El sistema bancario y financiero ha mostrado su cara más débil en el aspecto funcional y la más fuerte en el político. El BCE, incapaz de renovarse en su cometido por el inmovilismo político de las dos Europas afronta el futuro con dudas.
Son bastantes las voces que reclaman cambiar la imposibilidad de que desde Frankfurt no se pueda prestar directamente a los estados.
Como hemos visto, existe una posibilidad indirecta de financiar a los países de la Eurozona a costa de extenderles un coste extra por usar al banco de intermediario, que cómo no, quiere sacar beneficio del asunto. Por tanto, resulta poco comprensible tener que hacer semejante rodeo financiero para acabar llegando al mismo punto.
Sin embargo,
cambiar semejante mecanismo supone una confrontación política gigantesca.
Excluir a los bancos de la financiación estatal, o al menos obligarles a ofrecer unos intereses mucho más bajos, supondría apartarles de la gallina de los huevos de oro, y es que anualmente los estados de la Unión Europea pagan unos 350.000 millones de euros – y subiendo – en concepto de amortización de deuda pública.
Ni ellos, actores con un enorme poder, ni probablemente algunos estados que verían perjudicados sus intereses nacionales, estarían dispuestos a perder semejante cuota de poder.
El punto intermedio parece haberse encontrado con la unión bancaria, todavía en fase de diseño, y los “eurobonos”, una idea surgida en plena crisis de deuda y ahora aparcada en un rincón de Bruselas.
Igualmente arrecian las presiones ante la necesidad de cambiar la orientación del BCE de mero “médico” del euro a controlador de la economía en general de la Eurozona.
Esos son, por ejemplo, los cometidos de la Reserva Federal estadounidense y otra gran cantidad de bancos centrales.
Si se ajustase por tanto la política monetaria a las necesidades generales de la economía comunitaria – que ya de por sí son dispares –, las decisiones dejarían de velar ya sólo por el euro. Al menos el camino de la integración lleva irremediablemente a ello.
Y es que cambiar el funcionamiento de la actual forma de crear dinero es prácticamente imposible. La única manera es jugar con los elementos de política monetaria en bancos centrales, supervisar las actividades de la banca y permitir que los estados recuperen cierta cuota de poder en su relación con los bancos.
Pocas veces en la economía algo tan sencillo como es la creación del dinero había sido tan difícil de controlar. Quizás por eso dicen que la banca siempre gana.
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