura fue ganando adeptos de forma exponencial mientras el establishment del Partido Republicano y sus acólitos de la prensa (Fox y el medio de cabecera conservador, National Review) redoblaban sus ataques, cada día más desesperados e histéricos.
Las victorias se sucedían, estado por estado, hasta obtener la nominación en la Convención de Dallas el 21 de julio de 2016, acumulando a sus espaldas el mayor número de votos que ha conseguido un republicano durante el proceso de primarias.
Esta victoria evidenció que la candidatura de Trump fue algo más de lo que estamos acostumbrados a ver en un proceso de estas características, convirtiéndose en todo un movimiento frente a la decadencia de la política estadounidense, la corrupción sistémica y la dictadura de lo políticamente correcto que atenaza a la civilización occidental.
Mientras tanto, el Partido Demócrata elegía a Hillary Clinton, después de adulterar las primarias frente a Bernie Sanders como pudimos saber posteriormente.
Probablemente estemos hablando de la candidata más corrupta que haya optado a la presidencia de Estados Unidos, acumulando en su haber una gestión más que sospechosa de la Fundación Clinton y el famoso escándalo de los correos electrónicos (durante su etapa como Secretaria de Estado usó un servidor privado desde el que manejó información confidencial, borrando posteriormente 33.000 correos).
Con relación a este último caso, es interesante recordar que James Cartwright, un general de cuatro estrellas, podría ser condenado a cinco años de prisión por mentir en una ocasión al FBI… Mientras que Hillary lo hizo en 39, lo que sorprendente no ha sido suficiente para que el propio FBI presente cargos en su contra.
La campaña de desprestigio, acoso y derribo contra Donald Trump,orquestada por los principales medios de comunicación estadounidenses, en estrecha colaboración con celebrities, inversores de Wall Street y las grandes fortunas (a destacar George Soros, Michael Bloomberg y Warren Buffet), no tiene precedentes, me atrevería a decir, a nivel mundial.
Esta conjunción de factores, el respaldo sin fisuras de los poderes fácticos estadounidenses a la candidatura demócrata, complica hasta niveles extremos una hipotética victoria republicana.
Esta persecución durante la campaña presidencial (que se remonta a las primarias, como he explicado previamente) supone una puñalada mortal a la democracia en Estados Unidos, una intromisión en el proceso democrático, pudiendo convertir en una gran farsa la jornada electoral al existir una clara intención por condicionar a la población hasta rozar límites obscenos.
Es, a su vez, un fracaso del periodismo, que una vez más ha demostrado responder a intereses económicos, ignorando su función de informar de forma aséptica.
Pero no, The Donald ya ha ganado.
La irrupción de Trump en el encorsetado panorama político ha conseguido despertar a una ciudadanía apática y sin fe en la clase política.
El verdadero éxito de su campaña radica en haber asumido el liderazgo de un movimiento transversal en el que millones de estadounidenses pueden sentirse cómodos sin importar sus creencias, color de piel o ubicación en el espectro ideológico, siendo capaz de servir como catalizador de la frustración ciudadana.
Trump es la respuesta al proceso autodestructivo en el que se encuentra inmersa la sociedad estadounidense, un intento desesperado por romper las cadenas para obtener su libertad y recuperar los valores tradicionales legados por los Padres Fundadores.
El electorado, hastiado de la política tradicional, la dictadura de lo políticamente correcto y los discursos alejados de sus problemas reales, demostró durante las primarias que puede ser más poderosos que la maquinaria del establishment y su siempre recurrente discurso del miedo.
¿Por qué no soñar con el más difícil todavía?
El 8 de noviembre saldremos de dudas.
Por: Fernando Prieto | Katehon
La aventura comenzó allá por el mes de junio de 2015, el día 16, cuando anunció en un acto público su candidatura a las primarias del Partido Republicano.
Por esas fechas fue tomado como la locura propia de un millonario excéntrico, sin concederle ningún tipo de credibilidad.
¿Quién iba a tomarse en serio a un tipo que osaba competir contra políticos de renombre como Jeb Bush, el tercero de la saga, el libertario Rand Paul, el ultraconservador Ted Cruz o el republicano modélico Marco Rubio?
Pasaron los meses y su candidatura fue ganando adeptos de forma exponencial mientras el establishment del Partido Republicano y sus acólitos de la prensa (Fox y el medio de cabecera conservador, National Review) redoblaban sus ataques, cada día más desesperados e histéricos.
Las victorias se sucedían, estado por estado, hasta obtener la nominación en la Convención de Dallas el 21 de julio de 2016, acumulando a sus espaldas el mayor número de votos que ha conseguido un republicano durante el proceso de primarias.
Esta victoria evidenció que la candidatura de Trump fue algo más de lo que estamos acostumbrados a ver en un proceso de estas características, convirtiéndose en todo un movimiento frente a la decadencia de la política estadounidense, la corrupción sistémica y la dictadura de lo políticamente correcto que atenaza a la civilización occidental.
Mientras tanto, el Partido Demócrata elegía a Hillary Clinton, después de adulterar las primarias frente a Bernie Sanders como pudimos saber posteriormente.
Probablemente estemos hablando de la candidata más corrupta que haya optado a la presidencia de Estados Unidos, acumulando en su haber una gestión más que sospechosa de la Fundación Clinton y el famoso escándalo de los correos electrónicos (durante su etapa como Secretaria de Estado usó un servidor privado desde el que manejó información confidencial, borrando posteriormente 33.000 correos).
Con relación a este último caso, es interesante recordar que James Cartwright, un general de cuatro estrellas, podría ser condenado a cinco años de prisión por mentir en una ocasión al FBI… Mientras que Hillary lo hizo en 39, lo que sorprendente no ha sido suficiente para que el propio FBI presente cargos en su contra.
La campaña de desprestigio, acoso y derribo contra Donald Trump,orquestada por los principales medios de comunicación estadounidenses, en estrecha colaboración con celebrities, inversores de Wall Street y las grandes fortunas (a destacar George Soros, Michael Bloomberg y Warren Buffet), no tiene precedentes, me atrevería a decir, a nivel mundial.
Esta conjunción de factores, el respaldo sin fisuras de los poderes fácticos estadounidenses a la candidatura demócrata, complica hasta niveles extremos una hipotética victoria republicana.
Esta persecución durante la campaña presidencial (que se remonta a las primarias, como he explicado previamente) supone una puñalada mortal a la democracia en Estados Unidos, una intromisión en el proceso democrático, pudiendo convertir en una gran farsa la jornada electoral al existir una clara intención por condicionar a la población hasta rozar límites obscenos.
Es, a su vez, un fracaso del periodismo, que una vez más ha demostrado responder a intereses económicos, ignorando su función de informar de forma aséptica.
Pero no, The Donald ya ha ganado.
La irrupción de Trump en el encorsetado panorama político ha conseguido despertar a una ciudadanía apática y sin fe en la clase política.
El verdadero éxito de su campaña radica en haber asumido el liderazgo de un movimiento transversal en el que millones de estadounidenses pueden sentirse cómodos sin importar sus creencias, color de piel o ubicación en el espectro ideológico, siendo capaz de servir como catalizador de la frustración ciudadana.
Trump es la respuesta al proceso autodestructivo en el que se encuentra inmersa la sociedad estadounidense, un intento desesperado por romper las cadenas para obtener su libertad y recuperar los valores tradicionales legados por los Padres Fundadores.
El electorado, hastiado de la política tradicional, la dictadura de lo políticamente correcto y los discursos alejados de sus problemas reales, demostró durante las primarias que puede ser más poderosos que la maquinaria del establishment y su siempre recurrente discurso del miedo.
¿Por qué no soñar con el más difícil todavía?
El 8 de noviembre saldremos de dudas.
Por: Fernando Prieto | Katehon
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