LA PARÀBOLA DEL CÁNTARO ROTO
Un aguador de la India cargaba a su espalda dos vasijas, cada una de las cuales colgaba de los extremos de un palo sobre sus hombros. Uno de los cántaros era nuevo y lograba conservar todo el líquido en el largo trecho entre el pozo y la casa donde le esperaba su patrón. El otro, en cambio, se había agrietado debido al uso y perdía agua, con lo que al final de cada camino solo llegaba la mitad del líquido recogido.
El hombre era consciente de eso, pero siguió realizando con buen ánimo este trabajo tan pesado como necesario.
Sin embargo, la tinaja agrietada no estaba nada conforme con su destino. Se sentía avergonzada de que su compañera pudiera realizar de forma impecable su labor, mientras que ella, por culpa de su imperfección, solo daba la mitad de lo que debería entregar.
Tras un largo tiempo en triste silencio, un día la vasija quebrada decidió hablarle al aguador:
—No puedo contenerme más. Necesito disculparme porque estos últimos años te he defraudado.
—¿Por qué dices eso? Yo estoy perfectamente satisfecho con tu servicio, y espero que caminemos juntos muchos años más, querida amiga.
La vasija nueva y perfecta liberó una risita al oír eso, pero su compañera quebrada seguía con sus lamentos:
—Sé que quieres hacerme sentir bien, aguador, pero soy consciente de que a causa de mis grietas cada vez entregas la mitad de la carga, con lo cual solo te dan la mitad del pago que podrías obtener.
El aguador miró la vasija con compasión y le dijo:
—Quizás llega al final la mitad del agua que da tu hermana, pero hay algo que quiero enseñarte antes de que sigas compadeciéndote.
Acto seguido, el hombre empezó a recorrer el viejo sendero señalando el suelo mientras le comentaba:
—Observa lo bonitas que son las flores que crecen a tu lado del camino. Es gracias al agua que ibas perdiendo que has convertido este sendero seco en un jardín, y eso me procura gran alegría y aligera mi carga.
Efectivamente, a medida que avanzaban, la vasija agrietada vio que una franja de bellísimas flores de todos los colores alfombraba el camino.
—Cuando me di cuenta de que tenías grietas, empecé a dejar caer semillas de flores. El resto lo has hecho tú con las gotas que ibas liberando para que este milagro pudiera existir. A no ser por tus grietas, ninguna de estas flores hubiera nacido y hoy seguiría caminando por un sendero seco.
Tras este descubrimiento, la vasija agrietada no estuvo triste nunca más.
¡VIVA LA IMPERFECCIÓN!
Nuestro aguador del cuento era un hombre inteligente porque, al darse cuenta de que una vasija perdía gotitas de agua, decidió, generosamente, plantar flores en el camino con el fin de crear belleza para todas las personas que pasaban por aquel lugar. De este modo convirtió el defecto del cántaro más gastado en una bendición para los caminantes y para sí mismo.
El mensaje de este relato es claro: todos tenemos grietas, cada cual a su manera es una vasija agrietada, pero podemos convertir ese «defecto» en una bella virtud.
Aquellos que han sufrido pueden comprender mejor el sufrimiento de los demás y ayudarles de forma más eficiente.
Equivocarnos y caer, pasar por calamidades, puede ser una fortaleza que ayude a acompañar y guiar a otros en ese mismo camino.
En Estados Unidos, en el currículum para solicitar un trabajo se incluyen los fracasos como un valor. Si una persona llevó su empresa a la quiebra, por ejemplo, se menciona en el currículum porque se considera una experiencia provechosa. Lo que el candidato o candidata vivió en esa situación le ha aportado valiosas lecciones que le prevendrá de cometer los mismos errores.
Por lo tanto, ¡es perfecto ser imperfecto!
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