Cuentan que un día Buda pasaba por un pueblo y alguna gente salió a insultarle.
Le lanzaron todo tipo de insultos y todas las palabras malsonantes que conocían. Buda, sin embargo, se quedó allí parado, escuchó en silencio con mucha atención,
y después dijo:
Gracias por acudir a mí, pero tengo prisa, tengo que llegar al próximo pueblo, donde me están esperando.
Hoy no puedo dedicarles más tiempo, pero mañana, cuando pase de regreso, podré detenerme con calma.
Pueden reunirse de nuevo, y si queda algo que quieran decir y no hayán podido decir hoy, me lo podran decir mañana.
La gente no daba crédito; después de todos aquellos insultos, el Buda ni se había inmutado.
Uno de ellos le preguntó:
¿Pero es que acaso no nos has oído?
¿Es que no vas a responder a nuestros insultos?
les pido disculpas nuevamente, pero si lo que querían era que respondiera, me temo que han llegado tarde.
Hace diez años hubiera respondido sin duda, de la forma que esperaban, pero ahora ya no, ya no soy un esclavo, actúo por mi cuenta y no por cuenta de ningún otro.
Ustedes querían insultarme y realmente lo han hecho muy bien; pueden sentirse satisfechos.
Pero por lo que a mi respecta, no he recibido sus insultos y no han significado nada para mí.
Han sido como una antorcha encendida que cae en un río, durante el momento que está en el aire sigue encendida, pero en cuanto llega al agua, el fuego se apaga.
Y concluyó:
-Me temo que el fuego de sus insultos ..... se ha apagado al llegar a mi corazón.
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