“ROBAR NO MERECE LA PENA”
Hay detalles en nuestra vida cotidiana que generalmente nos pasan desapercibidos y que hablan de nuestro estado de sumisión total como individuos. Se trata de frases, expresiones o conceptos que vemos plasmados a nuestro alrededor y que percibimos como la cosa más normal del mundo, pero que sin embargo nos gritan a viva voz que “somos unos esclavos”.
Un ejemplo de ello lo tenemos en un cartelito que hemos podido ver recientemente en un supermercado de una conocida cadena alemana, frecuentado por gente trabajadora.
En cada estantería, aproximadamente cada 2 o 3 metros y de forma insistente, se podía leer el siguiente mensaje, como advertencia a los clientes: “ROBAR NO MERECE LA PENA” y en letras más pequeñas, debajo: “Nuestros artículos están protegidos electrónicamente”.
Quedémonos con el cuerpo principal del mensaje: “ROBAR NO MERECE LA PENA” A la mayoría de lectores, la presencia de un cartel de este tipo en un supermercado no les sorprenderá en lo más mínimo y probablemente no lo considerarán digno de generar un artículo. En definitiva, lo verán como algo normal y justificable.
Pero vamos a analizarlo por un momento.
Este mensaje, como tantos otros con los que somos bombardeados diariamente, tiene una doble lectura: en primer plano tenemos la lectura superficial y obvia, y en segundo plano tenemos una segunda lectura de carácter casi subliminal, que es la que realmente refleja los mecanismos de programación inconsciente a los que somos sometidos continuamente.
Obviamente, cuando vemos un cartel en un supermercado que nos dice “Robar no merece la pena”, lo primero que pensamos es que en dicho supermercado se producen muchos hurtos; el número suficiente de sustracciones como para que la dirección del negocio se vea obligada a poner carteles pidiendo a los clientes que no traten de llevarse los productos sin pagarlos en caja.
Esa es la lectura superficial más evidente, que de hecho, refleja los hechos tal y como son: en dicho supermercado probablemente se producen muchos robos. Pero si lo analizamos bien, veremos que en segundo plano se atisba un mecanismo de programación inconsciente, del que ni la dirección del local ni los clientes se han percatado.
La existencia de ese mecanismo de programación social, se plasma en el mero hecho de que la dirección del local haya considerado oportuno subir un cartel que califica a todos los clientes de ladrones potenciales sin temor a que ello provoque rechazo alguno. Porque esa es la realidad que se oculta tras el mensaje “Robar no merece la pena” destinado a toda la clientela en conjunto y que no discrimina entre los que son ladrones y los que no lo son: te está diciendo a la cara que te consideran un ladrón potencial.
Y no solo eso; el hecho de que el mensaje este ahí, repetido con tanta insistencia, aproximadamente cada 2 o 3 metros, nos indica de forma implícita que no solamente todos los clientes somos considerados por la dirección del local como ladrones potenciales, sino que además, hay un porcentaje significativo de la clientela que efectivamente roba: un porcentaje lo suficientemente alto como para que sea necesario colocar dichos cartelitos.
Por lo tanto, la presencia insistente de dicho mensaje clasifica a todos los clientes dentro de un conjunto, llamado “clientes del supermercado ‘Tal'”, conformado por un alto porcentaje de ladrones. Este es el mensaje en segundo plano, de forma subliminal, que recibimos al leer dichos carteles. Y eso debería invitarnos a hacernos algunas preguntas…
La primera pregunta es: ¿quiero ir a comprar a un local donde la dirección me considera un ladrón potencial?
Y la segunda: ¿quiero formar parte de un colectivo de clientes conformado por gran cantidad de ladrones que se dedican a robar en los supermercados? ¿Me siento cómodo formando parte de este colectivo?
Obviamente, si los mecanismos mentales que rigen nuestra conducta fueran los correctos, y si nuestra dignidad como ciudadanos no hubiera sido reducida a la nada, la respuesta a estas preguntas debería ser un “NO” rotundo y nadie debería querer volver a comprar en un establecimiento donde lo consideren y lo clasifiquen de esta manera, aunque sea de forma implícita e indirecta.
Dicho de otra manera: estos mensajes deberían provocar una bajada sustantiva de clientela en dicho negocio. Pero eso no sucede. Los mensajes son aceptados con total normalidad por parte de la clientela y de hecho, la dirección los coloca en el local con la seguridad de que no provocarán ningún tipo de rechazo.
Y llegados aquí la pregunta que deberíamos hacernos todos es: ¿Por qué? La respuesta es bien simple… Habrá quien crea que la gente no siente el rechazo a dicho cartelito, porque sencillamente no se siente interpelado por la acusación implícita del mensaje (“yo no soy un ladrón, por lo tanto esto no va conmigo”); también habrá quien sostenga que la mayoría de gente no llega a deducir el significado secundario que contiene y que solo percibe el mensaje superficial, (“en dicho supermercado se producen muchos hurtos y deben advertir a los clientes ladrones”).
Pero desgraciadamente, esa no es la realidad. Los clientes del local SÍ se percatan inconscientemente de dicho mensaje subliminal, pero lo aceptan debido a la programación mental que les ha inculcado la sociedad. Y es que desde bien pequeños, nos han inculcado que el pueblo llano está conformado por populacho.
Nos han hecho creer que gran parte de la población es gentuza ladrona que roba; chusma maloliente que se agrede entre sí cuando nadie la controla; una manada de canallas que se matan y violan los unos a los otros si no hay la presencia de una autoridad, unas leyes y una fuerza represiva policial que nos proteja los unos de los otros; un vulgo idiota que no sabe lo que quiere y al cual le tienen que decir lo que tiene que hacer, lo que tiene que pensar y lo que tiene que comprar; nos hacen vernos a nosotros mismos como una masa de zombis idiotizados sin criterio que necesitamos todo tipo de reglas, normas, instrucciones y señales para coexistir pacíficamente los unos con los otros.
Y todos tenemos tan asumido que la gente de a pie, la clase trabajadora, aquellos que vamos a comprar a los supermercados de masas, somos basura humana y que todos somos unos ladrones potenciales, que cuando nos colocan un cartel delante de las narices en dichos locales que nos dice NO ROBES, no nos sentimos insultados, sino que nos parece totalmente normal que lo hagan; aunque nosotros, ni ningún miembro de nuestra familia, hayan robado nada en toda su puñetera vida.
Ni tan solo nos damos cuenta de ello, pero todos, de forma inconsciente, nos sentimos integrados en un colectivo conformado por gentuza de baja calaña que debe ser controlada, amenazada y advertida; nos identificamos plenamente con el concepto de chusma con el que subliminalmente nos califican. Bien, llegados aquí, es fácil deducir lo que estarán pensando muchos de nuestros lectores: sin duda habrá muchos que afirmarán que, efectivamente, la mayoría de la población es gentuza ladrona y que dichos cartelitos están más que justificados; también habrá los que consideren que hemos sacado de quicio lo que es un simple mensaje de advertencia y que le hemos buscado los tres pies al gato; nos dirán que no hay nada de eso que hemos creído deducir y que de ninguna manera la población trabajadora de a pie ha sido programada para considerarse a sí misma gentuza o chusma.
Pero no tienen razón. Y eso se refleja en un hecho bien simple: todos vemos normal que nos pongan un cartelito cada 3 metros en el súper diciéndonos que ROBAR NO MERECE LA PENA, porque hay un cierto porcentaje de clientes que roban una chocolatina…¿pero a cuántos de los que han visto el rótulo se les ha pasado por la cabeza que ese mismo letrero tendría que estar pegado, cada 3 metros y con la misma insistencia impertinente, en las paredes del palacio presidencial para recordarle al presidente de la nación que “Robar no merece la pena”?  ¿A cuantos se les ha pasado por la cabeza, al verlos en el supermercado, que esos mismos carteles de “ROBAR NO MERECE LA PENA” tendrían que estar pegados a cada palmo en las paredes del Palacio Real; en las oficinas de los directivos de los grandes bancos y de las grandes corporaciones; en la sede central de la patronal y de los sindicatos mayoritarios; en las oficinas de los estamentos y clubes deportivos; en los cuarteles del ejército y en las comisarías; en los juzgados y en las altas cortes de justicia; en los obispados, en la conferencia episcopal y en el Vaticano; en los clubes exclusivos de élite donde se reúnen los potentados y los magnates; en las sedes de todos los partidos políticos; en todas las secretarías, subsecretarias, consejerías, delegaciones, embajadas, ayuntamientos, diputaciones, consulados y ministerios; y sobretodo en el Senado y en el Congreso de los diputados, en cada silla y en cada rincón para recordarles a los empleados a los que pagamos el sueldo, que “ROBAR NO MERECE LA PENA”?  ¿Se le pasó a usted por la cabeza, estimado lector, cuando le hablé del cartelito del supermercado, que también debería estar colgado en todos estos sitios, empapelando las paredes para que quién recorriera dichas estancias no pudiera evitar verlos de ninguna manera? Visualícenlo por un momento: carteles de ROBAR NO MERECE LA PENA en los pasillos del Congreso de los Diputados, en cada escaño e incluso en el púlpito al que suben los parlamentarios a hacer sus discursos.  ¿Les parece una imagen chocante? ¿Quizás excesiva y potencialmente ofensiva? ¿Por qué? Al fin y al cabo, la gente que trabaja en el Congreso, no roban precisamente chocolatinas, sino miles de millones de euros cuyo saqueo provoca que la gente muera en los hospitales esperando operaciones, o que ciudadanos honrados acuciados por las deudas, generadas la mayoría de las veces por sus malas políticas, se quede sin un techo para sus hijos. Ahora habrá quien espete indignado: “¡No todos los diputados del Congreso ni todos los que se dedican a la política son ladrones!” ¡Pero tampoco lo son todos los clientes que van a comprar al supermercado y sin embargo todos consideramos la mar de normal que allí sí se coloquen estos cartelitos de advertencia! ¿Ven ahora por qué estos cartelitos de ROBAN NO MERECE LA PENA hablan de programación mental y de esclavitud?  Nos han programado para considerarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean como chusma cuando formamos parte de la clase trabajadora; gentuza que debemos desconfiar los unos de los otros y que incluso debemos odiarnos entre nosotros, como bien indicaba Libre Pensadora en su artículo LA NUEVA RELIGIÓN ES EL ODIO DEL PUEBLO. Y en contrapartida, nos han programado para que, inconscientemente, consideremos a los que conforman algún tipo de autoridad o acumulan algún tipo de poder sobre nosotros, como gente inherentemente superior a nivel ético y moral. Hasta el punto de que asociar con ellos el mismo tipo de mensajes represivos e insultantes que asociamos con la clase trabajadora, nos parece chocante, inimaginable y ofensivo. Nadie es capaz de imaginar como algo “normal” el parlamento lleno de letreros con el mensaje ROBAR NO MERECE LA PENA…eso solo es para los establecimientos que frecuenta el pueblo llano. Bien, pues a eso se le llama PROGRAMACIÓN MENTAL. Y esa programación psicológica a la que todos estamos sometidos, es la que justifica que las calles o los supermercados estén llenos de cámaras de vigilancia para impedir el robo de cualquier minucia, mientras en los palacios presidenciales, los parlamentos y las sedes de los partidos políticos, pulula la peor calaña de entre los seres humanos, dedicada al latrocinio a gran escala y capaz de planear asesinatos en masa sin tan solo pestañear. Todo esto es lo que contiene un simple cartelito en la estantería de un supermercado…y es que el nivel de programación mental que nos esclaviza es mucho más profundo de lo que parece a simple vista… GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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