La corrupción en España es como decir la corrupción en el sistema capitalista, aunque muchos de mis compatriotas (utilizo esta palabra un tanto incomodado, porque significa más o menos, según la Real Academia Española, “persona de la misma patria que otra”, y yo nunca he sabido definir con exactitud el concepto patria, más allá de lo que alguien dijo alguna vez: un país, o una tierra, con justicia, pero ¿dónde leñes se encuentra eso?), piensan que es algo característico y consustancial con el ser español. Bueno, no hace falta irse muy lejos (a Francia o a Marruecos) para comprobar que muchos franceses y marroquíes podrían pensar exactamente lo mismo de sus respectivas esencias nacionales.
Yo prefiero pensar que los españoles compartimos este gusto por la corrupción con el resto de la Humanidad y que, de hecho, es un fenómeno que se ha dado desde que el mundo es mundo, o mejor dicho desde que el hombre es hombre, o quizá mejor desde que el homo sapiens existe y constituyó eso que se llama moral o ética. Es más, la corrupción es consustancial a la ética, puesto que ¿cómo puede existir aquélla sin ser tipificada por ésta? Por tanto, podemos decir que la corrupción es un acto ético en cierto sentido, en el sentido en que ambos fenómenos (y consideremos la ética como un fenómeno ideológico) son inseparables. Insisto, ¿cómo se puede señalar a un corrupto sino desde la moral?, ¿quién si no una persona o una institución presuntamente libre de tacha puede denunciar a otra manchada por el soborno, el cohecho, el tráfico de influencias o la financiación ilegal? Profundizando un poco más en el asunto, se debería admitir, sin embargo, que el conjunto de prácticas corruptas sólo es posible, teniendo en cuenta que deben darse en el seno de unas instituciones que suponen la gestión de riquezas ajenos, a partir del momento histórico en que surge el excedente y una parte de la sociedad se apropia de la gestión del mismo. Es decir, cuando surge el Estado o al menos un Estado embrionario; así podemos distinguir el simple robo, el hurto, o la apropiación indebida de lo que es en sí la corrupción político-económica.
En cualquiera de los casos, y dejando de lado la teoría para centrarnos en el objeto de esta nota, se ha de decir que desde hace algunos años los sufridos españolitos nos levantamos todos los días con un nuevo caso de corrupción política: presidentes regionales, ex directores generales del Fondo Monetario Internacional, ex ministros y no tan ex, gerentes de cajas de ahorro (que en España hasta hace pocos años eran de titularidad pública), diputados, concejales, alcaldes, tesoreros de partidos políticos… hasta algún miembro de la familia real, que han metido mano a la caja pública, que han recibido comisiones a cambio de contratos, que han dado subvenciones de forma fraudulenta, que han financiados sus formaciones políticas de manera ilegal… En fin, que desde que la crisis estalló las preocupaciones y las conversaciones de los españoles no pueden evitar este tema.
Pero lo que aquí me gustaría señalar son los siguientes aspectos. En primer lugar, que los hechos presuntamente delictivos protagonizados por estos señores (y alguna señora) corruptos fueron protagonizados hace muchos años, en los años anteriores a la crisis, en aquellos años que se pueden identificar como del “beau crédit”, en el que el dinero fluía a espuertas gracias al generoso crédito de las instituciones financieras, en el que la sociedad en general, y la clase trabajadora en su seno, embaucada por el mensaje de que el crédito era ilimitado y de que la expansión económica también lo era, rechazaba cualquier advertencia sobre la falsedad de este credo y los peligros de la expansión del crédito tanto interno como externo, tanto privado como público, tachándola de “alarmista” en el mejor de los casos; en aquellos años, por tanto, en que la actividad económica, el empleo y el consumo, gracias a esa expansión crediticia, iban viento en popa a toda vela (que diría el poeta), y en los que todo el mundo, salvo a los aguafiestas de siempre, se callaba aceptando el sistema capitalista no ya como el menos malo de todos los sistemas, sino como el único que podía funcionar razonablemente bien, ya que era capaz de satisfacer las necesidades materiales de la inmensa mayoría de la población. Bien; pues en aquellos años anteriores a la crisis, en aquellos tiempos del “beau crédit”, esos hechos corruptos a muy poca gente parecía importarles, o al menos no lo suficiente como para abrir portadas en la prensa y en los telediarios, sumarios en los juzgados o investigaciones en las comisarías; tampoco la sociedad se rasgaba las vestiduras, sumergida como estaba en un mar de apuntes contables. Sólo voces solitarias clamaban en el desierto, animadas por diferentes intereses. Recordemos cuando Pascual Maragall en 2005, a la sazón Presidente del Gobierno regional de Cataluña, denunció en el Parlamento catalán las mordidas sistemáticas de sus antecesores en el poder. Nadie en aquel país de fábula le dio mayor importancia al asunto, más allá de que muchos pensaran que Maragall se había pasado un poco de rosca, y a pesar de que en Cataluña era “vox populi” entre los empresarios (y perdón por lo de “populi”), que había que pagar el porcentaje correspondiente al recaudador correspondiente. ¿Qué hizo entonces el poder judicial, la fiscalía, los jueces, la prensa, el resto de partidos políticos? Nada. O casi nada. Aunque todos sabían que había algo. Claro que para algunos como Julio Anguita, secretario general del Partido Comunista y coordinador de Izquierda Unida a la sazón, el poder judicial español estaba corrompido de arriba abajo, afirmación que constituyó un escándalo mayor que las acusaciones de Maragall y que tuvieron que ser matizadas ante la presión de los miembros más moderados de Izquierda Unida.
Ni que decir tiene que este tipo de corruptelas, como más arriba decía, siempre han existido y que, de vez en cuando, han salido a la luz. Pero no siempre y desde luego nunca con tanta intensidad como ahora. Porque ¿quién decide hacerlo público, cómo, cuándo y en qué grado? En este terreno no hay otro actor que la inmaculada prensa; prensa que, no olvidemos, está en manos de la burguesía, y por tanto controlada por ella. Curiosamente, los casos de corrupción política denunciados por la prensa (en España, para ella no existe otro tipo de corrupción, por supuesto) salen en tropel, de golpe, o en una sucesión incesante que ha puesto al país en vilo y que le ha llevado a pensar que los problemas económicos de la sociedad tienen unos culpables muy definidos, cara, nombre, apellidos y carné de identidad: Rodrigo Rato, Urdangarín, Correa, Blesa… Las frases más populares de estos años en oficinas, cafeterías y cenas familiares han sido del tipo “si devolvieran todo lo robado, se acabaría la crisis” o “si no se lo hubieran llevado, no habría tanto paro”. Resumiendo, que la idea que se ha inculcado a la sociedad es la siguiente: la crisis ha sido provocada por un atajo de ladrones y sinvergüenzas, por un puñado de politicuchos y banqueros (de la banca pública, faltaría más, no de la privada, es decir de políticos al fin y al cabo) que han provocado prácticamente todos los males económicos de España: el paro, la pobreza, los desahucios y hasta los suicidios.
No está de más recordar en este momento que en mayo de 2011, es decir, cuatro años después del estallido de la crisis, con un paro que subía sin cesar, con desahucios a gogó y con una pobreza rampante, surge en las calles de España un movimiento de contestación popular más o menos espontáneo que recoge el profundo malestar de buena parte de la sociedad española ante los efectos de la crisis. El sistema reacciona con inteligencia: nada de represión por parte del gobierno, comprensión y hasta simpatía de la mayoría de los grandes medios de comunicación y vía libre a un movimiento político reformista y retóricamente exaltado que recoge ese malestar pero que no cuestiona el sistema capitalista y da por bueno, vía reforma política, la institucionalidad que emana del mismo.
Una muestra más de la inteligencia del sistema ha sido darle a la sociedad los culpables que necesitaba (el propio sistema), a la manera de holocausto. Así como en las sociedades primitivas el sacrificio a los dioses de algunas personas (o animales) los aplacaba, garantizando así la salvación de toda la comunidad, el sistema capitalista, cuyo único dios a temer y a aplacar es el pueblo enfurecido y organizado, le sacrifica unos cuantos chivos expiatorios para apaciguarlo y para dirigir sus iras hacia éstos. Así se entiende que la burguesía, a través de los medios de control social que gobierna (los medios de comunicación y la industria cultural), y del poder judicial que controla (vía partidos políticos), se haya dedicado día sí y día también, a señalar a los culpables de la crisis, los políticos corruptos, eludiendo así comprometedores debates públicos sobre el funcionamiento del sistema financiero, escamoteando exposiciones más o menos complejas sobre la estructura productiva de nuestro país y su incapacidad para autofinanciarse, disimulando la inmensa transferencia de riqueza desde la clase trabajadora a la burguesía que ha supuesto la financiación de la deuda de la banca y de la empresa privada a través de diferentes mecanismos, evitando que la burguesía financiera, que en un país como España controla la mayor parte de su actividad económica, y con ella el sistema capitalista y la democracia burguesa cayera en el más profundo de los desprestigios y ocultando, en definitiva, que las crisis económicas periódicas son inevitables en el sistema capitalista.
Ni que decir tiene, que el sistema no se suicida y que tampoco puede echar a la hoguera sacrificial a un número ilimitado de sus miembros, y por supuesto que prefiere no chamuscar sumos sacerdotes, por diversas razones que serían fáciles de comprender. Así se entiende, por ejemplo, que la hermana del rey sea absuelta, que su señor marido, al igual que el ex director gerente del Fondo Monetario Internacional y el banquero-político Blesa no pisen cárcel, a pesar de estar condenados (si bien no en sentencia firme), y que el señor presidente del gobierno español, señor Rajoy, haya sido apartado, al menos desde un momento determinado, de esta ofrenda ritual.
Evidente es que todo holocausto genera asimismo un desgarro en el cuerpo social, y este desfile de políticos sobre la alfombra roja de los juzgados está pasando factura al sistema político, a pesar de los esfuerzos exitosos por remozarlo; pero se entiende que el mal producido es menor que el evitado, al menos de momento; y el mal mayor era el cuestionamiento del sistema de dominación burgués (es decir, el capitalismo). En todo caso, a mayor crisis, más corderos hay que llevar al ara sacrificial. Iremos contando ovejitas, tanto las que quedan como las que vamos matando y cuando veamos que el ritmo de la ofrenda disminuye, podremos pensar que la crisis se ha acabado (la crisis del sistema capitalista en España, se entiende, no la de la clase trabajadora española).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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