ELENA Y EL MENDIGO
Elena se acerca de un callejón, con cada paso que da, sus pies casi se hunden en la nieve. Ella ve a dos hombres corriendo del callejón, uno dice: "Rápido, huyamos antes de que llegue la policía". Elena mira con asombro, luego, al entrar en el callejón, ve a un mendigo caído en el suelo. Tiene el rostro triste y herido: "¿Estás bien, señor?" Él la mira: "Sí, esos vándalos solo me lastimaron y me robaron la comida". La barriga del mendigo gruñe, y Elena mete la mano en el bolsillo de su vestido y saca un sándwich. Se lo da al mendigo, quien lo toma: "Muchas gracias, niña. ¿Cuál es tu nombre?" Se sienta de manera elegante junto a él: "Mi nombre es Elena". Él sonríe mientras muerde el sándwich: "Gracias, pequeña Elena. Eres una persona amable". Ella también sonríe para él: "De nada, señor".
Al día siguiente, Elena llega al callejón y encuentra al mendigo sosteniendo un perrito en sus manos. Cuando se acerca, no puede contener su expresión de ternura: "¡Dios mío, ¿un perrito? ¡Qué lindo!" El mendigo acerca el perrito a Elena, con una mirada de duda: "Hija, ¿lo quieres?" Elena muestra sorpresa: "Pero, ¿y sus dueños?" El mendigo sonríe: "No tiene dueño, fue abandonado. Necesita un hogar, y tú necesitas un hijo. ¿Qué te parece?" Elena abraza al perrito con una sonrisa en los labios y los ojos cerrados: "Me encantaría quedarme con él. ¡Es tan lindo!"
Una noche, estaba lloviendo cuando el perro se escapó de la casa de Elena. Corrió tras él con un paraguas en la mano. El perro entró en un callejón, y Elena, pisando charcos de agua, lo siguió. Allí, Elena presenció una escena terrible: dos hombres apuntaban armas al mendigo.
"Si no nos pagas, morirás", dijo uno de los hombres.
El mendigo gesticulaba, suplicando: "No me mates. No tengo dinero para pagar, pero no me mates. Dame más tiempo".
Uno de ellos, impaciente, se puso nervioso: "No tenemos más tiempo. ¡Muere!"
Él apretó el gatillo, y la bala estaba a punto de alcanzar al mendigo cuando el perrito saltó delante de la bala. Lloró y cayó. Los dos hombres huyeron, pasando por Elena, quien estaba boquiabierta en estado de shock. Corrió hacia el perrito y lo vio en el suelo con las patitas temblando. Se dio cuenta de que la vida se le escapaba poco a poco. El mendigo se agachó y trató de acariciar al perrito.
"Perdóname, Elena. Perdón, perrito. Esto es todo culpa mía. No debería haber tomado prestado dinero de esos hombres", dijo el mendigo con lágrimas en los ojos.
Elena miró al mendigo con lágrimas en los ojos: "No te disculpes. El perrito hizo lo correcto. Intentó salvarte. Para él, tú eras su padre. ¿Qué hijo no se interpondría frente a una bala para salvar a su padre?" El mendigo dejó caer una lágrima sobre el perrito, luego otra. "Dios, salva a este pobre animalito. Salva a mi hijo, por favor. Elena y yo lo amamos tanto". Entonces, como un milagro, el perrito ladró, el mendigo abrió los ojos. El perrito se levantó. Elena, incrédula, exclamó: "¿Estás vivo, perrito?" Lo abrazó, y el mendigo abrazó a ambos, a ella y al perrito. "Gracias, Dios. Elena y yo estamos muy felices. Gracias por escucharnos". Así que, en ese callejón sucio, la felicidad floreció nuevamente. En un lugar improbable, en una situación improbable, el bien triunfó.
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